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Plegaria resignada para una navidad de chándal y bata roja

Para quien no se salta las normas, la vida se ha vuelto bastante repetitiva, pero mejor así, no sea que la novedad consista en acabar con un respirador, boca abajo, en el hospital
Imagen de los adornos navideños en Santa Cruz. Sergio Méndez
Imagen de los adornos navideños en Santa Cruz. Sergio Méndez
Imagen de los adornos navideños en Santa Cruz. Sergio Méndez

Para los que no participamos en fiestas clandestinas restregándonos con la mascarilla ajustada a la barbilla, ni nos drogamos más allá de unos pitis y un par de cubatas, ni vamos a bares que cierran la persiana, pero siguen a tope dentro hasta que el cuerpo aguante, ni quedamos 15 en casa con las ventanas cerradas, ni vamos a terrazas que desbordan el aforo, la vida se ha convertido en algo bastante repetitivo. Y se podría decir que, afortunadamente, no sea que la novedad consista en pillar el virus y acabar boca abajo con un respirador o muriendo en el Hospital Universitario de Canarias.

Este año no habrá copas en casa del amigo recién llegado de la Península para hacer de buen anfitrión, como siempre, y llenarnos de ron antes de decidir si bajar a Santa Cruz o quedarnos en La Laguna. Y al final, acabar en La Laguna, como siempre. Ni habrá viaje para disfrutar del puchero de Año Nuevo con la familia de Gran Canaria, que duraba mucho más cuando vivía la abuela y se ha ido acortando con los años. Este año no habrá chapuzón en Las Canteras o en Salinetas para inaugurar el 2021, macerando el sueño de frustrado escritor pequeño-burgués: tener un lugar junto al mar donde, esta vez sí, escribir el libro siempre postergado. Este año será diferente para casi todos.

Pero piénselo bien: no hubo tantos días buenos las Navidades pasadas. Su tío ya se había vuelto un sectario insufrible. Su concuño va de progre, pero es un hipócrita. Su primo es uno de esos gordos borrachos cada vez más babosos e insoportables, su abuela lleva toda la vida dándose golpes de pecho, pero quiere mandar a todos los negros de vuelta a África. Su cuñada acaba de sacar oposiciones y parece que trabaja en la NASA. O puede que no, puede que tenga usted una familia estupenda.

Pero piénselo bien, no tendrá que ir a la cena de la empresa de la que quiere marcharse desde hace cinco años, aunque no encuentre el momento porque el trabajo es precario y mal pagado. No tendrá que ir diciendo ‘Feliz Navidad’ a todo el mundo por la calle cuando va a comprar los últimos detalles de la Nochebuena, con la serotonina a tope por imitación inconsciente del comportamiento colectivo. No tendrá que gastarse el dinero en regalos que, a veces, es cierto, triunfan, pero otras quedan arrimados en un armario para siempre, sin que el regalado se atreva a decirle nada.

Piénselo bien, se podrá quedar usted en casa y ponerse el chándal azul lleno de agujeros que siempre aguanta un poquito más de lo sanitariamente recomendable. O la bata roja donde quedan restos de un lamparón reseco que se le formó la semana pasada mientras le preparaba la leche con gofio al niño y le hacía la merienda de media mañana. Podrá terminar de ver The Crown, que esta temporada ya aparece Margaret Thatcher dispuesta a cargarse a todos los sindicatos británicos con la complacencia de una ciudadanía cansada de huelgas y cortes de suministros. Podrá leerse la novela esa india que le regaló su cuñado, que vive en Londres, y lleva tres meses cogiendo polvo en la mesilla de noche. Su hígado no se hinchará como un balón, su colesterol será más alto, pero no disparado.

Descanse los días festivos, levántese y camine un poco por los campos que rodean la ciudad, haga algo el amor, póngase fuerte, que viene un año complicado: aún duran los ERTE, pero no sabemos hasta cuándo, las pequeñas empresas están tiritando, los autónomos están tiritando. Pero el tinglado aún se mantiene. Podría ser peor, mucho peor, con una caída de la economía del 20%. Esté usted tranquilo, no se junte más de lo permitido.

O haga como si nada, no cumpla las normas, no respete los aforos y que esto pete, pete por todas partes, con decenas de muertos, salga de marcha a saco, con quien sea, cuanto más riesgo, más libre, es usted invencible. Nosotros seguiremos en casa armando esta resistencia. A veces es tranquila. Otras veces, amarga. Durante unos días, trataré de contarlo. Espero que las aventuras me den para llenar esta especie de diario.

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