sociedad

Las tres estancias de González-Ruano en Tenerife

El escritor se alojó al menos dos veces en el Puerto de la Cruz
CÉSAR Y SU COMPAÑERA,MARY DE NAVASCUÉS, EN CAMELLO.DETRÁS, EL ENTONCES ALCALDE PORTUENSE ISIDORO LUZ. DA

Al menos tres veces visitó César González-Ruano Tenerife; y al menos dos de ellas se alojó en el Puerto de la Cruz. La última vez que vino a la Isla fue en enero de 1962, aunque el escritor, uno de los mejores periodistas españoles del siglo XX, tuvo previsto otro viaje, que nunca realizó.
Por los datos que tengo, su anfitrión fue en dos ocasiones Isidoro Luz; en unos Juegos Florales del Ateneo quien lo invitó fue su entonces presidente, Luis Álvarez Cruz. He conseguido, gracias a la familia Luz Cullen, una foto inédita del escritor y poeta, sentado en la silla de un camello, en el Puerto de la Cruz, con su compañera de tantos años, Mary de Navascués, e Isidoro Luz Carpenter, alcalde portuense.
César se había casado con la periodista Esperanza Ruiz-Crespo en 1926, con quien tuvo una hija. Se divorciaron en 1934, pero el franquismo no reconoció los divorcios de la República y no pudo casarse legalmente con su segunda pareja, María de Navascués, madre de dos hijos del periodista, un chico y una chica, César y Marina.
En el último y citado viaje a Tenerife, César impartió cuatro conferencias según detalla en su Diario Íntimo, una en el Círculo de Bellas Artes, otra en la Mancomunidad de Cabildos, otra en Icod y otra en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, en el Puerto. En 1962 yo tenía 15 años. Isidoro Luz fue alcalde del Puerto de la Cruz hasta diciembre de ese año, mes en que fue designado presidente del Cabildo Insular. También cita César en sus viajes a Tenerife al alcalde de Icod, Julio Arencibia, y a los periodistas Ernesto Salcedo y Luis Álvarez Cruz. Y a don Antonio Lecuona, presidente del Círculo de Bellas Artes y expresidente del Cabildo.
Recuerdo perfectamente esta última estancia del periodista madrileño, charlando con mi padre, que era una de las personas de confianza de Isidoro Luz y su primer teniente de alcalde durante años y años. Hasta el punto de que mi padre fue el que lo sustituyó, como alcalde accidental, durante dos años, cuando Isidoro fue designado presidente del Cabildo, y antes de que tomara posesión del cargo de alcalde portuense su sucesor, Felipe Machado del Hoyo. Yo creo que fue el periodista canario Mariano Daranas, gran amigo de Isidoro y de César, quien presentó al alcalde portuense a González-Ruano; y a través de Daranas el edil lo invitó a la isla. Isidoro Luz aparecía de vez en cuando por la tertulia de César en el Café Gijón. Eran muy amigos. Daranas fue corresponsal de ABC en París durante la segunda gran guerra.
César González-Ruano fue un hombre con muchas luces, pero también con muchas sombras. Las sombras están contenidas en El marqués y la esvástica (Anagrama), de los autores Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas. La foto que acompaña a estas líneas es todo un documento inédito. No se encuentran en la Internet muy fácilmente fotografías de la pareja de César, Mary de Navascués, cuya tía, una importante artista, tuvo una hija con Alfonso XIII, que fue internada en un convento. El tatarabuelo del actual rey tuvo varios hijos ilegítimos, entre ellos dos con la cupletista Moragas y una con la citada Carmen de Navascués, que usaba otro nombre artístico en sus actuaciones.
César González-Ruano no consiguió rehabilitar para él el marquesado de Casa-Cagigal, uno de cuyos titulares fue capitán general de Canarias y, según el cronista y alcalde portuense Álvarez Rixo, un notable cornudo. En una de sus estancias en la isla, César estuvo persiguiendo por las casas nobles de La Laguna un óleo del marqués, pero en su Diario Íntimo no dice si lo encontró o no.
Es curioso que no haya disponibles muchas fotos de Mary de Navascués, la pareja de César, en Internet, aunque fue retratada por importantes artistas, entre ellos Manuel Viola, amigo de la pareja. El escultor Pérez Comendador realizó un busto suyo, que fue instalado en los jardines de su casa de Cuenca. También fue González-Ruano amigo de Óscar Domínguez durante su estancia en París; la Gestapo encerró al periodista en la prisión militar de Cherche-Midi, donde un compañero de celda lo acusó de delator de judíos, extremo que se confirma en el libro citado anteriormente. Fue juzgado, en ausencia, tras la guerra, y condenado a 20 años de trabajos forzados, por chivato. No cumplió la condena: ya vivía en España. Pero este extremo no ha sido demostrado fehacientemente. En la prisión escribió Balada de Cheche-Midi, un poema al estilo de Oscar Wilde, extraordinario. Con la biografía de Baudelaire, esta Balada es uno de sus mejores libros.
A pesar de su supuesta amoralidad, nadie discute al periodista su brillantez como escritor. Escribió unos 80 libros, veinte de ellos de poesía, y unos 30.000 artículos en sus solo 62 años de vida. Una vez, al enseñarle un canónigo el tesoro de la catedral de Sigüenza, se guardó una cuchara de oro en su bolsillo. Al ser descubierto, dijo: “Lo reconozco, soy un miserable”.
Él y Mary, cuyas voces se conservan en el archivo sonoro de RNE, se conocieron cuando ambos caminaban por la Gran Vía en direcciones contrarias. Se miraron y se enamoraron. Yo le escuché a Lorenzo Bruno, conocido militar tinerfeño e íntimo de Isidoro Luz y de mi padre, que César viajó una de las veces a Canarias “con un penco” (sic), pero me parece que Lorenzo estaba en un error. Mary era la esposa, de facto, de César, aunque cuando murió quien apareció como viuda en la esquela del ABC fue su primera mujer, Esperanza. Incluso fue a velar el cadáver. Dicen las crónicas que Mary respetó el gesto y se fue a otro salón de su casa para no violentar el momento.
César valoró y llevó a la práctica el consejo que una vez le dio el escritor y diplomático colombiano Vargas Vila, cuando le dijo:
-Cuídese usted mucho de tener una leyenda. Si usted no dispone de difamadores no tendrá nunca nada.
Parece que el escritor madrileño se lo tomó al pie de la letra. Una vez se tiñó el pelo de rubio y entró en el Ateneo de Madrid, durante un homenaje a Cervantes, para decir: “El Quijote está escrito con los pies; y se comprende, porque Cervantes era manco”. Fue expulsado, aunque él negó siempre esa expulsión “porque nunca fui socio”. Tampoco académico, según parece, porque se negó a pedir a otros académicos que lo eligieran.
Siempre escribió en los cafés y cuentan que al principio de su carrera pedía a los camareros que lo telefonearan para que le comunicaran a gritos la llamada y aumentar así su popularidad entre los clientes. Escribió principalmente en dos, en el Gijón, hasta que se peleó con no sé quién, y en el Teide; también en el Comercial.
En 2015, RNE le dedicó un espacio dentro de la serie Documentos, en el que se recogen las voces de archivo del propio César, de Mary, de Marino Gómez Santos (su amigo y luego ‘enemigo’) y del poeta Manuel Alcántara, entre otros. Umbral lo consideraba uno de sus maestros y uno de los grandes cronistas españoles del siglo XX. También influyó mucho en José Luis Coll y en quien es hoy uno de los mejores articulistas españoles, Raúl del Pozo.
Con Raúl tuve la suerte de hacer un Camino de Santiago, invitados por Seat, y de cubrir un suceso ocurrido en Santa Cruz en el 70, el llamado “crimen de los alemanes”. Trabajaba Raúl entonces en el diario Pueblo de Emilio Romero, donde hice unas prácticas de periodismo, más bien de diseño, a las órdenes del maestro Asensi. Trabajaba yo entonces en el periódico La Tarde, con don Víctor Zurita y Alfonso García-Ramos.
Según Rosa Sala, César tuvo dos grandes amores en su vida: “Mary de Navascués y su obsesión por la sangre azul”. Sus ínfulas de nobleza le llevaron a solicitar a Alfonso XIII durante su exilio en Roma (César fue corresponsal de ABC en Berlín y Roma) la rehabilitación del marquesado de Casa-Cagigal. El monarca no lo pudo complacer: ya no era rey.
Mujeriego, moroso, gastador, coleccionista de antigüedades, fumador empedernido, bebedor al final de sus días, poco antes de morir, en uno de sus últimos artículos, escribió: “La muerte no es más que perder la costumbre de vivir”. Curiosamente, los médicos, entre ellos el marqués de Villaverde, lo mandaron a casa desde el hospital porque estaba mejor. A los quince días murió, en su piso de Ríos Rosas de Madrid.
Durante sus estancias en Tenerife, César y su pareja fueron obsequiados y atendidos por lo más granado de la sociedad tinerfeña. Poco antes de morir, en diciembre de 1965, vendió su palacete de Cuenca por 500.000 pesetas al pintor Antonio Saura. Tuvo Ruano varias casas al mismo tiempo: Madrid, Cuenca, Benidorm, Mazagón y creo que alguna más. Cuando vino de París se instaló en Sitges, donde escribía en un recinto de playa llamado El Chiringuito. Todavía existe allí, en su memoria, una silla vacía, una mesa vacía y una placa. Cuentan que César era capaz de comprar la enciclopedia Espasa a plazos y a los diez minutos venderla en la Cuesta de Moyano a mitad de su valor, en momentos de apuro. Luego tampoco pagaba los plazos. Pero siempre tuvo varias personas a su servicio y unos gastos desmesurados: 20.000 pesetas al mes necesitaba para vivir. Las ganaba.
Hay quien opina que González-Ruano tenía tinta en las venas: ya hemos dicho que escribió más de 30.000 artículos, a veces hasta siete en un día. Nunca supo manejar una estilográfica, aunque escribía con ella mojándola en el tintero, como Camilo José Cela, otro de sus amigos. A Isidoro Luz, a quien siempre trató con mucho respeto, lo cita en varias ocasiones en su Diario Íntimo. Al pintor Óscar Domínguez le cedió su estudio en Montparnasse, cuando dejó París, expulsado por la Gestapo. Óscar vivía entonces con la vizcondesa de Noailles, una amiga progre del pintor que lo financió durante años. Pero necesitaba un picadero. Óscar copiaba tan bien a Picasso, a quien llamaba ‘don Pablo’ , que este le dejó falsificar algún cuadro para que subsistiera. Pero a quien mejor copiaba era a Chirico. Se dice que en una exposición de Chirico celebrada en París no había ni un solo cuadro del italiano: todos eran de Óscar. Chirico cobraba sin trabajar y le daba una parte a Domínguez. Todo esto lo cuenta Ruano en su Diario Íntimo.
De esto y de muchas cosas más hablaba César con sus anfitriones en Tenerife durante sus estancias. No de su lado oscuro, la venta de visados para cruzar a España a cientos de judíos, que nunca llegaban a nuestro país sino que eran ametrallados en los bosques de Andorra. Tampoco hay documentos que avalen esta teoría, aunque sí algún confuso testimonio. Cuando Ruano ingresó en la prisión de Cherche-Midi llevaba 12.000 dólares en efectivo y un diamante de nueve kilates. ¿De dónde los había sacado? Parece que las ganancias se las repartía con el mafioso y actor, yerno del dictador Trujillo, Porfirio Rubirosa. Que ni chiquito personaje.
Cuando se le pregunta a Rosa Sala si Mary de Navascués, su gran amor, le fue fiel al escritor, la autora de su biografía más negra contesta: “No sé si le fue fiel, pero desde luego sí le fue leal”. Cuenta Marino Gómez Santos algunas de las manías de grandeza de César. Una noche se emborrachó la cocinera y se despidió el camarero que siempre tenía en casa. Mandó a Mary a la Plaza Mayor a comprar viandas y unos guantes blancos. Él se fue al café Gijón y contrató al limpiabotas como camarero. Le enfundaron los guantes y el uniforme del criado despedido y Mary improvisó la comida. Pero los guantes cedieron y mostraron los dedos negros del betunero, entre la consternación de los marqueses invitados, que veían cómo metía aquellos negros dátiles en la sopa que servía.
Durante la ocupación alemana de París vivieron en un piso de 850 metros cuadrados en la mejor zona de la ciudad, propiedad de un judío que había huido. Dicen que Ruano vendió todos sus muebles. He aquí el diálogo de su liberación de Cherche-Midi, según el testimonio del jefe de Prensa y propaganda de Franco, Joan Estelrich: “Entonces, usted no ha querido favorecer a los judíos, usted solo ha querido estafarlos”. “Sí”. “Pues usted entonces no es un agente de los judíos, usted solo es un sinvergüenza”. Y lo pusieron en libertad. Había espiado hasta para Goebbels.
Cuentan que Ruano era para los alemanes “un aventurero dañino”, para los italianos “un sujeto sospechoso al máximo” y para la resistencia francesa “un tipo degenerado y depravado”. La guerra civil lo cogió en la casa francesa de Raquel Meller, que al parecer fue su amante. Por eso no lo fusilaron ni la República ni el franquismo. También simpatizó con la Falange. Le había publicado, en 1930, la mejor entrevista a José Antonio Primo de Rivera que jamás le hicieron en su vida. Y frecuentó la casa de Pío Baroja, trató mucho a Julio Camba y admiró y visitó a Azorín. “Don Pío, en su casa, no presentaba a nadie porque tampoco conocía a ninguno de los que le iban a ver”, decía.
En 1965, el escritor y poeta ultraísta murió en su domicilio madrileño. Siempre habló bien de Canarias y de sus gentes. Adoraba las islas, las cumbres del Teide. También visitó en alguna ocasión Gran Canaria y era un enamorado de la poesía de Tomás Morales y de otros vates isleños. Su disertación en el Teatro Leal fue memorable, dentro de los Juegos Florales del Ateneo. Hubo conferencias del periodista, sobre todo una en el diario Pueblo de Madrid, cuyos aplausos finales duraron más de tres minutos. Sus mejores crónicas en Arriba, La Vanguardia, Pueblo y ABC son memorables. El principal especialista en González-Ruano es Miguel Pardeza Pichardo, futbolista y director deportivo que fue del Real Madrid, filólogo, cuya tesis doctoral versó sobre la vida y la obra del escritor madrileño.
He querido que este último capítulo -por el momento- de mis Memorias esté dedicado a uno de los mejores articulistas españoles del siglo XX, capaz de los mayores disparates y de las mayores glorias. Ganó el premio Mariano de Cavia con un artículo precioso, titulado: “Señora, ¿se le ha perdido a usted un niño?”. Recomiendo su lectura. Está en la Internet. Otro de sus grandes amigos y discípulos fue el escritor y poeta murciano Salvador Jiménez, gran amigo mío también, quien, siendo jefe de Prensa de Iberia, me invitó a Nueva York a ver el Guernica en el MOMA por última vez, antes de su regreso a España. Fue un viaje extraordinario. Salvador fue uno de sus albaceas literarios.

TE PUEDE INTERESAR