Canarias supo pronto lo que se venía, dado que el primer positivo en España por coronavirus fue el de un alemán recién llegado de vacaciones con unos amigos a Hermigua (La Gomera). “No he pasado miedo en La Gomera; lo que más he echado de menos ha sido una cerveza”. Con esa frase, recogida en una entrevista con DIARIO DE AVISOS, el portavoz del grupo de alemanes afectados en la Isla Colombina, Oliver Heinrich, lograba arrancar una sonrisa a los lectores, que no podían imaginar que pronto se verían forzados a pasar un confinamiento domiciliario que hoy cumple 40 días. Al poco, en Tenerife se aisló un hotel con casi mil turistas dentro cuando todavía la pandemia seguía siendo algo ajeno a lo cotidiano de la inmensa mayoría. En tan breve espacio de tiempo, el tema principal en los debates de los canarios (y de todos los españoles) era cómo aliviar el aislamiento de los más pequeños sin que ello implique facilitar un temible repunte de contagios. De la birra del alemán a la expectación actual por cómo será el desescalamiento han tenido lugar hechos que, en su gran mayoría, eran tan inimaginables como relevantes son sus efectos. Entre ellos, por supuesto, destaca el estado de alarma, que va a por su tercera prórroga, y el consiguiente confinamiento.
Con el paso del tiempo se ha comprobado el acierto de quienes improvisaron las respuestas al positivo del alemán en La Gomera y al del italiano en el hotel de Adeje, unos hechos para los que no había manual de instrucciones.
Si algo ha frenado los contagios es el confinamiento, respetado abrumadoramente por los canarios más allá de lo escandaloso que resulte el desprecio a los que se lo pasan por el forro de su estulticia. Pero también ha sido imprescindible decretar el llamado turismo cero, que puede costarle a Canarias, según cálculos gubernamentales, el 20% de su PIB solo en 2020, casi el doble de la suma de todos los años de la crisis de 2008 (11%).
A pesar de tan nefasto horizonte, ambos aciertos desde la perspectiva sanitaria (confinamiento domiciliario y apagón turístico), sitúan a los canarios como los mejor preparados para iniciar el desescalamiento 40 días después, una privilegiada situación que nunca se habría alcanzado sin la entrega de los sanitarios, policías y trabajadores de todo tipo que, día sí y día también, han dado la cara por el conjunto de la sociedad a pesar de la falta de medios.
Porque el repaso de lo sucedido (no ya desde el decreto del estado de alarma, sino desde aquel 31 de enero en que se supo del caso del germano en Hermigua) también nos muestra que no contar con reservas estratégicas de material sanitario frente a las pandemias es un fracaso estratégico que no se puede repetir, y que se agravó con el error de centralizar su adquisición de urgencia a nivel estatal, como reconocen las propias autoridades isleñas. Así las cosas, la imperiosa necesidad de dotar a los sanitarios (como a otros trabajadores más expuestos al contagio) con un equipamiento acorde al reto, así como la falta de test para averiguar el alcance real de la pandemia provocó que el Gobierno de Canarias (con la inestimable ayuda de empresarios isleños con experiencia en el mercado internacional) tuviera que buscarse la vida, literalmente, en una piscina de tiburones donde gobiernos de medio pugnaban (marrulleramente, si hacía falta) por apropiarse fraudulentamente de los anhelados cargamentos.
En el día a día, supimos de los canarios que se veían atrapados lejos de su tierra, removiendo cielo y tierra para eludir el cierre generalizado de fronteras. Aquí les esperaba una Canarias insólita, que asumió la reclusión domiciliaria aplaudiendo a los sanitarios, pero también organizándose para coser mascarillas o usar las impresoras 3-D de los institutos en fabricar viseras y demás. Poco a poco entendimos que ya no habría procesiones de Semana Santa, como no habrá romería en Tegueste o fiestas de Mayo en la capital. Los medios de comunicación pasaron a ser el antídoto a la otra epidemia, la de los bulos, mientras que la contaminación ha dejado ver tanto como nos ocultaba. Hasta la delincuencia se adaptó a los nuevos tiempos, con un inquietante crecimiento de los crímenes cibernéticos. De un día para otro nos acostumbramos a la presencia de los militares en las calles, codo con codo con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y esenciales en tareas como la desinfectación de lugares comunes. De repente, la inquietud nos invade cuando vemos en una película escenas donde no se guardan la ya célebre distancia social, ese metro y medio que se ha metido donde antes alguien te plantaba dos besos, uno por mejilla aunque se tratase de un desconocido.
Mientras cerca de 200.000 canarios saben ya de sobra cómo se aplica el expediente de regulación temporal de empleo (ERTE) que le afecta, desde el lunes asistiremos a una muestra tan evidente de que comienza el desescalamiento como será el retorno de los niños y las niñas a las calles. Todo un premio a la resiliencia popular.