Cuentan crónicas viejas, y recoge Álvarez Rixo en sus Anales, que a un fraile del convento dominico portuense, famoso por sus trastadas a los otros miembros del claustro, le gastaron una broma que casi lo hace enloquecer. Se pusieron de acuerdo frailes y legos del convento para hacer creer al perverso eclesiástico que el papa lo había nombrado obispo de Madagascar. Falsificaron un nombramiento, con sus timbres y sus sellos, como procedente de Roma, documento que llegó a manos del fraile, que lo recibió con la natural alegría. Hasta el punto de que se dispuso a hacer el equipaje con sus escasas pertenencias y a trazar la penosa ruta que debía seguir para llegar a tan remoto lugar, en el Océano Índico. No sé si el fraile llegó a escribir al sultán de aquel país, un hombre muy poderoso en la época, para ofrecerle sus respetos y anunciarle su llegada. La chanza llegó lejos, pues cada vez que un fraile se cruzaba con el falso obispo en los pasillos del convento, se inclinaba en señal de respeto. Cuando el obispo chimbo estaba a punto de embarcar le contaron la verdad y a punto estuvo de morir de tristeza y de vergüenza. Hubo de ser atendido con hierbas medicinales y algunas otras pócimas para atemperar su ira. Quería matar a todos los frailes del convento portuense. No crean, en esos conventos había mucha mala leche y más contra un hombre de Dios acostumbrado a montarse los vacilones con el resto de sus compañeros de profesión. No se lo perdonaron y la sede episcopal –supongo que vacante- de Madagascar fue la excusa para hacer creer al pobre ignorante la noticia de su ascenso. Todavía se pueden apreciar los arañazos en las paredes del convento de Santo Domingo portuense. Aunque como ahora es Ayuntamiento, a lo mejor esos arañazos son más recientes.
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