Corría el año 1990 cuando un grupo de amigos que estudiaba en la Universidad Popular Francisco Afonso del Puerto de la Cruz, y se dedicaba al teatro, a hacer performances y desfiles, propuso organizar un evento cuya única condición era ir disfrazado con tacones y que discurriera por las calles adoquinadas de la ciudad. El trayecto iba desde la Punta del Viento hasta la plaza del Charco y la salida la dio el entonces concejal en el Ayuntamiento, Irineo Machado. El acto se llamó Maratón Mascarita Ponte Tacón y solo participaron entre 10 y 15 personas. Entre ellas, Juan Pedro Hernández, conocido como Lupita, el nombre de un personaje que ha hecho suyo hasta ahora. Ese primer Mascarita costó un poco sacarlo adelante. Recuerda Juan Pedro que él y su amigo Cándido se disfrazaban días antes de la fiesta para hacer publicidad en los bares de la avenida del Generalísimo (actualmente Betancourt y Molina) donde entonces estaba la “marcha” portuense, invitando a la gente a que participara. “Nos decían los locos”, bromea.
Durante los primeros años confeccionaban manualmente los dorsales y las pancartas, ayudados por Ana, Tere y Lilia, las técnicas del área de Juventud, con quienes se ponían todas las tardes a trabajar.
Así, poco a poco, el Mascarita fue cogiendo camino y “calentándose un poco”. Lupita no recuerda cuando fue el año del boom del alocado maratón masculino, porque tampoco fue de golpe sino paulatino y muy despacio, hasta llegar a convertirse en la seña de identidad del Carnaval portuense, un evento que ya nadie quiere perderse y que congrega, el último viernes de las carnestolendas, a miles de personas en la ciudad turística. “De repente, la gente empezó a decir que era algo divertido y gracioso ver a los hombres caminando con tacones por esas calles empedradas y poco a poco se fueron sumando más”, cuenta. No obstante, costó mucho hacer entender que era un acto “para todo tipo de personas y de todas las condiciones sexuales, porque hace 30 años la gente tenía otras ideas en la cabeza y nos tachaban de muchas cosas a quienes participábamos”, confiesa Juan Pedro.
Como era una competición, cada edición se mejoraba, tanto la vestimenta como los tiempos. “Yo salía a hacer el disfraz a la calle, en ese momento vivía en la calle Esquivel, muy céntrica. Me ayudaban los vecinos y venían los amigos a echarme una mano”, apunta.
Lupita cuenta que un año le cogió a su madre una mesa de noche y hubo participantes que sacaron una cama en la que uno iba acostado con su traje de noche de mujer, mientras otros lo iban arrastrando por la calle. Había ideas “maravillosas” para disfrazarse. “Me acuerdo que un año un hombre vino con una cocinilla, una sartén y fuego haciendo una tortilla hasta que la Policía se lo prohibió por razones de seguridad”. También desfilaron una bombona y hasta una lavadora con ropa. “La cosa era competir y, además, había premios muy buenos. Al principio las firmas colaboraban mucho, habían viajes a Las Palmas y a la Península, con todos los gastos incluidos, equipos de música y comidas en restaurantes”, relata. Cuando comenzó a crecer el número de competidores, se optó por dar trofeos y bandas porque no había tantas casas comerciales para premiar a tanto ganador y la mayoría prefiere llevarse el recuerdo.
400 participaNTES
Con el paso de los años, el recorrido inicial sabía a poco, empezó a aumentar el número de participantes -en los últimos años ha superado los 400- y por eso se decidió ampliar el trayecto a San Telmo. Los competidores se concentran en la ermita de San Telmo, en la plaza Reyes Católicos, donde es más cómodo montar el escenario, hacer las verificaciones y que los grupos se luzcan desfilando en el tiempo debido.
Del grupo inicial solo él siguió, aunque se empezó a involucrar cada vez más en la organización y desde hace 17 años solo se dedica “a guiar a sus niños” en un acto que considera “maravilloso y por el que luchó mucho”. Sostiene que coordinar y presentar todo es un gran esfuerzo y correr la maratón sería imposible “porque hay falta de tiempo. Si lo descuidas un poco se alarga muchísimo y es la principal queja que tiene el público, que espera desde las cinco de la tarde para coger un sitio y esperar a que pasen todos los mascaritas”.
Durante un tiempo dejó de ser Mascarita Ponte Tacón para convertirse en Carnavalero ponte el sombrero, por motivos más que nada políticos. “La esencia era la misma, así que colaboré, participé y estuve en la organización, por eso para mí este año se celebran los 30 años”, confirma.
Lupita reconoce que el Mascarita tiene una importancia muy grande, pero como siempre “ha estado ahí”, lo ve “algo normal”. También sabe que lo copiaron en Madrid, Nueva York y Alemania, pero dice que no es lo mismo por la idiosincracia que tiene en Canarias. “Los participantes saben a lo que vienen, a interactuar con el público, a transitar por calles con adoquines y a tomárselo con mucho humor”. También recalca que está “orgulloso” de que haya nacido en el Puerto de la Cruz, “por eso siempre digo que luchemos por nuestro Carnaval y nos quedemos a disfrutarlo en la ciudad”.
En estas tres décadas, la carrera ha cambiado algunas cosas, pero en las bases se sigue manteniendo como condición subirse a una altura mínima de 8 centímetros que todos superan, pese a que los tacones son diferentes y han dado paso a las plataformas.
La esencia también se mantiene intacta: pasar una noche divertida en la que por unas horas público y participantes dejan atrás los problemas que los aquejan, y no paran de reír mientras sortean diferentes obstáculos. Como en la carrera de la vida.