tribuna

Ser creíbles

La fe es una cuestión tan relativa como que hay dos infiernos, el de los cristianos, al que van los infieles por no profesar la nuestra y el de los infieles al que vamos nosotros por no creer en la de ellos

La fe es una cuestión tan relativa como que hay dos infiernos, el de los cristianos, al que van los infieles por no profesar la nuestra y el de los infieles al que vamos nosotros por no creer en la de ellos. Si esto es así, la credibilidad, que es el asentamiento de la fe, también va por barrios. Si creo en una cosa, mi convencimiento se basa en la negación de la contraria, de manera que esta cualidad que hace que los pueblos sean fiables, va por barrios, o por parroquias. Por ejemplo, los que no simpatizan con Putin jamás van a creer en los efectos positivos de la vacuna que tiene anunciada, igual que otros no lo harán con las que fabrique Donald Trump; así que tenemos que esperarnos a que salga la europea, y aún así, no estoy seguro de que todos estemos dispuestos a aceptarla.

Últimamente se asegura que nuestro país ha entrado en esa lista de naciones que ofrecen poca credibilidad. Más bien, que tienen poca seguridad para que los demás depositen su confianza en ellas sin sentir una sensación de riesgo. ¿Qué es lo que provoca que nuestros vecinos no se fíen de nosotros? ¿Es una cuestión de estadística? Me atrevería a decir que no es solo eso, que hay algo más, y que está relacionado con la estabilidad. Una situación inestable no es buena consejera para hacer negocios, y esto, a la larga, termina por producir un aislamiento insoportable.
Existe una realidad que no queremos contemplar cuando confundimos el triunfalismo interno por nuestros aparentes éxitos exteriores, y el panorama cierto que se dibuja al ser observados desde allí con desconfianza. Hay una imposibilidad para ocultar las cosas, porque la imagen de solicitud de unión planteada desde nuestra prensa, como un SOS, es contemplada también por los que están afuera. Por eso, hasta los medios deben ser leales a la verdad para que el conjunto del país sea creíble.

Ya sé que es complicado llamar al sentido de la responsabilidad a quienes consideran que hay dos altares a los que llevar las flores, dos ideas contrapuestas que contienen formas distintas de gobernar al país, cuando lo que se necesita, por el momento, es aparcar esos conceptos antiguos y sumergirse en el océano de la realidad y de las urgencias más inminentes. Es difícil de armar el puzle mientras no se reconozca que somos víctimas de una situación forzada que hay que corregir. Cada día que pasa, la insistencia en la diferenciación ideológica dentro del pacto de Gobierno es más patente; cada día quedan más abiertas las grietas en lo referente a la defensa de la Constitución, y esto, que lo sabemos en toda España, también lo saben en Bruselas, en Berlín o en Budapest, por usar solo la B. Es cierto que el presidente se ha traído la promesa de una lluvia de millones, pero con advertencias y condiciones, que son el resultado de la escasa fiabilidad que ofrecemos. Ignoro cuál sería el cambio que tendría que dar nuestra política para avanzar en el terreno de la credibilidad. Tal y como vamos no tenemos mucha. Yo diría que es una de las asignaturas pendientes que no se resuelve con una acción del ministerio de exteriores, ni con la marca España; es de mayor alcance y profundidad.

No podemos esconder por más tiempo la imagen permanente de la contradicción, contrarrestada con aplausos, abrazos y declaraciones de adhesión inquebrantable, cuando todos sabemos que no es así. Alguien está intentando incendiar el país, y temblamos pensando que es un añadido a todas las desgracias por las que estamos pasando. No hay que tener miedo. Cuando el fuego acaba con los rastrojos no tendrá nada que quemar y ya no hará ningún daño. Todos sabemos de lo que hablamos. Todos, salvo esa minoría inevitable que vive del odio. Eso precisamente es lo que hay que erradicar. Mientras tanto, nos va a ser muy difícil recuperar la credibilidad, si es que alguna vez la tuvimos.

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