tribuna

Los ingenieros de montes de Canarias y el Día Mundial del Medio Ambiente

Por Isidoro Sánchez García y Juan Carlos Santamarta

A los pocos años de comenzar a trabajar en Canarias para el organismo autónomo Patrimonio Forestal del Estado (PFE), en 1966, como ingeniero de montes contratado, escuché de mis jefes, José Miguel González, en Tenerife; Juan Nogales, en Las Palmas, y Francisco Ortuño, en Madrid, la importancia de salvar el planeta Tierra, más bien el planeta agua. Realmente, era salvar el Mundo. Lo mismo me comentó en 1982 el profesor Jean Dausset, Premio Nobel de Medicina de 1980, cuando le acompañé por el Teide y Garajonay. Entre otras actividades repoblando montes, evitando la deforestación y manteniendo el ciclo hidrológico de los bosques canarios con la lluvia horizontal como bandera. Particularmente en los pisos de vegetación que describiera hacía dos siglos el ilustre naturalista prusiano, Alejandro de Humboldt, cuando visitó Tenerife y subió al pico del Teide por la nublada cara norte de la isla en la que pudo medir la cota de la “panza de burro”, a los 1.131 metros. Me refiero a la laurisilva y al pinar canario, entre los 1000 y los 2000 metros de altitud sobre el nivel del mar.

En 1974, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declara el Día Mundial de Medio Ambiente, el 5 de junio, en recuerdo de la fecha en la que se inició la Conferencia de Estocolmo en 1972, cuyo tema central fue el Medio Ambiente. Ese año me nombraron director del Parque Nacional del Teide en la isla de Tenerife, poco después de ingresar en el Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (Icona) en 1972. A partir de esa época la ONU sensibiliza a la población mundial en relación a temas ambientales intensificando de manera significativa la atención y la acción política. Sobresalen objetivos claros como convertir el planeta Tierra, con un 75% de agua, en un ecosistema donde la población de seres humanos conviva en armonía con los otros seres vivos y con el medio físico que comparten, para que se conviertan en agentes activos del desarrollo sostenible promoviendo el desempeño de papeles fundamentales de la comunidad mundial a la hora de cambiar de actitud hacia asuntos medioambientales.

En 1980 se aprueba la Estrategia Mundial de la Conservación de la Naturaleza marcando un hito en la política internacional de las naciones sobre la conservación de los recursos naturales y se presentó en sociedad de manera oficial el 5 de marzo. El profesor Robert Allen, miembro de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), elaboró un extenso documento que hizo llegar al mayor número de personas posibles de todos los continentes, donde la conservación de la naturaleza y la utilización racional de los recursos vivientes deberían ir de la mano. Es que no podía entenderse un desarrollo de estas características en los pueblos del mundo sin una conservación y una utilización, basada en los principios ecológicos, de los recursos vivientes de nuestro planeta. En colaboración con la Fundación para la Ecología y la Protección del Medio Ambiente (Fepma) el mensaje medioambientalista se tradujo al castellano.

El profesor Allen se preguntaba por entonces, 1980, por qué había que salvar el Mundo y cómo hacerlo. Contestó que asegurando el suministro de los alimentos, salvando a los bosques, aprendiendo a vivir en el planeta y con su medio ambiente, poniéndose de acuerdo con las demás especies y organizándose, tanto los seres humanos como los gobiernos. Por su parte, la Fepma escribió que manteniendo los procesos ecológicos esenciales y los sistemas soportes de la vida, preservando la diversidad genética y utilizando de manera sostenible las especies y los ecosistemas.

En 1982 me nombran director del Parque Nacional de Garajonay, en la isla de La Gomera. Por aquella época escribí en la prensa canaria un artículo sobre el Medio ambiente y los políticos, donde señalo las relaciones Hombre-Naturaleza y recomiendo la simbiosis que debería existir entre ambos para evitar llegar a situaciones límites como las que se estaba viviendo entonces: la supremacía del ser humano sobre la naturaleza. Una situación límite en la que tuvo que incluirse la defensa del hombre del mismo hombre. Se llegó a plantear el arte de resolver los problemas medioambientales del ámbito territorial canario, porque las islas son ecosistemas frágiles y sensibles a cualquier factor de perturbación, y del equilibrio exquisito entre desarrollo y conservación dependerá en definitiva nuestra economía y nuestra supervivencia. No debía resultar extraño que intentásemos abordar con claridad una serie de actuaciones programáticas que permitiesen a los ciudadanos de las islas y a quienes nos visitaban, disfrutar de una calidad de vida medioambiental que hiciese de Canarias un verdadero archipiélago para vivir. Para su consecución recomendaba a la clase política la conveniencia de apostar por una estrategia regional de conservación de la naturaleza. Pensaba como siempre que las generaciones futuras lo sabrían agradecer y que habríamos contribuido a salvar el Planeta, en la filosofía de ser respetuosos con la naturaleza pensando globalmente y actuando localmente.

Al comienzo del siglo XXI irrumpe un nuevo orden internacional caracterizado por el terrorismo, las catástrofes naturales, las migraciones y el cambio climático, pero nadie dice nada de epidemias pese a que la humanidad había conocido a lo largo de su historia épocas desastrosas en ese sentido. En 2020 aparecen dos pandemias a nivel planetario: la sanitaria, derivada de la Covid-19, y la climática, originada décadas atrás. Ante esta situación hay que estar convencidos de la existencia de un riesgo total para tomar medidas eficaces y radicales, señaló recientemente, Josep Santacreu, en un excelente artículo del Laboratorio de Ideas. Son los momentos en que nos confinamos por la cuarentena derivada de la Covid-19, a partir de marzo de 2020, año pandémico por excelencia.

Hay estos días informaciones de todo tipo. El ecólogo español Fernando Valladares afirma: “Si protegemos la biodiversidad, protegemos la salud porque ayuda a repartir la carga vírica entre las distintas especies y entre los individuos de esas especies; además atenúa los contagios”. De otra parte, un artículo de Mario Rodrigo sobre La pandemia que se veía venir, resalta el informe demoledor de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de septiembre de 2019, respecto al peligro que podía llevar una enfermedad similar a la gripe que podría extenderse en poco más de 36 horas y acabar con la vida de más de 80 millones de personas. El documento se titulaba Un mundo en riesgo y había sido redactado por un equipo de expertos encabezado por la señora Gro H. Brundtland, exministra noruega, directora de general de la OMS y jefa del equipo que en 1987 elaboró para las Naciones Unidas el Informe que lleva su nombre y en el que se habló por vez primera del Desarrollo Sostenible en Nuestro Futuro Común. Sensatez, sentido común y equilibrio del ser humano con el medioambiente es la mejor solución para afrontar el peligro del riesgo de las pandemias, tanto de la sanitaria como de la climática. Este 2020 es una buena oportunidad para reflexionar.

Por estas consideraciones, me he permitido solicitar de mi decano, el polifacético ingeniero de montes Juan Carlos Santamarta, la posibilidad de ofrecer a Canarias, una semana después del 30 de mayo, Día de la Comunidad, un mensaje relacionado con la naturaleza. La aportación de los ingenieros de montes en un Día como el de Medio Ambiente, a la “Reactivación social y económica de Canarias” tras la crisis generada por la pandemia del Covid-19 a partir de la primavera del año 2020. No solo como responsables, muchos de ellos, de la dirección de los Parques Nacionales canarios, la bandera insigne de la Naturaleza en las Islas, ni de la gestión en la conservación y restauración de la biodiversidad de los ecosistemas forestales insulares, ni de los planes de los incendios forestales. Hablo de contribuir, personal y públicamente, al cumplimiento por parte de las autoridades competentes, del objeto de la vigente Ley de Montes, como instrumento eficaz para garantizar la conservación de los montes así como para promover su restauración, mejora y racional aprovechamiento.

Resulta imprescindible recordar la función social relevante que desempeñan los montes, particularmente en Canarias donde son espacios abiertos, tanto como fuente de recursos naturales, como por ser proveedores de múltiples servicios ambientales, entre ellos, de la protección del suelo y del ciclo hidrológico; de fijación del carbono atmosférico; de depósito de la diversidad biológica y como elementos fundamentales del paisaje. El reconocimiento de estos recursos y externalidades, de los que toda la sociedad se beneficia, obliga a todas las administraciones públicas a velar en todos los casos por su conservación, protección, restauración, mejora y ordenado aprovechamiento. Los bosques son los salvadores de nuestra salud porque evitan la contaminación atmosférica.

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