
Joana Rei / EL ESPAÑOL / Diario de Avisos
“Os doy mi palabra: si me confiáis la presidencia, sacaré lo mejor de nosotros mismos, no lo peor. Seré un aliado de la luz, no de la oscuridad. Unidos superaremos esta temporada de oscuridad. Elegiremos la esperanza frente al miedo”. Las palabras son de Joe Biden, el pasado agosto, al aceptar la nominación demócrata como candidato a la Casa Blanca. Ayer superó los 270 votos electorales necesarios para ser presidente, tras superar a Trump en el Estado de Pensilvania, al cabo de cuatro días agónicos de escrutinio. Si se cumplen todos los trámites, y el perdedor no consigue entorpecerlos en los tribunales, como pretende, Biden jurará en las escalinatas del Capitolio el próximo 20 de enero. El exvicepresidente con Obama había encontrado su momento: tras dos intentos fallidos, Biden llegaba, por fin, a la papeleta, acompañado de su vicepresidenta Kamala Harris, afroamericana como Obama.
Y lo hacía en 2020, el año en que una pandemia puso el mundo patas arriba y mató a más de 230.000 estadounidenses, mientras Donald Trump negaba la gravedad del virus y daba la espalda a todas las recomendaciones científicas, pese a haber padecido la enfermedad.
El guion le iba como anillo al dedo a Biden, un año trágico para un hombre marcado por las muchas tragedias personales que tuvo que superar: la muerte de su primera mujer y su hija en un accidente de coche; la muerte de otro hijo, de cáncer, y un aneurisma que casi le mata a él. Parecía una profecía demasiado buena para no cumplirse. Y al final lo hizo: Joe Biden será el 46º presidente de Estados Unidos.
Biden llega a la cima a los 78 años –es el presidente de mayor edad de EE.UU.- tras más de cinco décadas en la política. Nació en Scranton, Pensilvania, en 1942, en el seno de una familia católica y de clase obrera de origen irlandés y se mudó a Delaware con tan solo 10 años. Era un niño tartamudo e inseguro, pero su madre nunca dejó que se encerrara en un caparazón. Le impulsó a superar sus dificultades mientras le decía que era tan brillante que sus pensamientos eran mucho más rápidos que su habla.
Biden habría de superar su tartamudez, sacarse su carrera de derecho y allí, en Delaware, un estado donde la política se hace puerta a puerta, hablando casi con cada elector, fue elegido senador en 1972, con 30 años. Tan solo un mes después, la tragedia llamó por primera vez a su puerta: su mujer, Neilia, de 30 años, y su hija, Naomi, de 13 meses, murieron en un accidente de tráfico que dejaba a sus otros dos hijos, Beau de tres, y Hunter, de dos, heridos de gravedad. Biden se plantea abandonar la política para atenderles, pero finalmente jura el cargo en enero, en el hospital donde se encontraban los niños.
Se recompuso y, con la ayuda de su hermana, logró sacar a los dos niños adelante mientras mantenía el cargo de senador que ocupó durante 36 años. Cinco años después, en 1977, se casaría por segunda vez con la que es su mujer actualmente, Jill Jacobs, una profesora divorciada con la que ha tenido una hija, Ashley.
En 1988, su candidatura se terminó abruptamente tras las acusaciones de plagio en algunos de sus discursos. En 2008 lo volvió a intentar, contra Barack Obama y Hillary Clinton. Volvería a desistir prematuramente, tras los caucus de Iowa, donde consiguió tan solo un 4% de los votos. Sin embargo, Obama le eligió como compañero de papeleta y se convirtió en l vicepresidente durante 8 años.
En 2016, Biden sopesó volver a presentarse a las primarias demócratas, pero de nuevo la tragedia se interpuso en su camino. Su hijo Beau, el más parecido con su padre, “el Biden 2.0”, como le gustaba decir a Joe, murió de cáncer cerebral a finales de 2015, así que abandonó la idea.
Beau era veterano de la guerra de Irak y un político en plena ascensión en el Partido Demócrata cuando la enfermedad truncó su destino. “Beau debería ser quién se estuviese presentando hoy”, dijo Biden en una entrevista este enero entre sollozos. “Todos los días me pregunto si estará orgulloso de mí. Tenía todo lo mejor de mí y nada de lo peor. Él me hizo prometer que no abandonaría”.
El triunfo de un hombre normal
A Biden le han acusado siempre de falta de carisma, de ser un hombre normal, del montón, sin una chispa que le hiciera destacar entre los demás candidatos. Pero quizás en estas elecciones, esa fue su mayor cualidad: la de ser un hombre normal. En mitad de una crisis sin precedentes, contrastando con la excentricidad y el histrionismo de Donald Trump, los estadounidenses vieron en Biden la cordura, la tranquilidad y la empatía de un hombre normal, hecho a sí mismo, capaz de sobrellevar momentos muy duros. Y se aferraron a él: el hombre perfecto para el momento más duro.