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La nueva normalidad marchita

Más allá de su presidencia socialista, el Gobierno español y el canario se parecen mucho. En ambos ejecutivos algunos de sus miembros se han marchado –han sido invitados muy amablemente a irse- por renuncias fiscales, incapacidad política manifiesta o gestión –ausencia de gestión- indefendible. Y en ambos ejecutivos la autoridad de su presidente –socialista- está permanentemente cuestionada por un vicepresidente de otro partido que hace la guerra por su cuenta. Porque los dos gobiernos son de coalición entre fuerzas políticas no muy bien avenidas, que se dicen y se contradicen sobre casi cualquier asunto. Se trata de coaliciones tóxicas, que han obligado a repartir las carteras no en función de capacidades y competencias técnicas, sino por exigencias de unos equilibrios, que, además, en Canarias se multiplican por islas. El penúltimo episodio ha sido el desembarco en Turismo (un sector del que depende Canarias para subsistir y para existir) de alguien sin la menor experiencia ni formación en el mismo, previo cambio de partido y dimisión forzada de su antecesor. Y así nos va.

Por suerte para los canarios, nuestro presidente es un político moderado y dialogante, muy diferente al radical autoritario sin escrúpulos que gobierna en Madrid y del cual depende. Actúa como un socialdemócrata de verdad, aunque su partido ha dejado de serlo, y, desde una posición socialcomunista, persigue y margina a los barones territoriales que, como el nuestro, se han tomado en serio lo del abandono del marxismo que los socialistas alemanes le impusieron a Felipe González para seguir financiándolo. Esa es la enorme debilidad del presidente isleño, que no puede enfrentarse a un Gobierno que lo margina en beneficio de catalanes y vascos, pero que teóricamente -solo teóricamente- es su amigo.

El citado episodio en Turismo ha venido precedido de un cese y una dimisión en Sanidad y Educación, lo que, junto a los problemas con Madrid y con los partidos que le acompañan, ha venido a complicar hasta el infinito la gestión de Ángel Víctor Torres. Su Gobierno, fruto del llamado pacto de las flores, prometió un programa de gobierno de políticas sociales –con la Sanidad y la Educación como enseñas principales- y de políticas económicas, con el eje ineludible del Turismo. Y sus flores han empezado a marchitarse justamente en esos ámbitos. Y no por culpa de la pandemia, precisamente.

Ahora bien, a pesar del balance en general ligeramente positivo del presidente canario, no está exento de culpa –ni mucho menos- en la deriva de su Gobierno. Miente y trampea sobre sus relaciones y reuniones con Madrid, que lo maltrata; y miente y trampea para vendernos la pobre gestión suya y de la gente que lidera. La penúltima ocurrencia ha sido firmar nada menos que el Día de Canarias -un día dedicado a la unidad- un pacto para la reconstrucción, que han suscrito todos menos lo populares y Ciudadanos. Se trata de un documento de propaganda política, que trampea con las cifras y los presupuestos, y cuya financiación está más que lejos de encontrarse asegurada. Y más lejos todavía de poder impedir que las flores del otro pacto terminen de marchitarse. El reloj de flores ya está contando las horas que faltan.

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