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Isla cárcel-Isla horizonte 2

la “Isla” que habito se convierte en clave para abordar mi identidad. En la discontinuidad del territorio, el mar me coloca ante la posición de principio o término. Genera sentimientos de negatividad y condena, o de exaltación y optimismo. Es lontananza y límite, el horizonte de mis deseos. La “isla cárcel” me lleva al pasado y a la noche y la” isla horizonte” al futuro y a la luz. El mar que me rodea, me sitúa en la isla de náufragos que es la vida. Atrapado en ella, me expreso en sus bordes.
El mito de San Borondón representa la cercanía de un mundo mejor, el carácter fugaz y esquivo de una isla encubierta e inaccesible. Cuya imagen se vuelve tanto más real, cuanto mayor el deseo de encontrarla. Huérfanas de identidad, confluyen las culturas atlánticas. Atrapado en mis fronteras emocionales. De manera que la añoranza, la tristeza, la melancolía, la nostalgia, se convierten en mi esencia espiritual. La búsqueda más allá del horizonte, fija la finalidad del viaje. O será que el viaje carece de fin, cuando tan sólo es un propósito ?.
El “alma canaria” se mueve pulsada entre la “cárcel y el horizonte”. Me puede ofrecer más pasado que futuro, más noche que luz, más obligaciones que oportunidades. Me aleja del presente, llevándome a una cárcel donde todo está limitado, la realidad de la iniciativa contra la deriva de la inacción. Desconfío de las capacidades de una sociedad atrapada, con dificultades para exigir horizontes. Enredado entre las rejas que construimos para la isla cárcel. La cantamos ligada al paisaje, al mar y las playas, barrancos, riscos y lavas, al “almendro”; cuando nuestro paisaje sentimental es humano, construido sobre la familia, sobre el amor y la amistad.
El “espejo” me encierra en otra isla personal, donde me veo reflejado al infinito entre espejos enfrentados. Debe elegir el espejo que quiera que me refleje, elegir la cárcel que me contenga. Puedo pasar al otro lado del espejo, realidad o sueño. Seleccionar la dimensión de mi universo personal, elegir el grueso de los barrotes. Multiplicarme virtualmente para identificar el perfil que me conviene.
El “sueño”, como espejo de mi estado de vigilia. Freud y Jung, discrepan entre el sueño que te atrapa y el sueño que te compensa. Entre los deseos reprimidos de forma encubierta o simbólica, satisfechos o no. El sueño como puerta, que une conciencia, inconciencia y memoria profunda. Contra la versión de Jung, donde el sueño tiene una función compensatoria, juega evolutivamente a defenderme del otro lado del espejo de la vida, interpretando mis naufragios. Equilibra mi inconsciente personal y el colectivo, allí donde razón e intuición se encuentran.
La “humanidad” secuestrada, me la he dejado arrebatar; al otro lado de la isla, del mar, del mito, del alma canaria, del espejo y del sueño. Obedezco pero pienso; al final del espejo y del sueño, conservo mi reducto de libertad, donde mantengo decisión propia. Estoy en la cárcel del virus, en un aislamiento emocional, que me produce ansiedad e incertidumbre, desconfianza y miedo, no puedo medir la dimensión de mi conciencia. Alejado de mis relaciones sociales, mi cerebro ha perdido plasticidad, no puedo conocer el sentido de mis valores. Mi humanidad secuestrada a la que han dado a elegir entre “democracia y multiculturalismo”. Me ofrecen derechos de género, raza, nación, clima, escuela, migración, animalismo, memorias históricas, infancia. Banalizan el arte y la religión. Retales de valores segmentados, que me alejan de la ley, de la democracia y la cultura, de mi inteligencia y libertad. Situado en el viejo conflicto hispano del reparto territorial del poder, y de la igualdad de deberes en la nación única. Forzado a elegir entre “cárcel y horizonte”.

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