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Altamira

En los ochenta cerraron al público por primera vez las cuevas de Altamira desde que fueron descubiertas por un antepasado de la familia Botín. La respiración y el calor que producen las visitas estaban alterando las pinturas rupestres que se conservan en ellas. En esa época yo estaba muy ligado al Banco Santander a través de un alto cargo de la entidad, José Luis Martínez-Marauri Bujanda. Me lo presentó un íntimo amigo suyo, el odontólogo doctor Ruperto González Giralda, que fue presidente de la Federación Dental Internacional. Sólo dos españoles consiguieron acceder a este prestigioso cargo para los dentistas: el doctor don Florestán Aguilar, odontólogo personal de Alfonso XIII y el doctor González Giralda. El Santander me invitaba a sus consejos anuales y tuve el placer de hablar varias veces en privado con Emilio Botín hijo, su presidente. Un día, Marauri me llamó y me preguntó si necesitaba algo, que querían premiar mi fidelidad al banco. Le dije que me encantaría visitar las cuevas de Altamira. Me mandaron un billete de avión en primera clase, me recibió en Santander un empleado del banco y me pusieron a mi disposición un coche de la entidad, con chófer, para que me llevara a las cuevas, que se abrieron para mí. Con una guía muy simpática, a la que me parece que invité esa misma noche a cenar. Es decir, que yo soy una de las personas que visitó el lugar con todo el detenimiento del mundo y que recibió una completísima información del increíble recinto. Nunca les agradecí lo suficiente la invitación a mis amigos del Santander y jamás olvidaré aquella visita. Como tampoco olvido la anécdota de Galván Bello con el viejo Botín, cuando este puso un pie en un sillón del Cabildo (padecía gota). Galván llamó a un ujier y le dijo: “Tráigale a don Emilio una butaca del baño para que quite el pie del sillón”.

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