tribuna

12J, singularidades y nacionalismos

los comicios de Galicia y País Vasco confirman la fortaleza de partidos defensores de elevados niveles de autogobierno, volcados en las reivindicaciones de sus comunidades e implicados en la mejora del bienestar de sus ciudadanías. Confirman, asimismo, la debilidad de las formaciones de izquierda estatalista

Las elecciones celebradas el pasado 12 de julio en Euskadi y en Galicia han consolidado a las dos formaciones que venían liderando sus respectivos gobiernos, el PNV, con Iñigo Urkullu al frente, y el PP, con la presidencia de la Xunta en manos de Alberto Núñez Feijóo, que acumula cuatro mayorías absolutas desde 2009. Aunque en el segundo de los casos también podría considerarse que fortalecen un liderazgo personal, el de Feijóo, y su propuesta política, identificada con la defensa de los intereses territoriales gallegos y, además, mucho más centrada ideológicamente que la que viene poniendo en práctica Pablo Casado desde que está al frente del partido conservador.
Respecto al País Vasco, el PNV de Iñigo Urkullu consigue el 39,12% de las papeletas e incrementa tres escaños con relación a los comicios de 2016, aunque pierde casi 50.000 sufragios respecto a la anterior cita electoral autonómica. La clave de esa mejoría en actas en el Parlamento pese a la pérdida de votos se encuentra en la elevada abstención, el 47%, casi ocho puntos más que en 2016. Notable es el incremento de EH Bildu, aunque sin mejorar sus datos de 2012. Obtiene el 27,84% de votos, 6,5 puntos más que en 2016, aumenta en más de 23.500 las papeletas y contará con tres plazas más en la Cámara, al pasar de 18 a 21. Esto supone que el espacio del nacionalismo acapare casi el 67% del apoyo popular en las urnas, y que uno presidirá el Ejecutivo y el otro la oposición.
Los socialistas se mantienen estables: pierden 4.551 votos, pero suben un escaño y con toda probabilidad, repetirán el gobierno de coalición con el PNV. Aunque Odón Elorza, exalcalde de San Sebastián y diputado por Guipúzcoa en el Congreso, planteaba tras conocerse los resultados si no tendría sentido que el PSOE dejara gobernar a Urkullu en minoría y pasara a ejercer “una oposición responsable y constructiva”. Por cierto, los números no dan para la mayoría de izquierdas anhelada por Podemos y negada siempre por el PSOE: el conjunto de las izquierdas estatales y soberanistas se quedó a un escaño de los 38 que marcan la mayoría absoluta.
Los grandes damnificados de la jornada fueron Elkarrekin Podemos que pierde más del 54% de las papeletas y baja cuatro escaños; y el PP que, pese a concurrir con Ciudadanos, con el regreso de Carlos Iturgaiz, de la línea más conservadora y antinacionalista, reduce a la mitad sus votos y pasa de 9 a 6 actas, de las que dos corresponden al partido de Inés Arrimadas. La extrema derecha entra por Álava con apenas el 3,8% y 4.722 votos en la circunscripción, como le sucedió en 2009 (5.990; 3,98%) y 2012 (5.453;3,47%) a UPyD, entonces la opción más antinacionalista.

Reforzamiento
En cualquier caso, los hombres y mujeres de Euskadi han apostado mayoritariamente por el continuismo al frente de su Gobierno, así como por el reforzamiento de los partidos nacionalistas en sus muy diferenciadas opciones. Un reforzamiento que se encuentra muy relacionado con los buenos gobiernos, el reconocimiento a las políticas implementadas y los niveles de bienestar alcanzados; mejorando, asimismo, posiciones los que plantean mayores exigencias en el ámbito de los servicios públicos y de la equidad, pese a ser una comunidad con más que notables parámetros educativos o sanitarios y reducidos niveles de pobreza.
Con relación a Galicia, el PP de Feijóo renueva su mayoría absoluta de forma nítida: el 47,98% de los sufragios (eso sí, reduciendo 67.000 votos con relación a 2012) y 41 de los 75 escaños de la Cámara gallega. Es una organización atípica respecto a las del PP en otras comunidades; sin ser nacionalista sí que práctica un regionalismo galleguista, profundamente autonomista y con una amplia penetración en el conjunto de la sociedad gallega que le sitúa como formación clave en esta comunidad histórica.
El BNG, una veterana organización nacionalista de izquierdas, resurge con fuerza tras haberse visto relegada a un lugar secundario en las elecciones de 2012, superado por la AGE (Alternativa Galega de Esquerda) de su exdirigente histórico Xose Manuel Beiras, y en las de 2016, en este caso al quedar detrás de las Mareas articuladas por Podemos. La candidata del BNG, Ana Pontón, que ya había concurrido en 2016, ejercerá el liderazgo de la oposición.
El crecimiento del BNG, de 6 a 19 escaños, es casi paralelo al hundimiento de Galicia en Común, marca en esta ocasión de los de Pablo Iglesias, que tras numerosas crisis y rupturas desaparece del Parlamento gallego y no llega al 4% de los votos. El PSOE, al igual que en el País Vasco, resiste, ganando un escaño, pero es la tercera fuerza política en una Cámara en la que solo estarán PP, BNG y los socialistas.
Las elecciones del 12J se observan también desde la posible influencia de sus resultados en el ámbito estatal. Por el importante papel que desempeña el PNV en el apoyo al Gobierno que preside Pedro Sánchez. Por las consecuencias que puede tener el notable debilitamiento de Podemos -que pierde más de 300.000 votos entre Euskadi y Galicia- en el peso de su organización, y de sus líderes, en el Ejecutivo de coalición con el PSOE. Así como por el absoluto fracaso de la apuesta de Pablo Casado, al apartar a Alfonso Alonso e imponer el regreso al pasado con Iturgaiz en los comicios vascos; y, por el contrario, el éxito de la fórmula galleguista y moderada de Feijóo.
En cualquier caso, los comicios de Galicia y País Vasco confirman la fortaleza de partidos defensores de elevados niveles de autogobierno, volcados en las reivindicaciones de sus comunidades e implicados en la mejora del bienestar de sus ciudadanías. Confirmando, asimismo, la debilidad de las formaciones de izquierda estatalista en uno y otro territorio.

Estado plurinacional
Por otra parte, las dos elecciones del 12J evidencian, una vez más, las diferentes realidades entre las comunidades autónomas. En el marco de un Estado plurinacional, con diversas expresiones históricas, culturales, económicas o fiscales, frente a tentaciones centralizadoras siempre latentes. Con distinciones también respecto al ecosistema de partidos, como sucede también en Cataluña, Navarra, Comunidad de Valencia o Baleares, en las que tienen un relevante peso formaciones de corte nacionalista y en las que nunca funcionó el bipartidismo estatalista.
Lo mismo sucede en Canarias, donde el nacionalismo conjuntamente consiguió más del 30% de las papeletas en las elecciones autonómicas celebradas en mayo de 2019, aunque lejos de su mejor resultado, el 37,8% de 1999; en la que forma parte del cuatripartito gobernante una formación de ese espacio, Nueva Canarias, y en la que otra, CC, lidera la oposición parlamentaria. Una comunidad que, sin haber sido reconocida en su momento como histórica, es la nacionalidad más alejada, situada junto al continente africano, la más singular y la que más precisa contar con la máxima capacidad de autogobierno para seguir avanzando en la economía y en el empleo, para superarse y alcanzar mayores niveles de bienestar, equidad y sostenibilidad económica y ambiental.

*Vicepresidente y consejero de Hacienda, Presupuestos y Asuntos Europeos del Gobierno de Canarias

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