por qué no me callo

El año retardado

Los Reyes nos dejarán un regalo que no podremos abrir todavía. Por lo pronto decir 2021 con todos los dígitos es una gozada. Pero este año no ha tomado aún posesión del todo. Todos somos carne de diván y terapia para afrontar este proceso. Jamás se le pudo pasar por la cabeza a nadie un periodo tal de convalecencia más que de celebración. No hemos despedido 2020 con el protocolo habitual. Hemos hecho mutis por el foro, ni siquiera hubo un adiós concluyente, ni una catarsis; dimos media vuelta y hemos abierto la puerta señalada y estamos aquí, pero en el mismo laberinto y soliloquio. Con el paso de las horas y los días nos hemos ido acomodando, como en una sala de cine, sin saber siquiera el título de la película. La actitud sigue siendo pasiva, salimos de Guatemala y no sabemos si nos metimos en Guatepeor, o todo nos va a ir bien.

Hay buenas señales que hacen albergar esperanzas. La vacuna no es un mal punto de partida. Ahora la comparamos con la indefensión que ha presidido estos meses atrás, y nos damos cuenta de que venimos de un miedo escénico absoluto. 2020, un año envasado al vacío, y por tanto de caducidad tardía. De ahí que hemos cobrado conciencia del daño más que del año que hemos sufrido. No es ningún juego de palabras. Sonó una alarma desconocida, como si alguien tocara a rebato en el campanario del mundo y nos metieron en el búnker. Hemos vivido confinados todo el tiempo, primero en el sentido estricto de la palabra -la primavera que no pisamos la calle- y después en el plano psicológico de una cuarentena latente convertida en modus vivendi.

Cuando no eran confinamientos perimetrales, como hemos visto en la Península, o cuasi totales, como en Italia, Reino Unido, Francia, Alemania, Chequia o Países Bajos, eran invocaciones al recogimiento, al “quédense en casa”, que decía Merkel cuando se disparó la espiral de contagios y muertes en los cívicos Lander de su cauta patria inasequible a la pandemia. Nos golpeó a todos, nadie se libró del flagelo. Ola tras ola, el virus revolvió la casa y la puso patas arriba. ¡Qué año en ascuas! ¿Por qué vacío? Porque no nos borraremos de la mente la imagen de las ciudades, las grandes y pequeñas capitales desiertas. París, Berlín, Nueva York, Madrid, Roma, Santa Cruz de Tenerife sin un alma en las calles. Salvo estas últimas fechas de compras y fiestas prohibidas, ha imperado un silencio de camposanto en las urbes de las cuatro esquinas. Y a poco que imitábamos la vida anterior y regresábamos a las playas, a los restaurantes y a los paseos acostumbrados, nos disuadían mostrándonos la curva de contagios. De manera que todo ha sido un completo absurdo, un ensayo de la ceguera, un año en blanco, como en la fábula premonitoria de Saramago. Y 2021 es una incógnita. Hoy, víspera de Reyes, pisaremos las calles nuevamente, como cantaba Pablo Milanés… Y en una hermosa plaza nos detendremos a llorar por los ausentes.

Un niño jugará en una alameda y cantará con sus amigos nuevos… Pero seguiremnos siendo refractarios al contacto, sin sentirnos libres. Pasaremos página cuando se haya ido el virus. Y las calles se llenarán de gente. Y nos habremos vacunado también del miedo. Y nos tocaremos como antes, con la piel de los dedos, sin temor a que nos multen o nos delaten desde cualquier ventana. Y entonces abriremos el regalo. Y 2021 será de verdad.

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