tribuna

Faena de alivio

La negociación de los presupuestos ha entrado en una fase de confusión política que hace temer lo peor”. No lo digo yo, lo dice el editorial de El País. He visto la entrevista que le hizo Iñaki López al presidente Sánchez, en la Sexta, y tuve la misma sensación que el editorialista. Se volvió a llamar a la unidad, a la necesidad de integrar en el proyecto al mayor número de grupos, pero la realidad es que esa unificación en el contenido del proyecto económico no existe. El Gobierno se ha dividido en dos: uno para negociar con los tirios y otro con los troyanos, y esto, más que dar una idea de bloque que muestra el contenido sólido del documento, parece manejar dos alternativas contrapuestas enmarcadas en el ámbito del progresismo. Progresismo es una palabra fácil de aceptar con unanimidad que a veces disfraza posiciones extremas y difíciles de conjugarse en un mismo verbo. La demostración de que admite varias versiones está en las dos mesas de negociación que se defienden desde la coalición. Esto no es nuevo. Ya ocurrió cuando a Podemos y a Sánchez no les unía más que el voto de la moción de censura. En esa ocasión, también Iglesias se hizo cargo de convencer a Junqueras, visitándolo en la cárcel de Lledoners, y ya sabemos todos lo que pasó. Por eso dice El País que entramos en un peligroso período de confusión. Por eso nos tememos lo peor, y lo peor es que los hechos se repitan.

El presidente no contribuyó demasiado a calmar la inquietud de los españoles, al menos en lo referente al instrumento económico, que es la ley de las leyes en un ejercicio político. Habló de los ejes fundamentales que nadie discute, como la transición ecológica, la transición digital, la igualdad, y las políticas de género. Me parece que eso nadie lo va a inadmitir, salvo Vox. No fue nada claro ante la pregunta obligada sobre una futura subida de los impuestos. Hizo referencia a su compromiso de reforma fiscal para demostrar que se cumple el pacto de coalición, pero no lo vinculó a fecha alguna, como había hecho con anterioridad, cuando afirmó que no se llevaría a cabo hasta recuperar los niveles del PIB anteriores a la pandemia. No fue concreto ni explícito, y yo creo que con esto ayudó a aumentar esa sensación de confusión que hoy manifiesta El País en su editorial. Estoy seguro de que no puede hacer otra cosa, a pesar de que afirme que el acuerdo satisfará plenamente a los agentes sociales. Esta recurrencia a sacar fuera de las cámaras legislativas los problemas que ellas, y solo ellas, están encargadas de resolver, también nos conduce a la confusión, como si la realidad política no coincidiera con los deseos de la sociedad civil, cuando lo correcto es que una fuera reflejo exacto de la otra.

El presidente volvió a llamar a la sensatez, pero reconociendo las coyunturas ideológicas que lo separan de sus socios (por ejemplo, el respeto a la totalidad del bloque constitucional, al que también hizo referencia), con los que asegura estar más unido que nunca. Dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces. Es complicado entender esto, pero la política está llena de vericuetos incomprensibles, por eso los espectadores se hallan tan lejos de asimilar las decisiones y se ven, al final, obligados a actuar con lealtad, que es una virtud más cercana a lo irracional que a otra cosa. El discurso de Sánchez iba dirigido a lo deseable y a encontrar esa coincidencia que le lleve a ser el reflejo del mayor apoyo social. Lo que ocurra en el interior del ejecutivo es otra cuestión. Por eso no trató, ni siquiera de pasada, de la existencia de las dos mesas, ni de las incompatibilidades presentadas por los que interpretan el progresismo de modo diferente, y quieren vincular el presupuesto a una especie de frente populismo surgido de las coyunturas de la investidura. Ahí reside lo confuso. Por eso lo asegura El País, porque el presidente no dijo nada al respecto. Ojalá todo salga según sus deseos intencionadamente indefinidos. Eso espero por el bien de todos. Intuyo que la entrevista de anoche fue una faena de alivio. Algunas veces, a los toros hay que quitárselos de encima de manera rápida, tres muletazos, una atravesada y varios descabellos. Esto es lo que vi, envuelto en un tono sugestivo que a muchos les pareció un canto vacío.

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