reyes del mambo

“El humor es el lubricante de la vida, me dio un infarto y yo pensaba que era una corazonada”

Un provocador ante la doble moral, la hipocresía social y el pensamiento único
Albert Boira, traficante de risas. / DA

 

Albert Boira, traficante de risas. / DA
Albert Boira, traficante de risas. / DA

Las gamberradas del canalla Albert Boira son de risa. El humorista barcelonés se ha trasladado a Tenerife para ajustar tornillos en un taller del Regia.  

-¿Cómo se supera eso que llaman miedo escénico?
“Para subir al escenario hay que ser muy inteligente o muy inconsciente. El miedo escénico tiene mucho que ver con la opinión de los demás sobre ti. Entonces, cualquier complejo se exterioriza. Nos sentimos desnudos cuando todo el mundo nos mira. Lo que habría que hacer es tranquilizarse, reírse de uno mismo y divertirse”. 

-¿Lo del infarto fue un susto o es un recurso?
“Es cierto, sí. Hace seis años tuve un infarto agudo. El médico me decía: ‘Debería estar muerto’. Y exclamé: ‘Usted será cardiólogo, pero no psicólogo’. Cuento un chiste sobre esa experiencia: ‘El médico me dijo que estaba teniendo un gran infarto. Yo me estaba fumando un cigarrito de la risa y digo: menos mal. Pensaba que era una corazonada’. El humor es el lubricante de la vida. Por ejemplo, hace poco me diagnosticaron un inicio de enfisema pulmonar y mi hija, asustada, me dice: ‘Papa, como esto siga así vas a ir por la calle con una máscara y un carrito de oxígeno’. Le digo yo: ‘Hija mía, ¡qué bien!, voy a parecer Darth Vader volviendo de Mercadona’. Con esas cosas, hago mío un postulado psicológico: ‘El dolor es inevitable, el sufrimiento es una opción’. Si pones un poco de humor, la vida duele menos”. 

-¿La dolencia cardiaca la sentiste sobre el escenario?
“Cuando el infarto, estaba en la segunda parte de una actuación en un pueblecito de Cataluña. Empecé a sentir los síntomas y un ahogo… Acabé, no me alargué mucho, y de ahí salí hacia el hospital. Encima de un escenario también me he roto la nariz y una muñeca. Creía que la escalera estaba en un lado y estaba en el otro”. 

-El público estará expectante, ansioso, por ver qué te pasará   ese día…
“Debería ser más caro: pagan cien euros y si no me muero les devuelven noventa”. 

-Tu historial de desgracias físicas es un aliciente…
“Bueno, un comediante británico [Ian Cognito] bromeó con que le daba un ictus, se sentó, sufrió un infarto y ahí se quedó muerto [en 2019]. La gente se reía al principio. Ni siquiera en esto sería original”.  

-¿Por qué las calamidades ajenas provocan risa?
“Por un amigo mío que se ha leído a Aristóteles y Aristófanes me he enterado de que ya en la antigüedad transmitían que la comedia proviene de la tragedia. A más humor, menos dolor. Por eso nos reímos”. 

-¿Los espectadores proyectan sus complejos?
“El público no está obligado a exponerse. Viene a reír. Sin embargo, cuando el artista se burla de sus complejos, abajo hay personas que lo asimilan como algo propio y se liberan. La comedia es una especie de tratamiento psicológico. Si vas bien bailao, bien reído y bien follao, no hay depresión”. 

-¿La improvisación es una técnica de interpretación?
“Es un ejercicio. Yo improviso mucho mejor en la actualidad que hace veinte años, cuando me inicié en la comedia. No me gusta hacer en directo exactamente lo mismo que en una grabación de televisión. La improvisación aporta frescura”.  

-Interactuar…
“Y siempre hay que ir con precaución, porque cuando se improvisa no se piensa tanto. Y, cuando no piensas lo que dices, dices lo que piensas”. 

Fernando Simón!
“Ni más ni menos. Con lo de las enfermeras, metió el pie en el cubo y tardó en sacarlo. Aceptando que el señor Simón ha sido irrespetuoso, no hay que conceder a las palabras la capacidad de ofender si detrás de la expresión no existe una verdadera intención. No merece la pena liarla con cada desliz verbal. ¿Para qué complicarse?”. 

-¿La doctrina de lo políticamente correcto te ha ocasionado algún disgusto?
“Muchos. A mí me han agredido y amenazado. Me ha costado algún trabajo en la televisión. Yo me metí en la comedia buscando libertad, no pleitesía”. 

-Aunque surjan pleitos…
“Sí, se provocan pleitos. Pero, cuando hablo de algo muy fuerte es porque me duele. Estamos en una época en la que se juzga a quien bromea y se disculpa a quien delinque”. 

-En la escuela de la vida, la evaluación es continua. ¿Con cuántas asignaturas pendientes se puede cambiar de curso?
“En la vida se va recogiendo información y con esos datos te reafirmas o cambias de ideas. Con 40 años dejé una multinacional por la comedia. Entré en una fase en la que decidí salirme del sistema. Suspendemos mucho. Esto está muy complicado [risa reflexiva]”.   

-Cogiste las riendas de las marionetas y ahora el espectáculo lo diriges tú, ¿no?
“Sí. Yo descubrí que hacía reír de pequeño. Mi familia no me quería escuchar y mis amigos escapaban de mí. Uno de mis abuelos no podía huir porque estaba en una silla de ruedas y era muy mayor. Le montaba espectáculos de marionetas y él me lo agradecía: yo era el único que le hacía caso. Supongo que hubiera preferido un vaso de vino”. 

-Llevas de casa los ingredientes y las recetas de La cocina de los monólogos
“No por casualidad, ese fue mi primer espectáculo. Como vivía con tres abuelos y un padre autoritario (en la definición de esa época), veía que mi madre se iba a la cocina y a veces lloraba. Me causaba tanta pena que hacía el imbécil hasta que conseguía hacerla reír. Ahí me di cuenta de que el buen humor es un acto de amor”. 

-¿Qué requisitos exige el club de la comedia a sus socios?
“El sentido del humor es básico, estar dispuesto a reírse de todo sin pretender herir a nadie… Si alguien se molesta y no respeta, le enseñas la puerta”.  

-¿Practicar el humor sin condón te ha generado situaciones embarazosas?
“A pelo, ¡sin el condón de la opinión ni la moral! Ese era el eslogan del espectáculo Humor de transmisión sexual. Insisto: la ofensa está en la cabeza de quien escucha y en la importancia que le otorgas a las palabras”. 

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