Hacemos bien en creer que de todas las crisis se sale porque es cierto. También lo es que hay formas distintas de dejar atrás un tiempo desdichado. Es imperativo que no quede nadie rezagado y que, más pronto que tarde, recuperemos nuestros estándares de vida anteriores a la crisis. Hasta aquí, todos de acuerdo. Ocurre, sin embargo, que para que eso ocurra no hay recetas ni bálsamos milagrosos que operen en cuanto se proclama un deseo. Podemos inyectar millones de euros en la economía con la esperanza de acortar tiempos y que los menos favorecidos no lo pasen mal, pero por si solo no será suficiente. Se han puesto sobre la mesa ideas distintas para paliar las terribles consecuencias que podemos imaginar traerá aparejada la suspensión de la actividad económica, ese irse a un parón total del que no existían precedentes. Todo, eso sí, subordinado a la necesidad de detener la sangría de víctimas del dichoso virus.
Superada el emergencia sanitaria hay que encarar la más que probable emergencia económica. Soñar con una salida en V (caída brusca y recuperación rápida) está bien, pero los empresarios no podemos dejarnos llevar por aquello que se antoja óptimo por más que nos guste, somos responsables de empresas y organizaciones en las que trabajan miles de personas que no pueden quedar al albur de los buenos deseos. Por eso, nos preparamos para escenarios distintos, no tan optimistas. Una cosa es el papel, otra la realidad en la que normalmente nos desenvolvemos; una cosa es la teoría y buenas intenciones, otra la tozuda práctica que atesoramos los que llevamos años en el sector, particularmente pero no solo, de la construcción.
Da lástima pensar que estamos en un momento en el que siquiera todo el dinero del mundo, movilizado por el sector público pero también por el del más dinámico empresariado canario, no servirá de mucha ayuda -no al menos en la medida que sería necesario para un ajuste tan rápido como precisamos- si no somos capaces de reducir la burocracia y los procedimientos legales que convierten en imposible cualquier inversión en las Islas. Son miles los proyectos paralizados, las más de las veces por cuestiones que una simple pericia administrativa elemental activaría, que se traducen en una pérdida de eficiencia realmente dolorosa.
No asumimos el papel de héroes ni queremos soportar en exclusiva la solución a unos problemas que presumimos ingentes. Pero sí que sabemos que somos una parte considerable de la solución y que las sospechas sobre nuestras intenciones que han venido propalándose en años sin que fuese refutadas por quienes conocen nuestra labor, no deben atenderse en momentos cruciales como los que atravesamos. No existe una división social que ponga a un lado a los buenos -los que utilizan su presión política o su capacidad para redactar el Boletín Oficial- y al otro los empresarios, a los que se procura presentar desprovistos de cualquier interés general y empeñados en acabar con el territorio. Como si no fuésemos de aquí o no disfrutáramos de la excelencia de unas islas a las que debemos todo, donde hemos desarrollado nuestros negocios y proyectos de vida.
Desde esos mismos sectores, se hace una lectura errada de la crisis y se plantea como solución un futuro distinto y sostenible -abusando del término tanto que terminará sin valor alguno-. No hay nada más sostenible en una sociedad que la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos y para que esto ocurra la generación de riqueza y empleo es esencial. En momentos de parálisis absoluta -sobrevenida o impuesta- la alternativa más razonable pasa por promover la construcción y los empresarios contamos con el conocimiento, los medios y la sensibilidad necesaria para desarrollarlos en márgenes cortos de tiempo. Honestamente, considero que esto es lo mejor que podemos hacer por los canarios.
Pero para que sea posible, es obligado promover una mayor agilidad en los procedimientos burocráticos para que no se sigan demorando por años proyectos que son esenciales ahora, por los que no pueden seguir aguardando empresas y trabajadores. Es preciso entender que agilizar estos procesos es mucho más útil que cualquier línea de ayuda que se pueda mantener y, desde luego, mucho más sostenible en el tiempo. Si no lo hacemos, generaciones futuras nos demandarán por ello.