Cuando yo empecé a hacer la tesis doctoral, antes de la Gran Crisis que comenzó en 2008, el dinero fluía a chorros y uno podía hacer unos cursos de verano estupendos a precios muy bajos. Solo había que buscar un poco. En 2007, por ciento y pocos euros, estuve dos o tres días en la Universidad de Tetuán gracias a un seminario sobre cine intercultural que organizaba este centro con la Universidad de Cádiz.
No visitamos mucho la ciudad de Tetuán, capital del viejo protectorado español, pero sí fuimos a la medina, plena de vida al caer la noche, que inquietaba y atraía al mismo tiempo, con aquellos puestos llenos de especias y frutos secos. Y las teterías cercanas plagadas de tipos que no paraban de fumar, como si el Gobierno marroquí no hubiera hecho nunca una campaña antitabaco.
Dormíamos en la costa, en un sencillo hotel que había junto al mar. Yo andaba medio inquieto en aquella época, con problemas para dormir. Y recuerdo, la primera noche, cómo el ruido de las olas me fue metiendo en un sueño profundo y sereno como hacía varios meses que no tenía en mi vida de angustias urbanas.
Junto al mar de ese Marruecos que estuvo dominado por España está también Rohuna, un pueblo de unas quinientas personas donde se asentó el escritor y diseñador Umberto Pasti. Allí, bajo una higuera, medio en trance, soñó la casa y el jardín paradisíaco en el que tenía que vivir. Y se puso a construirlo con los lugareños de esta zona rural de viviendas humildes donde “alguna construcción moderna, de cemento armado, atestigua la fortuna de su propietario con el tráfico de hachís”. Lo dice Pasti, que cuenta su vida allí en ‘Perdido en el Paraíso’, una historia de fascinación cosmopolita por el mundo árabe. Como Goytisolo o Paul Bowles.
Junto al mar se fueron Los Durrell cuando dejaron, en los años treinta del siglo pasado, los convencionalismos de la fría Inglaterra para buscar aire en la vida mediterránea de Corfú. ‘Los Durrell’ es nuestra serie de Las Navidades, gracias a la recomendación de una amiga con la que solemos compartir una parte del verano bajo los mangos de la casa de su familia en La Gomera.
Uno de esos Durrell, Lawrence, escribió junto al mar su ‘Cuarteto de Alejandría’. En las primeras líneas de ‘Justine’, uno de los libros de esta tetralogía, dice: “Otra vez hay mar gruesa, y el viento sopla en ráfagas excitantes: en pleno invierno se sienten ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y límpido hasta mediodía, grillos en los rincones umbrosos, y ahora el viento penetrando en los grandes plátanos, escudriñándolos… Me he refugiado en esta isla con algunos libros y la niña, la hija de Melissa. No sé por qué empleo la palabra ‘refugiado’. Los isleños dicen bromeando que solamente un enfermo puede elegir este lugar perdido para restablecerse. Bueno, digamos, si se prefiere, que he venido aquí para curarme…”
Junto al mar he visto a la gente en Navidades, aprovechando estos días de tiempo sur, calima y langostas en el aire para sacudirse la mascarilla y darse un chapuzón en el agua fría de invierno, para frotarse la cabeza bajo al mar y ver si se disuelven los agobios. Para dormitar una siesta bajo el sol de diciembre.