la palma

Y así se pagó una ‘deuda’ con Garafía

El último incendio forestal de la Isla solo pudo frenarse gracias a la solidaridad de los municipios palmeros y de todo el Archipiélago
El incendio poseía un potencial de quema de 15.000 hectáreas, y, finalmente, gracias a la velocidad con la que se desplegó una ingente cantidad de medios, esta cifra se redujo a la décima parte. GES

Todo empezó el pasado viernes, día 21, con un “¡Qué desgracia, por Dios!”. En la apacible Villa de Garafía, donde la gente vive del sector primario y de un turismo moderado, rural, respetuoso con el entorno, se originaba un incendio forestal de esos que hacen temer lo peor; mucho mas, cuando la primera palabra que se emplea para describir lo que estaba sucediendo es “sin control”. A las 18.30 horas, en la zona conocida como la Catela, se declaraba un conato de origen desconocido. En seguida se desplazaron al lugar efectivos contraincendios, pero, debido a las condiciones meteorológicas, que constituían un trinomio infernal (altas temperaturas, baja humedad y rachas de viento), resultaba complejo atajarlo, y el Cabildo tomaba, casi de forma instantánea, la decisión de pasarlo a nivel 2, llamando a toda la artillería por medio del Gobierno de Canarias, que desde ese momento pasó a encargarse del operativo.

La frase de desesperación que se recoge al inicio de esta información la entonó un miembro de los cuerpos de seguridad presentes en la toma de contacto inicial con el fuego. Las llamas se habían propagado de forma virulenta, hasta tal punto, que aparecieron focos secundarios a más de 300 metros del origen. Es por ello que el trabajador decía, además: “No se pudo; esto no hay quien lo pare ya”. En esos instantes no se sabía, pero en realidad, a lo que la sociedad palmera se enfrentaba era a un incendio con un potencial de quema de 12.000 a 15.000 hectáreas. Una verdadera catástrofe que, a buen seguro, de no ser por la rapidez para desplegar medios y la enorme cantidad de los mismos, se habría convertido en el más notorio de la historia de la Isla Bonita y uno de los mayores de la hemeroteca canaria.

HORAS CRÍTICAS

De madrugada, efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME), gracias a la coordinación entre el Ejecutivo regional y la Delegación del Gobierno central en las Islas, se dirigieron a La Palma en el catamarán Bencomo Express (Fred Olsen), que se desvió de su ruta para facilitarles el traslado, a fin de que se sumaran a las labores de extinción lo antes posible. Esa misma noche, se procedió a desalojar a 300 vecinos de Garafía por el riesgo de que el fuego pudiera afectar a sus casas o que se quedaran atrapados. Paralelamente, se montó el Puesto de Mando Avanzado (PMA), epicentro de las operaciones, en el pueblo aledaño, Puntagorda, que cedió la práctica totalidad de sus instalaciones para la logística de las actuaciones. Allí tomó las riendas de la situación el presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, acompañado por el consejero de Seguridad y Emergencias de la comunidad, Julio Pérez.

El jefe del Ejecutivo reconocía en su primera comparecencia las dificultades climatológicas existentes, y que el mayor temor era que el fuego traspasara la carretera LP-1, llegando, así, a los municipios de Puntagorda y Tijarafe. De hecho, se evacuó el complejo astrofísico del Roque de los Muchachos (ORM) por precaución, y por unos días, para la comunidad científica afincada en La Palma era mas importante dirigir la mirada hacia la Tierra que al cielo estrellado. No obstante, considerando el amplio dispositivo que, en menos de 24 horas, se puso a disposición, al ocaso, cuando los medios aéreos dejaron de operar, Torres llamaba a la esperanza. “La evolución está siendo favorable”, dijo, si bien rehuyó la idea de bajar la guardia, dado que quedaba una dura noche por delante, que tal y como reconoció una persona sobre el terreno al DIARIO, David Rosario, “cada decisión es la diferencia entre la vida y la muerte”.

‘LOS 400’

La cantidad de efectivos que cumplían las tareas de extinción, coordinación, tráfico, avituallamiento y repostaje, entre otras, se elevaba a 400, más 11 aparatos por aire que dejaron escenas para el recuerdo, repostando, en el caso de los hidroaviones, en enclaves como el Puerto de Tazacorte o la playa de Los Guirres, para la sorpresa y el asombro de habitantes y bañistas, que aplaudían las complejas maniobras de recarga. Es más, el agradecimiento de los palmeros a quienes sofocaban las llamas se hizo patente en el gesto de una cafetería de Aridane -localidad en la que pernoctaban los miembros de la UME-, que invitó a un grupo de tres militares a desayunar por ser unos “héroes sin capa”.

Pero los integrantes de los equipos locales, como los bomberos voluntarios de la Isla, no dejaron sus quehaceres diarios a un lado, pues tuvieron que seguir atendiendo sucesos como accidentes de tráfico, aperturas de puertas o pequeños conatos. Y es digno de mención que acudieron a la llamada de socorro de los garafianos, también, cuadrillas de la Eirif, Brif, Medio Ambiente del Cabildo, voluntarios, GES, Policía Canaria, empleados de instituciones de Tenerife y Gran Canaria, Cruz Roja, Protección Civil, AEA, Guardia Civil, Policía Local, SUC, Policía Canaria y trabajadores de varios municipios.

OLA DE CALOR

El domingo sonaban, por la tarde, aplausos en el PMA. El incendio se daba por estabilizado (perimetrado), tras más de un millón de litros de agua vertidos y con la satisfacción de haber podido mitigar el impacto del fuego, de las 15.000 vituales hectáreas del potencial de quema a las 1.200 que, finalmente, resultaron afectadas. El presidente Torres se marchaba para atender compromisos ineludibles que, sí o sí, requerían presencialidad, y tomaba el relevo Julio Pérez, que daba a conocer la buena noticia.

Posteriormente, en la siguiente jornada, el lunes 24, el líder de la primera Corporación de la Isla, Mariano H. Zapata, aseguraba que el incidente “no empeora”, por lo que, una vez establecido un perímetro de 16 kilómetros cuadrados, la UME se retiraba, y parte de los vecinos desalojados regresaban a sus hogares. Aún así, las autoridades reprimían la euforia: podía haber rebrotes y se habían perdido hogares y cultivos de frutales y vid.

BAJO CONTROL

Sin embargo, el martes solo se confirmó que ya había pasado lo peor; que el noroeste palmero podía respirar tranquilo al asumir la categoría de “controlado”. Para los técnicos, se trataba de un hecho inédito. Según Francisco Prieto, técnico del área de Medio Ambiente, “nunca se había conseguido” evitar que el fuego alcanzara la zona de cumbre, como sí se hizo esta vez. Los habitantes de la Villa sintieron el arropo de un pueblo entregado a su tierra, de sus 13 municipios vecinos, y de un despliegue sin precedentes. Y así se pagó una deuda histórica. “Lo que los garafianos han dado en otros incendios se les ha devuelto”, reconocía el alcalde, Yeray Rodríguez.

CUANDO SE APLICA UNA FÓRMULA DISTINTA A “LA DE SIEMPRE”, SE NOTA

La gestión del incendio palmero sienta un precedente. Algunos vecinos se pudieron acercar a sus casas o fincas para refrescar el entorno, contribuyendo a que las llamas no las alcanzaran. Ese siempre había sido uno de los debates recurrentes, y esta vez no hubo problemas, dentro de los márgenes de seguridad. El Estado, con el delegado Anselmo Pestana al frente, movilizó recursos en tiempo récord; en 24 horas había hidroaviones y efectivos por tierra. El Gobierno regional desplazó a expertos de la talla de Federico Grillo, y los 14 municipios de la Isla se volcaron de lleno. Sin duda, una muestra de que las cosas se podían hacer de otra manera.

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