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Estado de alarma: los dos meses que empujaron a Canarias hacia el abismo

Mientras las autoridades se afanan en busca de la liquidez que evite los impagos, los isleños de a pie afrontan el reto, aún mayor, de lograr que el Archipiélago sea un destino seguro para el turismo
Aunque la fase del confinamiento se ha pasado con nota en Canarias, ahora llega el reto de la desescalada. Sergio Méndez

No. No todos los males que padece hoy Canarias son fruto de la pandemia actual. A pesar de que no ha transcurrido ni medio siglo desde que el Archipiélago disfrutase de la mejor etapa económica de su historia gracias al boom turístico y el maná financiero llovido desde la Unión Europea, las Islas seguían siendo rehén del monocultivo productivo de turno y la desigualdad, lejos de aminorar, creció al mismo ritmo que se consumía la clase media. La crisis de 2008 despertó a los canarios del sueño de una prosperidad cuyos cimientos se hicieron barro al desplomarse otro sector clave: la construcción. Cuando empezó este 2020 y ni sabíamos que existía una ciudad en China llamada Wuhan, los porcentajes de miseria y paro afectaban, de una u otra manera, a cuatro de cada diez isleños. En realidad, Canarias ya caminaba por el tablón de los condenados en un barco pirata, pero a la Covid-19 le ha bastado con un par de meses para llevarla hasta la punta del mismo, justo al pie del abismo.

Hoy se cumplen dos meses y un día desde que se declaró el estado de alarma que tiene en estado de shock a una tierra en la que, mientras sus dirigentes se afanan por conseguir una liquidez que evite los impagos, la ciudadanía afronta un reto todavía mayor: reconstruir el día a día sin que ello se traduzca en un rebrote. Solo eso devolvería a Canarias su imagen como destino seguro, condición sin la cual no volverán los turistas, única vacuna capaz de sanar hoy la economía de las Islas.

La previa

Antes incluso de aquel 14 de marzo en que se decretó el estado de alarma y con el mismo empezó un confinamiento domiciliario que frenó en seco la actividad económica, Canarias fue pionera en España (y en Europa, salvo Italia) a la hora de hacer frente al coronavirus.

A pesar de trabajar sin red por falta de referencias previas, nadie discute que las autoridades canarias pasaron con nota tanto el examen del primer positivo (un alemán en Hermigua, el 31 de enero), como el aislamiento de un hotel con cerca de mil turistas en Adeje (24 de febrero). En el debe, la centralización estatal para la compra de material de protección fue un fiasco, tal que dejó a los sanitarios sin medios imprescindibles para protegerse en la oleada inicial. La consecuencia es que uno de cada cuatro positivos en las Islas (583, 26% de un total de 2.231 en datos a 4 de mayo) es personal sanitario.

Estado de alarma

Un antes y un después. Como si de un interruptor se tratara, España no tuvo más remedio que darle al off y el país se desconectó en gran medida. A la semana siguiente, los canarios asistieron a un fenómeno asombroso y temible, pero inevitable dado el avance de la pandemia: se cerraron los hoteles. El turismo, que en 2018 generó en Canarias un total de 16.099 millones de euros (el 35% del PIB de las Islas), y 343.899 puestos de trabajo (el 40,4% del empleo del Archipiélago) se puso a cero.

Aprendida la lección de la crisis de 2008, lo que entonces fueron despidos ahora han dado paso a unas siglas hoy populares, las del Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). Afectan, dos meses después, a casi 200.000 trabajadores de los aproximadamente 930.000 isleños que tenían un empleo cuando llegó este tsunami laboral.

Con el estado de alarma también llegó, claro, el confinamiento, con sus luces y sombras. La empatía afloró con los aplausos diarios a quienes lo daban todo en primera línea (desde sanitarios a fuerzas de orden pasando por el personal de los supermercados y demás), mientras que la solidaridad se plasmó con ese papel en el ascensor que ofrecía ayuda al vecino o las redes de espontáneos fabricantes de las mascarillas y mamparas que en marzo aún brillaban por su ausencia.

Hacia la desescalada

Pasaron las semanas y el confinamiento empezó a pasar factura a una población que, en el caso de Canarias, cumplió con nota esa prueba. Aunque los aplausos ya no eran tantos ni tan entusiastas, la evolución de la pandemia en las Islas fue “espectacular”, como llegaron a reconocer tanto el director del Centro de emergencias sanitarias estatal, Fernando Simón, como el propio ministro de Sanidad, Salvador Illa. El pasado 5 de mayo no hubo nuevos positivos en las Islas, algo que no sucedía desde el 9 de marzo, antes incluso del estado de alarma, mientras que el pasado miércoles (por tercera vez desde el 14 de marzo) tampoco se produjeron fallecimientos, ni ingresos en planta, ni en cuidados intensivos.
Con tales datos, Canarias se puso a la cabeza para iniciar el desconfinamiento, a tal punto que tres islas (La Gomera, El Hierro y La Graciosa) se adelantaron una semana para entrar en la fase 1, la misma en que el resto de canarios se sitúa desde el pasado lunes y que solo disfrutan el 51% de los españoles.

Lo que se viene

Pero nada se ha ganado aún, sino que llega una fase particularmente delicada tras dos meses en estado de alarma. Con el corazón en un puño a la espera de comprobar si los canarios sabrán lidiar con un descofinamiento, que, sin duda, requiere de mucha más disciplina y control que, simplemente, quedarse en casa, las autoridades isleñas están centradas en conseguir la liquidez necesaria para seguir abonando desde los salarios públicos hasta todo tipo de ayudas. El tremendo agujero en los recursos propios al no recaudar, ni de lejos, lo previsto fiscalmente obliga a buscar en Madrid y Bruselas unos recursos imprescindibles para que Canarias no sea pasto de los tiburones antes de tiempo.

Y, todo ello, sabiendo que, sin vacuna, habrá rebrote este mismo año. Aunque esta vez sí estaremos preparados.

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