sáhara occidental

Alia, la saharaui que no deja atrás la lucha de su pueblo

La joven, que reside en Tenerife, explica a DIARIO DE AVISOS cómo ven sus compatriotas de menor edad el conflicto con Marruecos
La joven saharaui, de 21 años, vive en el Sur de Tenerife y cursa un ciclo formativo en Administración | SERGIO MÉNDEZ

“Lucha por tus derechos y salva a tu pueblo”. Esa consigna, que escuchó de una de las víctimas de la guerra de liberación del Sáhara Occidental, ha quedado grabada a fuego en la memoria de Alia, una joven que nació en los campos de refugiados de Tinduf y que actualmente reside en el Sur de Tenerife. A sus 21 años dice ser consciente de que su pueblo ha sufrido mucho, y para recordarlo cuenta con los testimonios de varios familiares, vecinos y amigos que, asegura, sufren cada día la opresión del Gobierno marroquí en el territorio ocupado. En esta primera entrega del reportaje que DIARIO DE AVISOS publica sobre su vida y experiencias, relata qué es lo que se percibe en ambos lugares y qué piensan los saharauis de menor edad sobre un conflicto que se volvió a recrudecer el pasado mes de noviembre.

“Cuando era pequeña no teníamos ni televisión. Vivíamos el día a día metidos en nuestro mundo y no era consciente de lo que me rodeaba”, cuenta sobre su infancia, etapa en la que acudió durante un tiempo a la escuela, que poco después dejó por la escasez de recursos: “Había un solo aula para muchísima gente y me quedaba súper lejos. Tampoco había profesores ni materiales suficientes, y muchas familias preferían que sus hijos estuvieran en casa”. Aun así, ahora adopta otra posición; siendo estudiante de un ciclo de Administración en Canarias, opina que “cada niño debería tener la posibilidad de, como mínimo, aprender a leer y escribir”, pero no está al alcance de todos.

Su padre y su madre tuvieron que emigrar a Cuba y España, respectivamente, en un intento de garantizarle un futuro mejor, por lo que su abuela materna fue la principal encargada de criarla. De hecho, se describe como “la mimada de la abuela” por el cariño y la cercanía que siempre le mostró, inculcándole valores como el respeto al diferente, algo sobre lo que, afirma, incidía permanentemente. A medida que fue creciendo, empezó a abrir los ojos sobre situaciones que había naturalizado por ser habituales, si bien entiende que no deberían serlo, y cita un ejemplo: algunas de sus primas, que se sacaron carreras universitarias en Argelia y Cuba gracias a becas que ofrecen esos países para que se formen, volvieron a los campamentos al haber cumplido su objetivo académico y se encontraron en un callejón sin salida aparente, puesto que, explica, los profesionales de la medicina o la educación están, pero no los medios para que puedan ejercer.

Y en ese proceso de redescubrir su entorno, de verlo desde otra óptica, concreta que tuvo muy presentes unas palabras que le había dicho su padre: “Vuestra mejor arma es la inteligencia; los libros y las oportunidades que te ofrece la vida. Realmente puedes hacer grandes cambios sin recurrir a la violencia, que no conduce a nada”. Se trata de un sentir que dice haber pecibido de todos sus compatriotas, especialmente los más longevos, a la hora de abordar los pasajes de la historia en torno al conflicto bélico en el que todavía, pese a la tregua pactada con Marruecos en 1991, viven. “Los mayores me decían que algún día lograremos esa libertad que buscamos sin ningún tipo de violencia. No he hablado con ninguna persona que me haya dicho lo contrario. Lo único que pensamos es que, de un día para otro, nos quitaron nuestros derechos y queremos recuperarlos”.

Un mantra que, además, se habría transmitido de generación en generación, de acuerdo con su relato: “He conocido a muchísimas personas que, aunque ya han hecho su vida fuera del Sáhara, siguen pensando en lo que han dejado atrás; no se han olvidado de dónde son”. Y ejemplifica con el episodio de noviembre, cuando las tropas marroquíes rompieron el alto al fuego en Guerguerat: “Me sorprendió que muchísimos jóvenes se involucraron; pensé que era un tema que tenían olvidado”, y lo cierto es que “ningún saharaui al que le preguntes te dejará de decir que sigue manteniendo esa esperanza, aunque no haya una luz que nos diga que va a pasar lo que deseamos”.

TERRITORIO OCUPADO

Cada verano desde que vive en España, Alia tiene por costumbre volver a la tierra que la vio nacer para pasar unos días con su abuela. Pero en 2019, el último año que viajó al continente vecino -dado que en 2020 le fue imposible por la pandemia-, tomó una de las mejores y a la vez peores decisiones de su vida: conocer a la familia de su padre, localizada mayormente en el territorio ocupado, y más concretamente en El Aaiún.

Ya se hacía una idea de que debía omitir algunas de sus opiniones debido al régimen instaurado en el país, por lo que, por esa parte, ya iba mentalizada, aunque reconoce que no le dejó de chocar “que en cada calle había muchísimas banderas de Marruecos; estaba todo lleno”, como una manera de las autoridades marroquíes de reafirmar que esa región era suya. Igualmente, admite que “me olvidé de todo lo político y me centré en disfrutar esos 20 días con mi familia”. Y así lo hizo, hasta que llegó la víspera de su vuelta a España, el 19 de julio.

En esa jornada se disputaba la final de la Copa Africana de fútbol entre Senegal y Argelia, todo un acontecimiento. Ella, que vivía un poco de lejos, solo sabía que daba comienzo a las ocho de la tarde, y dos horas antes se desplazó a un mercado cercano para comprar comida. Nada fuera de lo normal. Entonces aparecieron los coches blindados de policía. “Parecía que iba a estallar una guerra. Me asusté porque era una imagen que nunca había visto, pero la gente que estaba allí lo veía con naturalidad”, dice. No obstante, lo peor llegaría una vez concluyera el encuentro. Argelia se alzó con el triunfo, y el Reino de Mohamed VI no vio con buenos ojos el júbilo de los aficionados. Arrancaron las cargas policiales.

“Salimos todos: mi abuela, mis tíos, mis primos… a la calle de enfrente para celebrar, y no duramos ni cinco minutos. Llegaron los furgones negros de policía atropellando a todo el mundo”. Esa noche, según la prensa saharaui, se registraron muertos y heridos por la actuación de los agentes. Alia, acostumbrada a la paz del Sáhara, no pudo evitar sentirse nerviosa: “Estaba temblando y lloré. Mi tío abrió la puerta a un par de niños y empezaron a entrar muchísimos que eran perseguidos”. Aunque lo que más le llamó la atención es que su familia no parecía inmutarse: “Ellos ya estaban acostumbrados, y me dijeron es lo más suave que puedes ver”. Allí se dio cuenta de que “prefiero mil veces vivir con lo mínimo en el Sáhara que tener esa falta de seguridad todo el tiempo; saber que pueden entrar en mi casa en cualquier momento, hacerme lo que quieran, y no va a haber nadie que mueva un dedo por ti. Es una dictadura pura y dura”.

EL TÍO DE ALIA, EL RAPERO ACTIVISTA SAID LILLI ‘FLITOX’, MURIÓ EN UNA PATERA

Escasas semanas antes de viajar a El Aaiún para reunirse con su familia, a la que todavía no conocía, Alia habló por teléfono con su tío, Said Lilli, un conocido rapero saharaui que, indica la joven, “usaba la música para hablar de lo que estaba pasando” alrededor del conflicto con Marruecos. Era un activista que denunciaba haber sufrido torturas por parte del régimen. Y en esa conversación, se manifestó “alegre de que íbamos a visitarles mi prima y yo”.

Pero las cosas no salieron como ella esperaba. Al parecer, Flitox (su nombre artístico) tenía planificado coger una patera rumbo a Canarias, algo que, explica la joven, no le había dicho a su familia: “No se lo dijo ni a su mejor amigo ni a su madre”. Por eso, primero lo dieron por desaparecido.

Tres días después, el 26 de junio, hallaron el cuerpo sin vida del músico. Al parecer, la embarcación en la que intentaba alcanzar las costas isleñas, que partió de Dajla, en el Sáhara, naufragó. Junto a él, otras 21 personas fallecieron en busca del sueño europeo.

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