sociedad

Protegidos por la isla

Un viaje literario y periodístico a La Graciosa, donde el coronavirus ha pasado de largo, y a La Gomera y El Hierro, donde llevan semanas sin nuevos casos
La Graciosa. José Azaola
La Graciosa, en primer plano (con Montaña Clara, Roque del Oeste y Alegranza al fondo) no ha tenido ningún caso de coronavirus. D.A

“Saben que estaré solamente una temporada entre ellos, y los ojos de Luisita me interrogan desde su amarga lejanía: ¿Por qué has venido? ¿A qué has venido donde nada hay? ¿Qué buscas?”. En la segunda mitad de los años sesenta, el escritor español Ignacio Aldecoa regresó a la isla de La Graciosa. Ya había estado al principio de la década, en un viaje por Canarias que retrató en su libro ‘Cuaderno de godo’ (1961). Pero la necesidad de apartarse, en medio de una persistente crisis existencial, lo devolvieron desde su casa de Madrid -hogar frecuentado por otros escritores, como Rafael Sánchez Ferlosio o Carmen Martín Gaite-  a a esta pequeña isla al norte de Lanzarote. Y ahí surge la novela ‘Parte de una historia’(1967), un retrato que casi parece crónica de esa vida de pescadores, playas, ventas humildes y parrandas de ron, súbitamente alterada por el naufragio de una embarcación, con unos americanos a bordo, que irrumpen en la cotidianeidad de La Graciosa, junto a una pareja de ingleses que duermen en la misma pensión que Aldecoa.

Para él, como para tantos otros, la isla se convierte en un refugio donde la lejanía de la metrópoli y la separación que supone el mar no tienen nada inconveniente, sirven como protección. Y así, guarecidos por el mar, con las comunicaciones casi al mínimo, han estado también las islas estos días de confinamiento, con la menor incidencia de la enfermedad en todo el territorio español -con 2047 diagnosticados y 119 fallecidos-. especialmente en las islas más pequeñas: 29 y 20 días sin ningún contagio detectado en El Hierro y La Gomera. Cero casos en La Graciosa. Pero el confinamiento aún permanece, aunque podría empezar a levantarse poco a poco en mayo en las zonas menos afectadas, según declaró ayer el presidente Pedro Sánchez.

Entre las mismas casas blancas que fascinaron a Aldecoa vive Miguel Páez, animador sociocultural que se gana la vida dando clases de teatro y que es dueño de una tienda, ‘Gracioserito’, donde promociona los valores históricos y culturales de la isla, que también se pueden entrever en las simpáticas viñetas que un amigo  ilustrador diseña y que llenan la página  web de la tienda.

Páez es consciente de que esa doble -casi triple- insularidad les ha protegido. “Aunque también es verdad que los gracioseros hemos estado saliendo fuera de la isla en los últimos meses y la gente ha estado entrando. Yo creo que hay un componente de azar. Si pasadas estas cinco semanas no ha saltado ningún caso, que cierren y que no entre nadie”, dice medio en broma. Porque los barcos siguen yendo a Órzola, Lanzarote, dos veces al día, para quienes tienen que viajar “por temas médicos o por trabajo”, explica la concejal delegada del Ayuntamiento de Teguise en la isla, Alicia Páez. De resto, el confinamiento se cumple a raja tabla, aunque la naturaleza tiente, con los días espectaculares y el mar a tiro de piedra para darse un baño o coger olas. Una empresa desinfecta las calles, igual que en Madrid o Nueva York, y solo están abiertas las pequeñas ventas, supermercados, la panadería y la farmacia. Hay guantes y mascarillas y algunos negocios llevan la compra a casa. Y sigue llegando el pescado de los barcos que salen a faenar. “Por las mañanas, la gente sale a comprar, pero por la tarde, las calles están vacías”, cuenta Miguel. “También se habla de lo caro que está todo aquí, normalmente compramos cosas en Lanzarote”.

En La Gomera, donde se dio el primer caso diagnosticado de coronavirus en España, el aeropuerto está cerrado para vuelos comerciales y las llegadas por barco se controlan al máximo, incluyendo la temperatura corporal de los pasajeros. “Dése cuenta de que la mayoría de la gente es bastante mayor. Si se extiende el virus aquí , puede llevarse a muchos ancianos por delante”, explica Carlos Pérez Simancas, guía turístico, que agradece la protección del aislamiento mientras cuenta que, al atardecer, charla con sus vecinos desde la azotea y que la gente está cuidando a sus mayores, a quienes dejan verduras en la puerta para que no tengan que salir.

En Echedo, El Hierro, al atardecer, la profesora Elena Cabrera, que durante el día teletrabaja con sus alumnos para seguir enseñándoles, sale a disfrutar en su patio del sonido de los pitos y las chácaras que estos días salen de las casas y que son el aplauso autóctono de la resistencia isleña contra esta pandemia.

“Mucho antes de que la Consejería de Sanidad lo certificase, ya nosotros sabíamos lo que ocurría por los grupos de Whatsapp”, cuenta el periodista Emilio Hernández sobre el primer caso diagnosticado en la isla. “Y fue un pequeño revuelo…, ese temor a decir: ‘Ya llegó aquí’. El tercer caso también preocupó, porque era alguien vinculado con el mundo sanitario. Salía del hospital insular y estaba conectado también con los centros de mayores. Se hicieron pruebas a los trabajadores, y el Cabildo llevó a una parte de los mayores que viven en las dos residencias de la isla al balneario del Pozo de la Salud para eliminar riesgos”, explica. “Llevamos muchos días sin nigún caso diagnosticado, pero respetando el confinamiento, como en cualquier otro sitio”. Aunque los tres infectados ya han sido dados de alta.

Dice Aldecoa en su libro: “Vuelvo la cabeza cuando oigo pasos. Cruzan los ingleses cogidos de la mano. […] En la seguridad del muelle se toman de la cintura y avanzan hasta el final del espigón. Si esta isla no fuera un lugar de trabajo… Y me sonrío pensando en tarjetas postales, en parejas abrazadas en los plenilunios postales, en mujeres que se bañan en los mares postales, en las risas, danzas, terrazas, aperitivos, flores, ferias, escándalos, amores, hazañas y corazones postales. Pero ésta es una isla de trabajo”. Para el escritor, parece como si el trabajo fuera solo el oficio pegado al mar o a la tierra, no el turismo de masas que, en esos años, ya daba sus primeros pasos en Tenerife y Gran Canaria y que terminaría salpicando a La Graciosa, cuyo puerto recibió 509.386 pasajeros el año pasado, según Puertos Canarios. Pero el coronavirus también ha roto esa realidad, al menos circunstancialmente.

“Al principio, esto fue como un shock”, afirma Miguel Páez. “Pero bueno, nos ha tocado vivirlo. Ahora tengo una sensación de stand-by, de espera, pero tampoco me preocupa. Si me tengo que ir a mariscar o a pescar, no tengo ningún problema”, cuenta. “Yo entré en pánico” relata Carlos desde La Gomera. “Estaba con un grupo de canadienses. Los tuve que llevar al aeropuerto y me volví pensando en las reservas que había perdido. Pero ahora toca dar el do de pecho, porque esto es lo que me da de comer y Canarias es un destino turístico de primera calidad”, afirma. “En los últimos años, el turismo ha aportado bastante a El Hierro, explica Emilio. “Desde lo del el descuento del 75%. El aeropuerto estaba ahora moviendo unos 265.000 pasajeros al año, y antes eran 150.000. Ha habido un boom de la vivienda vacacional. ¿Cuál es el futuro? Porque esto está afectando al mundo entero. ¿Quién va a venir?”

“Apacible y enmimismado siento transcurrir años náufragos, meses delirantes, semanas llenas de gemas empolvadas, días de estiércol y aun horas, minutos, segundos, milésimas de segundos o simples fulguraciones de mi vida, que no sé si alcanzan a ser contadas en tiempo. Pero en todo solamente hay amargura e insolidaridad”, dice Aldecoa mirando a la vida desde La Graciosa. Dos años después de su último viaje allí, murió de un infarto en Madrid con solo 44 años. A 2000 kilómetros de estas islas que le marcaron para siempre y que hoy esperan a ser desconfinadas.

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