tribuna

El péndulo

El presidente Sánchez descarta promover reformas legales en la Corona. No se suma a las demandas populistas e independentistas que no solo exigen un cambio en el estatuto de la Casa Real, sino, además, someter a referéndum al sistema.
No se puede entender más que como un alejamiento de los extremismos y una tendencia a ocupar el espacio de centro, donde siempre ha estado cómoda la política española. Yo creo que es una regla común en todos los regímenes democráticos. En realidad, ocurre como en la corteza terrestre. Hay desplazamientos tectónicos donde todo se amolda en busca de una estabilidad deseada por la mayoría.
No es la nueva normalidad, es la normalidad de siempre de la que nunca nos hemos marchado. El mundo es como un péndulo que tiene su mayor garantía de seguridad en el eje de la vibración. Por esa perpendicular pasa dos veces la bolita en su desplazamiento a los extremos. Cuando llega a ellos, se ve impelida a regresar a la posición de equilibrio, porque hay una fuerza natural que así se lo requiere. El reposo es ideal e imposible. Significa que la vida no existe, que el mundo no avanza al ritmo de sus alternancias inevitables.
En el movimiento vibratorio armónico se llama elongación a esa separación máxima de la oscilación. Cuanto menor sea esta, menos nos alejaremos de la tan deseada estabilidad. Estaba hablando de los corrimientos subterráneos de las capas profundas que flotan sobre el magma. Cuando una se mueve provoca el desplazamiento de las demás hasta conseguir encajar en una posición que será definitiva por un tiempo más o menos duradero.
En la política ocurre igual, y este viaje del PSOE hacia la moderación que exige el centro, tiene una respuesta inmediata por parte del PP, su competidor más cercano, que se dispone a despojarse de asperezas anunciando la sustitución de la portavoz Cayetana Álvarez de Toledo. Esta señora se ha fajado, hasta ahora, con las segundas figuras, las vicepresidencias de Carmen Calvo y Pablo Iglesias.
Parece que esta etapa se va a acabar, con lo que olvidaremos debates sobre marquesados y color de la sangre para centrarnos en el día a día de los problemas que nos acucian, que no son pocos. Esta concentración en torno al eje central de las cosas que persiguen su equilibrio aísla a los que prefieren ubicarse en posiciones límites. La inercia no puede evitar que el rozamiento acabe debilitando la amplitud del movimiento alternante, y todo tienda a desarrollarse dentro de un movimiento sereno y sin turbulencias. Es natural, después de las tormentas surge un deseo irrefrenable de navegar por mares en calma.
Este es el retorno normal que provocan las situaciones excepcionales. No sé si la prensa partidaria, que vive del aumento de la inquietud y la incertidumbre, será capaz de vender el producto de la quietud y el sosiego, o decidirá tirarse al monte en busca de audiencias ávidas de dramatismo. Lo deseable y lógico es que siga la tendencia de la generalidad. Llevamos años inmersos en un torbellino inexplicable, como si estuviéramos en una caldera de agua hirviendo, sufriendo la agitación de las moléculas enloquecidas.
Alguien ha dicho que hay que reformar lo de la financiación de los partidos y que se hará con efecto retroactivo. Parece que se consagra esa frase que se le dice al dentista mientras se le agarran los testículos: “Vamos a no hacernos daño”. Una pelea a puñetazos en la consulta no es beneficioso para el mobiliario quirúrgico ni para las muelas dañadas. No sé si esto obedece al anuncio de que salir de la pandemia nos hará ser mejores.
Yo creo que no se puede estar demasiado tiempo en el caos, que ya existen signos que nos obligan a retornar a la tranquilidad. Hay una ley natural que lo recomienda así, y otra social que se llama hartazgo. Estas son las dos muletas que nos ayudarán a salir de este disparate. Me conformaría con que fuéramos capaces de erradicar el odio y condenarlo como un sentimiento deleznable y altamente peligroso, pero hay gente que no concibe la vida sin él.

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