santa Úrsula

Tres generaciones unidas por la vid

Abuelos, padres, madres y niños de la familia Pulido Ruiz, en Santa Úrsula, se implican en mantener una tradición que este año comenzó antes y se tuvo que adaptar a la Covid-19
Tres generaciones unidas por la vid. | Sergio Méndez

Tres generaciones distintas y una misma pasión: el vino. La familia Pulido Ruiz, de Santa Úrsula, ha mantenido la tradición de viñateros artesanales entre abuelos, padres e hijos que cortan la uva y comparten orgullosos las distintas tareas que requiere una vendimia “casera” en terrenos situados en distintos puntos del municipio, desde Lomo Hilo, El Cantillo y los alrededores de la plaza, hasta pequeños huertos en torno a sus viviendas, entre la Carretera General y la calle Víctor Zurita.

Suelen ser tres jornadas de vendimias, pero si tienen ayuda, como ocurrió el pasado domingo, es mucho más rápido.

Para ellos es un día muy especial, que viven como una fiesta y por eso les gusta compartirla con amigos y familiares. Pese a que este año se adelantó más de un mes debido al intenso calor y a las exigencias sanitarias que obligan al uso de mascarillas, nada impidió que disfrutaran de una actividad que desarrollaron en un entorno con vistas maravillosas a la costa del municipio.

Como siempre, arrancaron temprano, sobre las 07.30 horas, aunque los preparativos comienzan siempre la semana anterior. Es, Hortensia, la matriarca de la familia conocida en el pueblo como ‘la guira’, quien organiza la limpieza del lagar familiar y las cubetas y prepara tanto el material que necesitan como la comida para el tenderete que viene después y que para casi todos es la mejor parte después de un día intenso.

Toda su producción procede de viñedos propios, que sostienen en base al trabajo y la unión, aunque el sustento familiar no dependa exclusivamente de ello. “Para mí esto no es trabajar, no lo vivo como una obligación”, subraya Moisés, el más pequeño de los tres hijos de Hortensia.

Esta mujer de gran vitalidad lleva la vendimia en la sangre, una tradición heredada de sus padres, de quien aun conserva varios toneles de roble. Disfruta cortando los racimos, protegida con su sombrero de paja, hablando con sus hijos, su consuegra y dando indicaciones a los más pequeños. Sin embargo, el nombre de la bodega es el mismo que el de su hijo mayor y de su esposo, Federico, quien debido a problemas de salud ya no participa en el proceso pero sabe perfectamente cuánto cuesta a la venta el litro de vino.

En la familia Pulido Ruiz, la generación del medio, los tres hermanos, tienen todo perfectamente organizado. Federico es el “entendido” en el proceso de elaboración de los caldos, la cantidad de sulfitos que hay que añadirle, ya que va en proporción al kilo de uva, y de llevar las muestras al laboratorio de vinos en la Oficina del Agricultor, tanto tinto como blanco. Mientras, Moisés, se ocupa de todo lo concerniente a la agricultura y de enseñarle a los niños y Violeta, de tener lista la mesa, que es lo que más le gusta.

A sus hijos les han inculcado esta tradición desde pequeños, como lo hizo su madre con ellos y esperan que la mantengan porque así también contribuyen a conservar el paisaje. Federico no es muy optimista. “Aunque haya niños hoy, veo complicado que las próximas generaciones mantengan ésto. La enología es una cosa y trabajar en el campo, otra”, sostiene. De momento, Marcelo el menor de los primos, corta los racimos con gran destreza y Mario, el mayor y ya adolescente, prepara las cubetas e introduce las uvas dentro de la despalilladora, la primera operación que se le realiza en el lagar. La función de esta máquina es separar el grano del raspón (escobajo o esqueleto del racimo, una tarea en la que lo ayudó Mateo, amigo de la familia.

Después de este paso, la uva se estruja o prensa para romper los hollejos, separar la pulpa y obtener el mosto. Debe fermentar dos días y luego se traslada a la bodega a través de una tubería y de allí a las barricas. El vino tarda entre dos y tres meses en aclararse y pasar el proceso de filtrado. Durante el año hay varios procesos de fermentaciones, detalla Federico, pero el primero es el más importante.

La vendimia es la parte final y la más bonita, pero durante el año la familia tiene que mantener los terrenos, sulfatar y podar, una labor que realizan con la ayuda de peones que se encargan de amarrar la viña. En cualquier caso, no es como antes, cuando ellos eran más pequeños, que se hacía de manera artesanal. “La viña se bajaba y se subía, ahora está sostenida con hierro, es todo más moderno”, precisa Moisés. En la actualidad, las fincas tienen sus caminos perfectamente delimitados para que se pueda caminar por ellas con facilidad.

El año pasado fue bastante malo, como le ocurrió a la mayor parte de los agricultores de toda la Isla. Recogieron en torno a los 4.000 kilos pero calculan que en 2020 llegarán a unos 5.000. Eso se traduce en 4.000 litros de vino puesto que se pierde un 15% en el proceso. Aunque para ellos la cantidad no es lo más importante sino el espíritu por mantener una tradición que viven desde pequeños, conservar el paisaje y el amor por unas tierras que los une como familia.

El calor apuró los tiempos y dio más uva que en 2019 y de gran calidad

La vendimia de este año no será olvidada por mucho tiempo y no solo por la pandemia de Covid-19. En algunas comarcas, como la de Tacoronte-Acentejo, históricamente nunca se había visto cortar la uva en agosto, pero este año el intenso calor y la escasez de frío durante el invierno adelantó el proceso. Pese a que la recolección todavía no ha terminado, en general, los resultados han sido mejores que los de 2019, un año muy malo para todos los consejos reguladores por la escasez de uva. Este año se ha vuelto a una producción “normal”, similar a la de 2017 y 2018 con una uva, eso sí, de gran calidad en todo Tenerife.

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