Algunos lectores se han dirigido a mí, en la calle, por teléfono y por e-mail, para preguntarme por la salida de España de don Juan Carlos I. Y también por qué no escribo de política. A esto último diré que por salud mental y para ahorrarme disgustos. Y lo primero me parece ni más ni menos que un regicidio. El ex rey no merece este final, pero lo que le está ocurriendo es lo normal en un país que no respeta la presunción de inocencia de un hombre que no sólo no ha sido juzgado ni condenado sino que ni siquiera pende sobre él procedimiento penal alguno. A mí de este país me da pena porque hace tiempo que ha perdido el norte y toda credibilidad en el mundo. Trata mejor a su ex rey (porque lo de emérito es un cuento) cualquier nación extranjera que su propio país, a pesar de su trayectoria. Está claro que donde hay un Borbón hay una bragueta, pero la propia biógrafa francesa de don Juan Carlos, la profesora Debray, acaba de decir en televisión que el único presidente de Francia que no ha tenido una amante es Macron. En España sigue fallando mucho la comunicación. Desde el primer momento se debió trasladar a la gente la decisión de exiliar al anterior monarca y dónde residirá por el momento. Porque, primero, el politiquerío deseaba que se fuera y, ahora que se ha ido, los mismos que pedían su marcha se preguntan que por qué se ha ido. ¿Pero en qué quedamos? Será que el día 16 próximo cumplo 73 años y ya se me empiezan a notar, pero yo no entiendo nada. Sólo sé que llevamos 40.000 muertos por la pandemia, que hemos pedido 20.000 millones de euros más a Europa para pagar los ERTE (un rescate encubierto) y que don Juan Carlos se ha tenido que marchar de España. Tres crisis.