memorias

Aquella noche de 1977, en Londres

Ocurrió durante la primera visita oficial de Adolfo Suárez al Reino Unido, en la Embajada española
Harold Macmillan

En realidad fueron cuatro los primeros ministros con los que coincidí, porque en ese momento, 1977, presidía el Gobierno de Su Majestad James Callaghan, el político laborista, al que no le gustaba hablar con los líderes de España, sobre todo de Gibraltar.

Es decir, que esa noche, en el bonito edificio de Belgrave Square que sirve de sede a la Embajada de España, conocí a cuatro primeros ministros británicos: Harold Macmillan, el político al que, en tiempos, engañaba su mujer; Harold Wilson, con aquella pipa que le daba un aire de Rómulo Bethencourt; Edward Heath, melómano convencido y hasta director de orquesta; y el ejerciente Callaghan.

El elegante Luis Guillermo Perinat, marqués de Perinat y de Campo Real, era entonces (octubre de 1977) el embajador de España en Londres. Algunos de sus importantes obras de arte colgaban de las paredes de la Embajada, a la que enriqueció temporalmente no sólo con ellas sino con recepciones, actos culturales y agasajos a lo más granado del mundo diplomático acreditado en Londres, de la nobleza y de la cultura. Fue el suyo un periodo muy interesante en las relaciones entre España y el Reino Unido. España buscaba apoyos para entrar en la Comunidad Europea.
En 1977 visitó Adolfo Suárez el Reino Unido, junto a su esposa, Amparo Illana. Luis Guillermo Perinat había heredado la eficacia de Fraga al frente de nuestra sede diplomática en el Reino Unido.

Lo cierto es que, gracias al empresario tinerfeño Florentín Castro Fariña y a su esposa, Lupe Domínguez Sierra, miembros destacados de la colonia canaria en Londres, nos invitaron a mi mujer y a mí a la recepción que Suárez ofrecía a personalidades británicas en la Embajada de España. Se confiaba mucho en el glamour de Suárez, que no sabía inglés, y al que el embajador Perinat le servía de introductor y de traductor.

Harold Wilson

Yo era un joven periodista, poco acostumbrado a aquellos relumbrones. Llegamos en el Rolls Royce de Florentín y Lupe, conducido por su chófer, Antonio, un joven español que dominaba Londres y que metía el elegante automóvil por lugares inverosímiles. Tener un chófer competente –y yo lo supe después, cuando atábamos los perros con longaniza— te hace la vida mucho más fácil.

Mis numerosos enemigos, generalmente personas envidiosas y de poco mundo, me reprochaban siempre que tuviera chófer. ¿Y qué? Mientras pude, por supuesto; ahora no podría ni comprarme una bicicleta. También yo fui dueño de un Rolls Royce, un precioso Silver Shadow gris, en dos tonos, que le compré a la viuda de un armenio que vivía en el sur de la Isla y que luego le vendí por dos millones y medio de pesetas a un arquitecto peninsular radicado en Tenerife, en la noche de los tiempos. Creo que ahora presta servicio a clientes en un hotel del Sur. Lo vendí porque me quedé sin frenos en la autopista del Norte, bajando a Santa Cruz, con mi padre dentro. En el taller no lo reparaban bien del todo, hasta que di con Gonzalo, un mecánico de Hernández Hermanos que había hecho cursos de mecánica de Rolls y me resolvió la avería.

Volviendo a la Embajada, aquel octubre de 1977. Con otros líderes laboristas del momento estaban invitados a la recepción tres ex primeros ministros británicos, como ya he dicho: el conservador Harold Macmillan (1894-1986), el laborista Harold Wilson (1916-1995) y el también conservador Edward Heath (1916-2005), además del que se encontraba en ejercicio, el ya citado Callaghan (1912-2005). A todos saludé, de una forma un tanto osada, y me pareció un hecho insólito que hubieran coincidido en aquella recepción, cuyo éxito sin duda se debió a los buenos oficios del embajador, marqués de Perinat, que más tarde fue nombrado como nuestro representante en la extinta Unión Soviética. Un gran diplomático.

James Callaghan

Adolfo Suárez causó una excelente impresión, a pesar de que no sabía hablar inglés, aunque sí quienes les rodeaban. El artífice del cambio en España empezaba a ser admirado fuera de nuestras fronteras. Por aquellos pasillos transitaba Michael Foot, el hombre más destacado del Gobierno laborista de entonces, y brevemente lo hizo el ministro de Exteriores, David Owen, entonces un político de 38 años, acaso el más joven en la historia del Reino Unido en ocupar dicho puesto.

Tengo que hacer esfuerzos para recordar aquel día, porque eran muchas las emociones. Yo lucía un smoking que me había llevado a Londres desde Tenerife y paseaba por los salones de la Embajada, no como un periodista acreditado, sino como un invitado más, bebiendo un vino de jerez y codeándome con la historia viva del Reino Unido.

Gracias a mis amistades en todas partes he podido vivir momentos curiosos, durante una vida que empieza a ser digna de recordar. Me da pereza, a estas alturas, escribir unas memorias en condiciones. Pero sí les diré que conocí y estreché la mano de otro primer ministro británico, aquí, en Tenerife: Sir Anthony Eden, que venía frecuentemente a la Isla a curarse de la malaria que padecía y que se alojaba en la casa de los Kiessling, entonces pequeño hotel en los primeros tiempos del Loro Parque.

Edward Heath

Sir Anthony Eden fue el hombre de la crisis de Suez y sucedió en el cargo nada menos que a Sir Winston Churchill, al que, siendo yo un niño, vi descender los escalones del Lido San Telmo, mientras don Imeldo Baeza lo fotografiaba en compañía de Aristóteles Onassis ¡y de Domingo de Laguna!, que se había colado en la comitiva.

Una vez, paseando por Milán, pasé ante el escaparate de la tienda de Prançoise Pinton, el óptico parisino que le fabricaba las gafas de concha al famoso naviero griego. Había un cartel por fuera, recordando al ilustre cliente. Y me compré unas gafas iguales, graduadas y con cristales oscuros, que aún tengo. Son horrorosas, pero a todo el mundo que me dice que las gafas son feas le hago la misma historia.

Total, que si cuento a Churchill y a Eden, he conocido de manera presencial a seis primeros ministros británicos. No creo que haya muchos periodistas en el mundo que hayan tenido ese honor, por lo que considero que es un buen detalle para incluir en unas memorias que me da tanta pereza escribir.

Y sólo a causa de los momentos excepcionales que estamos viviendo, y para aligerar un poco el peso de la actualidad, me he animado a agitar un tanto mis recuerdos, ya tan lejanos.

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