visiones atlánticas

Cataluña española

El orden de los factores altera el producto. Así pasa en Cataluña, que es española y no de contrario.

Choca ver en la crisis del virus y sus efectos económicos, políticos y sociales la confusión en el orden de prioridades. Situarnos en Europa y la globalización requiere acomodarnos a sus reglas. España aparece en los últimos puestos del mundo en afección económica, indiciada por su desplome del PIB superior al 12 %, coincidente con su menor ayuda pública al mantenimiento de la empresa privada y con ello al empleo; la décima parte que en Alemania y el tercio que en Francia e Italia. Como Europa nos recuerda, al defender su economía de mercado liberal y sus valores, es contraria a la perversión del lenguaje por donde empiezan a morir las democracias. Y no nos referimos solo a su uso como instrumento de marketing político, cuanto a ser el único país del mundo que prohíbe su idioma oficial. Europa no puede permitir la aparición de 100 nuevas naciones, ni la rotura del mercado único, ni la pérdida del español como idioma vehicular.

El núcleo de la responsabilidad reside en el actual Gobierno “frankestein” del estado nación, que acosan con la negligente gestión de la pandemia y el confesado propósito disolvente del marco constitucional. Por más que pretendan mutualizar sus errores hacia otros partidos y gobernados. Retornamos al “país del nunca jamás”, donde mantenemos una baja productividad, dualidad del mercado de trabajo, reforma de las administraciones que nunca llegan, disfunciones en el modelo territorial y su gobernanza, politización de las instituciones, deterioro del sistema educativo elevado con la Ley Celaá, pensiones y demografía inmantenibles, al igual que el déficit público y su deuda.

Descendiendo al marco catalán, que ya está en elecciones autonómicas, los conflictos se agudizan. El sistema electoral prima a los partidos nacionalistas en Madrid y con ello prima fiscal y financieramente sus deslealtades. Que venden como triunfos en sus campañas electorales autonómicas, contra la propia Constitución que amenazan. Incluso comprometiendo el gobierno de Madrid, el indulto general de los rebeldes y el acercamiento de los presos sin arrepentir, confundiendo ilegalmente discrecionalidad con arbitrariedad. La técnica del “apaciguamiento”, ya precipitó la II Guerra Mundial y legitimó al enemigo en sus trasgresiones. El mismo “adanismo” que impide ver la realidad, aturdida en la nube del virus, obliga a salvaguardar a los “constitucionalistas catalanes” en desventaja, a las instituciones españolas y a las élites civiles allí olvidadas, contra un proyecto populista, decadente y xenófobo.

En pleno vórtice de la tormenta, el espejismo de los fondos europeos, cuyo monto ya es superado por la caída del PIB español de este año, nos aleja de los conflictos no resueltos. Donde se repite el problema de los nacionalismos en nuestra historia desde el siglo XIX, que se recrudece cuando Madrid se debilita. Asombran las fórmulas político técnicas que se ofrecen. El “estado libre asociado”, emulando el sistema de Puerto Rico, donde parece refugiarse el PNV. Con el cual privatizan recursos del “estado parasitado” y socializan sus gastos, como ya ocurre con sus actuales “regímenes forales”, pero al que suman presencia internacional. La segunda fórmula, la de la “república plurinacional”, fórmula confederal que defienden para Cataluña, cuyo referente lo vemos en el “imperio austro- húngaro” desaparecido al final de la guerra de 1918; que resultó ingobernable en sus múltiples asimetrías de naciones, idioma, religión e ideología, como señala Francisco Sosa Wagner en El Estado Fragmentado (2006), que acabó disuelto entre 13 naciones hoy en Europa. Ambas fórmulas son imposibles en la actual UE y nos precipitan en una crisis de dimensión y efectos imprevisibles. Cataluña española.

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