sociedad

Miles de escenas se ‘ruedan’ cada día desde balcones y ventanas para recordarnos que ‘La vida es bella’

El conmovedor filme de Roberto Benigni vuelve a la memoria de muchos padres que dibujan una realidad paralela en la mente de sus hijos cada vez que toca aplaudir a los héroes sanitarios que se la juegan en la boca del lobo

Un amigo mío, que se llama Pedro y se apellida Hernández, catedrático de Psicología para más señas, me dijo una vez, en pleno aturdimiento planetario por la mayor crisis económica desde la II Guerra Mundial (la que estalló en Estados Unidos en 2008 y cuya onda expansiva se extendió por el mundo a la velocidad de la luz), una de esas frases que se quedan grabadas en la memoria para siempre: “La vida es un juego”.

Cuando le pregunté cómo podía sostener tal conclusión en un momento tan duro como aquel me dio su receta para ver siempre la botella medio llena: “No hay que absolutizar las cosas, porque ese es el gran problema de las personas que sufren, o es todo o es nada. Debemos relativizar lo que nos viene y ser conscientes de que cada día podemos perder o ganar.”

Me acordé entonces de La vida es bella, la conmovedora película que encumbró a Roberto Benigni, ambientada en el infierno de un campo de concentración nazi en el que un padre era capaz de dibujar en la imaginación de su hijo un juego permanente en medio del mayor horror que ha conocido la Humanidad. Si el pequeño era capaz de soportar aquel sufrimiento disfrazado de macabra competición se llevaría a casa un tanque militar de premio.

Hace unos días, en la capital tinerfeña, un pequeño salía al balcón de la mano de sus padres para recibir la ovación de las siete por parte del vecindario “por lo bien que se porta en casa”; otro niño del sur de la Isla animaba a sus amigos por teléfono para que se queden en casa, “porque si el bicho no nos ve en la calle se aburre y se va”. En Vigo, un abuelo con alzhéimer se asomaba al ventanal a la hora de los aplausos, animado por su asistenta, para tocar la armónica, probablemente su última ilusión, convencido de que la gente se congregaba en los balcones para escucharle y agradecerle el repertorio con una larga ovación más propia de un patio de butacas que de un coro urbano. Y en Madrid, a una joven con una discapacidad severa se le ilumina la cara y empieza a reír el ratito que, día tras día, escucha las palmas de su comunidad.

potencial de la mente

Son pequeñas historias cotidianas entresacadas de estas fechas de obligado encierro que demuestran el potencial descomunal de la mente humana, revestida muchas veces de esa genuina -y necesaria- inocencia infantil capaz de crear escenarios paralelos a una realidad adversa para superar las dificultades más severas.

Mientras seguimos descontando días de confinamiento y confiando en ver doblar por fin la curva de contagios y fallecidos, la imaginación es una de las herramientas más eficaces de las que disponemos para mantener encendida la llama de la ilusión e ir poco a poco dejando atrás una pesadilla, real como la vida misma, que no impedirá que mañana vuelva a salir el sol ni que nosotros nos preguntemos: ¿A qué jugamos hoy?

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