tribuna

El cisne canta entre susurros

España es un país que contabiliza como fracasos sus anhelos republicanos

España es un país que contabiliza como fracasos sus anhelos republicanos. Se puede retorcer la historia tanto como se quiera, pero la realidad de los hechos es así. También es cierto que vivimos con la tendencia a glorificar los cambios drásticos que han ocurrido en nuestro devenir político, y, cada vez que estos llegan, nos sumimos en el reposo placentero de entronizar lo que tenemos como sacrosanto, olvidando que los logros no son tales si no hallamos los mecanismos para hacerlos perdurables. Basta que quiebre una de las patas del entramado para que el castillo amenace con venirse al suelo.

La situación por la que ahora atravesamos nos enfrenta a los mismos problemas de siempre, haciéndonos ver que construimos un futuro con pespuntes que estaban a punto de deshilvanarse a la primera de cambio. El debate sobre ruptura y evolución, de 1978, vuelve a estar sobre la mesa, pero esta vez con los herederos de sus protagonistas en aquellos años. Alguien empezó convirtiéndolo en una reivindicación generacional, pero eso no es cierto. Lo generacional innova, nunca se aferra a la reproducción nostálgica de lo obsoleto. Si es cierto que existe una savia joven que desea liberarse de sus mayores con ese “ahora nos toca a nosotros”, no lo es menos que lo que se pretende poner en pie es la cuenta pendiente de una época que nunca vivieron, por lo que se puede asegurar que su énfasis está más anclado en el retorno que en la innovación.

No hay posición más desnortada que la de la brújula a la que se le coloca un imán para que la aguja señale siempre al mismo norte, sea cual sea su situación. En esas posturas inamovibles estamos. Luego está lo de la democracia. Claro que cada grupo, y cada individuo, tienen el derecho a expresar sus deseos como les venga en gana, incluso utilizando la manipulación y el embuste como vehículo. Este es el peaje que hay que pagar para garantizar la salvaguarda del sistema. Claro que todas las alianzas son legítimas y no cabe crítica alguna contra las que reflejan, de un modo u otro, de forma natural o forzada, la voluntad que ha emanado de las urnas.

Pero la democracia no es solo eso. También, y fundamentalmente, consiste en el respeto a las leyes, y la adecuación a las formas para que la ciudadanía sea capaz de aceptar aquello que rechina a su lógica. Todo lo que ocurre en nuestro país, de un tiempo a esta parte, es un ataque al sistema por parte de quien no se esfuerza en disimularlo. Al contrario, lo confiesa abiertamente y lo exhibe como bandera principal de su acción política.

Luego existen los hechos: comportamientos inaceptables por parte de quien estaba al frente de instituciones que hoy están en entredicho. Eso, en ningún caso, es disculpable. No nos engañemos, ni una cosa tiene que ver con la otra, ni es consecuencia de ella. Si los tribunales tienen que actuar debemos dejarlos libres para que lo hagan. La argumentación básica en contra de la Monarquía tiene poco que ver con la coyuntura y mucho con un concepto ideológico. La Corona está en peligro en tanto que forma parte del paquete constitucional de la transición, que es lo que se pretende demoler desde el principio. Hoy se habla de reforzar al sistema, y estas voces se escuchan tanto desde la derecha como desde la izquierda, si nos atenemos a los editoriales de la prensa que lo reclama. Por una vez se ponen de acuerdo. Solo falta que los autos de fe y las continuas proclamaciones de lealtad se consoliden en un gran pacto del mayoritario bloque constitucionalista que defiende estas posiciones.

Si no es así, serán voces que claman en el desierto, cada una exhibiendo el matiz que le da la historia para que sospechemos de su auténtico convencimiento. Si es verdad que hay que reforzar a Felipe VI, hágase, solemnícese en un acto de blindaje seguro y absoluto. Si no, cada grupo estará entonando su particular canto del cisne, esta vez entre susurros, mientras el cuervo, agazapado con su plumaje negro en las ramas de un árbol, aguarda el momento oportuno para enterrarlo definitivamente.

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