memorias

Alicia, la mujer más bella del mundo

Aquella entrevista en el programa ‘Ayer y Hoy’ marcó un hito en la televisión en blanco y negro
Alicia era como una diosa. Archivo Benítez
Alicia era como una diosa. Archivo Benítez
Alicia era como una diosa. Archivo Benítez

En este mismo periódico, en el año 2017, publiqué en papel la entrevista que varias décadas antes, aún en blanco y negro, le hice en TVE a la mujer más bella del mundo. Se llamaba Alicia Navarro Cambronero, nacida en Tenerife en 1915 y que con 19 años se convirtió en la primera Miss Europa española, en el balneario británico de Torquay. Por un azar recuperé las notas de aquella entrevista en televisión, que tuvo su anécdota. Era tal el número de llamadas que recibió la tele durante el programa Ayer y Hoy, dirigido y realizado por Mariano Martín, que se emitía en directo, que Eduardo Autrán-Arias Salgado, a la sazón director de TVE en Canarias, me hacía señas de que siguiera, de que no importaba que me pasara del minutado previsto. En esa época no se usaba el pinganillo de órdenes, no existía, y yo pensé que estaba pidiéndome que cortara ya la entrevista. Y la corté, ante la desesperación de Eduardo. Las llamadas seguían y –algo insólito en la historia de la televisión—, tras la publicidad tuvimos que anunciar que ante el interés despertado por la interviú la íbamos a continuar. Y Alicia estuvo más de media hora adicional contando su vida.

Era una mujer simpática y de una elegancia y belleza que dejaba atrás a la mismísima Ava Gadner. Tuvo una vida sentimental azarosa, ya que aquí se enamoró del empresario Augusto Santaella, pero nunca se casaron. Me confesó que Augusto era un hombre muy celoso, pero que estuvieron muy enamorados. Más tarde conoció a un abogado cubano, con el que contrajo nupcias, vivieron en La Habana y Cuba y tuvieron dos hijos (un chico y una chica). Precisamente, en el programa, al tiempo que me abrazaba me dijo que yo le recordaba mucho a su hijo. Más tarde conoció a un joyero griego, Thales Papadopoulos, con el que se casó en París. “Es un buen hombre, que me ha hecho muy feliz”, me contaba Alicia. “Pero ya no pude tener más hijos porque yo había cumplido los 60 años”, añadió.

Tras aquella entrevista acabamos la noche en la casa de Cayetano Gómez Felipe, el anticuario palmero afincado en Aguere, cuya residencia la ha convertido su hija en un museo, que tengo que visitar. Cayetano era íntimo amigo de Alicia Navarro y nos invitó amablemente a cenar, después del programa de televisión. Puede decirse que la isla de Tenerife empezó a conocer a aquel joven periodista, que entonces era yo, ese día y gracias a ella. Yo trabajaba en los telediarios de TVE en Canarias en la sección de deportes y también –con Pardellas- en ese programa de Mariano Martín, que era un gran realizador, pero con muy mala leche.

Causó tal sensación la belleza de Alicia Navarro en Torquay que el actor británico Ralph Lynn, que fue quien la coronó, sugirió que fuera recibida en el palacio de Buckinham por la reina Mary, madre de la actual reina Isabel y esposa del rey Jorge (el del discurso del rey), como así ocurrió. Alicia le llevó de regalo unos bordados canarios y ella la obsequió formándole la Guardia del Batallón Real (esa de los sombreros negros de plumas, tan característicos) en la puerta y ofreciéndole un té con pastas, durante el cual –más de una hora- la soberana se interesó por las islas y por la vida de Alicia.

Con Thales, el joyero griego, vivió en París, donde él era mayorista de joyas. Y en una ocasión coincidieron ambos en un restaurante con nuestra también Miss Europa (pero en 1970), Noelia Afonso Cabrera y con su esposo, Santiago Puig Serratusell. Ambas se saludaron brevemente a la salida de la cena. Para Noelia fue muy emocionante el encuentro y supongo que para Alicia también.

Yo recuerdo pasear con Alicia por la calle del Castillo, al día siguiente de la entrevista en televisión, y la gente se paraba, pero en tropel, para saludarla y pedirle autógrafos. Con 60 años era una auténtica diosa, muy retratada en su día por el fotógrafo Benítez, que obtuvo las mejores fotos de la mujer más bella del mundo, a decir de mucha gente. Impresionaba tanto que, con 19 añitos, tras lograr el título de Miss España, el rey Alfonso XIII se quedó prendada de su belleza y, rompiendo todo protocolo, cuando se la encontró en no sé dónde, no sé si antes o durante el exilio del monarca, le dio un beso en la frente. Ya se sabe cómo son los Borbones para las mujeres.

Yo había contado casi todo esto ya en 2017, en el mes de octubre, en este mismo periódico, dentro de una sección de recuerdos que se llamó Mis queridos amigos y enemigos y que pudiera ser la primera parte de mis memorias, considerando estos reportajes la segunda. Ojalá haya algún día un editor que se anime a publicarlo todo junto, porque yo ya no tengo demasiadas ganas de estar ordenando mi producción periodística, que por otra parte tengo archivada en tomos, por años, desde hace muchos.

Las revistas de aquellos tiempos, Mundo Gráfico, Blanco y Negro, Época y otras, se ocuparon de glosar los triunfos de Alicia en los concursos de belleza. Llamaba la atención por su elegancia. Cuando llegó a Tenerife, después de ganar el cetro europeo de la belleza en Torquay, rechazó el coche que le ofreció el Cabildo para llevarla a su casa. Regresaba en barco y una multitud la esperaba en el muelle. Ese recibimiento inspiró, en la ficción, al que le hicieron en Caracas a la protagonista de mi novela Los gallos de Achímpano, tras ganar el premio Cervantes. Alicia fue a pie desde el muelle hasta la plaza de la Candelaria, en medio de una lluvia de pétalos de rosas. Frente al Casino de los Caballeros, sociedad que la había presentado al concurso de Miss Tenerife, tomó el descapotable americano de don Álvaro Rodríguez López que la llevó a su casa. De las ventanas de Santa Cruz llovieron más pétalos de flores y hasta ramos enteros de rosas, la flor favorita de Alicia.

He encontrado en Internet un breve documental de la coronación de Alicia Navarro en Torquay, que ha sido subido a la red no hace mucho tiempo, porque para mí es nuevo. En él se aprecia, en imágenes no del todo buenas –son de 1935— el entusiasmo que despertó entre el público. Además, la joven Alicia se dirige en español a la gente diciendo lo feliz que se sentía representando a España y pasando unos días en el Reino Unido. El audio es bastante bueno.

Alicia Navarro es una de esas personas que jamás se olvidan. Muy agradable de trato, hay testimonios gráficos muy interesantes de su vida, tras su elección, gracias al fotógrafo Benítez, que era amigo suyo y la seguía a todas partes. Tengo una, incluso, vistiendo la camisa azul de Falange Española, cuando a Alicia no se le conocía filiación política alguna. Pero era la moda, en los inicios de la guerra civil, sobre todo. Había que sobrevivir.

Su amor con Santaella se enfrió, más que nada por los celos de él, conoció a ese abogado cubano, se fue con él a Cuba y, tras llegar Fidel al poder, vivieron en Miami. Luego se divorciaron, pero ya habían tenido a sus dos hijos, que viven en los Estados Unidos, aunque no tengo ninguna noticia del paradero de ellos –y me gustaría-. Cada vez que Alicia regresaba a Tenerife, después de aquella entrevista, me llamaba. No fueron muchas las ocasiones. Murió en París, aunque sus restos deberían descansar en su tierra.

Churchill, en el Puerto. Tras él Isidoro Luz. A la izquierda, detrás del camarero, el gran Domingo de Laguna. DA
Churchill, en el Puerto. Tras él Isidoro Luz. A la izquierda, detrás del camarero, el gran Domingo de Laguna. DA

CHURCHILL Y ONASSIS, EN LA ISLA

El 21 de febrero de 1959, el político británico, expremier y hombre fundamental en la política británica de toda una época (desde la reina Victoria al rey Jorge), Sir Winston Churchill, visitó la isla de Tenerife. Llegó en el yate Christina, en compañía del armador griego Aristóteles Onassis, de su esposa, lady Clementine, y de un grupo de amigos. No se separaba de él un inspector de Scotland Yard, que le servía de escolta y de secretario.

Churchill recorrió la isla en un automóvil del Cabildo, pero algunos trayectos los hizo en un pequeño coche, tipo jeep descapotable, conducido por el propio Onassis. En el Lido San Telmo del Puerto de la Cruz el fotógrafo Baeza tomó las mejores instantáneas de la visita de los ilustres huéspedes. Onassis, que no tenía fama de espléndido, le dejó 1.000 pesetas de la época como propina a los camareros del Lido. Era mucho más de lo que cada uno de ellos ganaba en un mes.

No hizo declaraciones políticas el viejo líder británico, que saludaba, sombrero en mano, a la gente que le aclamaba, de una manera especial miembros de la colonia británica y turistas alojados en el Puerto de la Cruz. Igual que ocurriera con don Pío Baroja, a quien Domingo de Laguna se atrevió a visitar en su casa de Madrid –y don Pío lo echó en cuanto se dio cuenta de su nivel-, fue este periodista, Domingo de Laguna (en realidad, Domingo García González) quien siguió a Churchill en su viaje por la isla y contó todo lo que vio en los periódicos de la época –El Día y La Tarde-.

También el redactor Luis Ramos se encargó de la información de la visita. Domingo y Luis aparecen en algunas de las fotos publicadas con motivo de la visita de ambos famosos a la isla. También recaló el yate de Onassis en La Palma y en Gran Canaria. Y en Madeira. En la localidad madeirense de Cámara de Lobos, Sir Winston pintó algunos cuadros –era muy aficionado a la pintura y no lo hacía mal; sus cuadros están moderadamente cotizados en los tinglados de Portobello-. El abogado tinerfeño Miguel Cabrera Pérez-Camacho, que es especialista en la vida y la obra de Churchill, consiguió una valiosa caricatura suya en un mercadillo del Reino Unido y la luce en su despacho.

Hay unas breves imágenes de la visita, en blanco y negro, colgadas en Internet. En el Lido San Telmo se bebieron una botella de whisky y el político aparecía con su inseparable habano. Le regalaron puros palmeros, de los que hizo elogios durante su visita a aquella isla, según las crónicas de la época.

Churchill fue amable con todo el mundo, se interesó por aspectos económicos de la isla y quiso conocer detalles de la derrota de Nelson en su ataque a Santa Cruz. Se llevó cumplida información de esta batalla, en tantas ocasiones obviada y confundida por los ingleses por propio interés. Hay que tener en cuenta que en esa época Canarias suscitaba mucho interés en el Reino Unido, singularmente después de que a finales del siglo XIX la escritora Olivia M. Stone publicara su crónica del viaje a las islas en su libro Tenerife y sus Seis Satélites y en el periódico The Illustrated London News, cuya colección completa figuraba en la biblioteca del Casino de los Caballeros, pero que fue expoliada por algunos desaprensivos en los reportajes referentes a la isla de Tenerife, entre ellos los de Olivia M. Stone, con fotos y dibujos de su esposo, John Harris Stone.

Yo era un niño –tenía doce años— cuando, con mi padre, que era primer teniente de alcalde portuense, vi a Churchill y a Onassis en el Lido San Telmo (hoy parte del complejo del Lago de Martiánez) del Puerto de la Cruz. Fue tal el entusiasmo que provocó la visita que mi tío José Manuel Sotomayor, a la sazón concesionario del Lido, mandó derribar el histórico muro del fortín de San Telmo para que aparcaran con más comodidad los miembros de la comitiva. El alcalde, el inolvidable Isidoro Luz Cárpenter, se lo hizo reconstruir, piedra a piedra. Estas cosas no pueden ni deben olvidarse.

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