sociedad

Serotonina, rutina y pijama para frenar al coronavirus

Cintia Hernández, profesora, que tuvo a su segundo hijo hace solo unos meses, cree que lo fundamental es evitar un colapso sanitario para que no se imponga un “criterio de guerra”, donde se decide a quién tratar en función de las posibilidades que tenga de sobrevivir

Hay quien necesita tomarse una pastilla que estimule la producción de serotonina para estar más optimista durante este duro confinamiento al que nos tiene sometido el coronavirus. Y hay quien produce serotonina a raudales, como la profesora del Área de Medicina Preventiva y Salud Pública de la ULL, Cintia Hernández, que siempre bromea y desdramatiza, pelea, pero no se amarga. Ni con el COVID-19.

A estas alturas, ya tiene preparada una rutina. Sobre todo, para su hijo Romén, de seis años, que cada día, cuando se levanta, se viste y se prepara como si fuera a ir al colegio y hace la tarea que le mandan. Luego, para que practique algo de ejercicio, Pedro, su padre, le ha preparado un circuito con hilos que no puede rozar, porque sería como caer al fuego de cualquier historia fantástica. Por la tarde, después de comer, termina la tarea que queda pendiente y luego Cintia le deja jugar un rato a la maquinita. “Entre semana, normalmente, está prohibida. Pero con el confinamiento, es imposible. De todas maneras, es el que mejor se lo ha tomado. Le dijimos que no se podía salir y ya no ha vuelto a preguntar”.

Mucha rutina para Romén, pero Cintia dice que ella tiene debilidad por el pijama. Además, el confinamiento la ha pillado con un bebé de pocos meses. “Yo creo que es el que peor lo lleva. Estaba acostumbrado a los paseístos, al airito y a dormirse con el traqueteo del carro. Y ahora, la única alternativa que tiene es mamar. Menos mal que tengo el cojín para colocarlo y así me puedo poner a hacer algún puzzle, trabajar en un proyecto de investigación que tengo sobre micropláticos o preparar clases”, explica. “Estoy disfrutando del permiso de lactancia, pero visto lo visto, y sabiendo que estoy acreditada como profesora a distancia, he pedido una incorporación al puesto y estoy a la espera de que me contesten para empezar cuanto antes”, cuenta.

Cintia dice que no sale. “Como yo ya veía el andar de la perrita, decidí comprar antes de que se produjera toda la avalancha”. A la calle va, sobre todo, su marido, Pedro, que también está confinado porque trabaja de profesor desde hace unos meses, cuando lo llamó la Consejería. Está de excedencia en la oficina técnica de TITSA. Saca al perro y va a alguna de las ventas que hay cerca de casa. “Ahí no tienes que estar tocando nada de carritos, como en Mercadona. Vas, coges lo tuyo y se acabó”. Entre ellos dos, él está quizá más preocupado. “Y no es imprudencia: si el virus se contagia de esta manera y tomamos precauciones, no tiene por qué pasar nada. Él peca más de catastrofismo, como si se tratara de una amenaza desconocida”. Hoy jueves, Cintia irá con su bebé a ponerle las vacunas al centro médico de San Benito. Luego volverá a casa sin demora. Hablará con sus padres, que ya están en edad de riesgo y se han ido al sur a confinarse en una casa que tienen. Quizá también charle con sus amigos del equipo de voleibol Aguere, con los que juega varias veces en semana y organiza mil saraos.

Cintia confía en el Estado. “Yo siento que están intentando cuidarnos. Quizá deberían haberlo hecho antes, porque las noticias que venían de Wuhan indicaban un por dónde podían ir las cosas. Ahora se trata de que no haya un colpaso sanitario que imponga un criterio de guerra, donde el médico decide quién vive y quién muere, según las posibilidades de sobrevivir.

TE PUEDE INTERESAR