por qué no me callo

La semana de la buena suerte

Si hay una semana S como hay un día D, es esta. Ayer ganó el Tenerife, buena señal

Si hay una semana S como hay un día D, es esta. Ayer ganó el Tenerife, buena señal. El lunes, Europa concertó las paces con el miedo escénico del año y bendijo la vacuna de BioNTech-Pfizer (como se llama ahora para realzar la participación europea vía Alemania). Dio luz verde para que empiece la mayor inmunización de la historia en el continente. Es la gran decisión que lleva la contraria al leit motiv de este año crápula: la buena suerte. Es hora de que nos cambie el fario. Caiga o no caiga hoy en las islas el Gordo, será una gozada ver las caras de felicidad de la gente por un pellizco o un dechado de fortuna en tiempos estériles y mal avenidos como estos.

El jueves estamos convocados a la Nochebuena en la burbuja de la restricción. Media docena de comensales, sin más híbridos interfamiliares que los tres grupos de convivientes y normas de protección con el máximo rigor. Navidad con mascarilla hasta en la sopa no es una exageración, pero Tenerife está en riesgo extremo y la vacuna está en camino, el virus no se ha movido del sitio. Nochebuena, cada año, permitía pasar revista a la tribu y cotejar a los mayores. Las especiales circunstancias de 2020 no perdonan la Navidad, hay países como Reino Unido, con la cepa del demonio, que da por suspendida la fiesta. El virus ha mutado y se propaga a gran velocidad. Pronto estará en la sobremesa de toda Europa, y quién sabe si adelanta el viaje y se nos cuela este jueves en casa y nos hace una faena. Por todo ello, por el dichoso semáforo rojo que no nos quitamos de encima en Tenerife, por la incidencia acumulada que tenemos disparada y por el toque de queda con sus múltiples ramificaciones, estamos mentalizados de que estas no serán una Navidades al uso.

La semana es histórica. Se nos emplaza al domingo para asistir al primer día de vacunación, con el resto de Europa. Ya hemos presenciado la primera inyección en el brazo de Maggie, la nonagenaria inglesa, y en el de William Shakespeare, el octogenario tocayo del dramaturgo, que fueron los primeros en recibir la dosis inicial de la vacuna en Reino Unido antes del debut de la cepa. Es un acto de desquite frente al virus poder escenificar con todo la parafernalia mediática del caso la pica en Flandes de la vacuna. Si la cepa inglesa no va más allá de una fogosidad contagiosa, vale que asuste por el volumen de la propagación, pero nos conformamos con que no redoble su virulencia y con que no afecte a la eficacia de la vacuna, incluida la de Putin, si acaba siendo homologada y no es un farol. Necesitamos más que nunca confiar en el santo antídoto, que se revela como el único aliado providencial para abatir al virus, que se va a quedar con tres palmos de narices a 80 grados bajo cero.

De manera que el virus inglés ha recluido a Londres y el sureste y ha aislado a todo el país respecto a España y Europa, cuya segunda ola ya recuerda al Brasil y Nueva York del inicio dantesco de la pandemia. No podemos ni debemos dejarnos vencer por el fatalismo de este año. De acuerdo, venimos de meses de mal en peor. Pero esta semana es nuestra, este fin de año es nuestro y 2021 ya es nuestro. Si las factorías de las farmacéuticas producen las dosis a buen ritmo, esto ya es otra cosa. En poco más de un mes tendremos noticias halagüeñas con el escudo de seguridad protegiendo a los mayores, y Santa Rita, Santa Rita,/lo que se da/ no se quita. Feliz semana y que el Gordo traiga la PCR para que lo dejen entrar.

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