coronavirus

Del réquiem por el beso y otros cambios que nos esperan

Ahora que se cumplen tres semanas de confinamiento, la confusión que siempre genera lo imprevisto deja paso a la reflexión sobre lo que se viene, unos cambios que sin duda afectarán a todos los ámbitos de nuestras existencias
Los que llegaron en pleno desastre y trajeron la democracia. DA
Los que llegaron en pleno desastre y trajeron la democracia. DA

Esa suerte de bruma que aturde a la mente cuando sucede algo tan inesperado e imprevisible como esta pandemia mundial sucumbe inexorablemente con el paso del tiempo, de esas tres semanas transcurridas desde que se decretó el confinamiento domiciliario en España. Pasada la excitación retorna la claridad de las ideas, y con ella empiezan a atisbarse algunos de los cambios que, gusten o no, se producirán en nuestra sociedad, tanto a gran escala como en lo cotidiano. Nada será igual, pero al igual que habrán consecuencias tan inimaginables como radicales en, por ejemplo, algo tan impersonal como un balance económico, también se producirán en la esfera de lo íntimo y cotidiano, como ese beso que los canarios, tan latinos, nos damos, sin ir más lejos, al saludar a alguien, sin importar incluso que se trate de un extraño. Porque el beso no será precisamente popular en la sociedad que surja de esta pandemia, ni siquiera en el supuesto de que la humanidad termine por aniquilar a este coronavirus. El temor a un posible contagio ya anida entre nosotros, y vino para quedarse.

En pleno inicio de este réquiem por el beso (a menos, como saludo) llega el adiós de alguien como Luis Eduardo Aute, cuya obra tiene tanto que ver con los sentimientos de tantos millones de españoles y que, sin duda, lo hace eterno en la memoria colectiva de este país justo donde más mérito tiene: en la fuente de todas nuestras emociones, esas que nos hacen ser mejores y distintos como especie y como individuos.
Emociones que brotan como torrentes al comprobar la terrible celada que el destino tenía reservada para la generación de compatriotas que ahora apuraban sus últimos años. Si de por sí es cruel que los ancianos padezcan con mayor gravedad esta pandemia, justo le ha tocado a una serie de hombres y mujeres que, cuando llegaron a este país, tuvieron que apechugar con el desastre heredado de la guerra civil y prolongado por la disparatada autarquía del primer franquismo. No solo levantaron España y recuperaron la democracia, sino que en la anterior crisis fueron el colchón familiar que tanto ayudó. Y encima se van sin el beso postrero de los suyos, cuánta crueldad.

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