tribuna

El asalto al Capitolio 40 años después

El 23-F sentimos vergüenza ajena y las secuelas de aquel golpe fallido duran 40 años después. En febrero, los fantasmas de Armada, Milans del Bosch, Tejero y la sombra alargada del rey Juan Carlos volverán a salir a la superficie

El 23-F sentimos vergüenza ajena y las secuelas de aquel golpe fallido duran 40 años después. En febrero, los fantasmas de Armada, Milans del Bosch, Tejero y la sombra alargada del rey Juan Carlos volverán a salir a la superficie; en realidad, nunca han dejado de rumiarnos y, acaso, nunca dejemos atrás aquel día con resignación histórica. El tejerazo de 1981 se aclimató en nuestro inconsciente colectivo como una herida supurante que desfigura el recuerdo de casi medio siglo de la Transición. Aquella mili de democracia exprés fue como un experimento con gaseosa de resultado providencial, pero temíamos morir de éxito. Era tan imperfectamente hermosa la democratización española -no exenta de un buenismo de tabla rasa, aplicó la amnesia como hoy la vacuna del virus- que nunca desistimos de presentir el año, el día y la hora en que todo se fuera al carajo por culpa de un loco.

Ahora, este 6 de enero de 2021 ya ha pasado a la historia como el día del golpe frustrado de Trump. Javier Rupérez, exembajador español en Estados Unidos, hizo un paralelismo, ese miércoles de Reyes, entre las imágenes del asalto al Capitolio y las de España el 23-F, cuando los golpistas detuvieron la votación de un nuevo presidente. España parecía una errata de la Europa democrática a la que se estaba incorporando tras la dictadura, y abochornaba verla reducida a un corral de comedias, con la imagen de Tejero en el hemiciclo con tricornio y pistola desenfundada amenazadoramente. Cuarenta años después, en un país orgulloso de su Estatua de la Libertad, se paseaba por los pasillos del Capitolio el histriónico Jake Angeli, bajo su disfraz de chamán con piel de coyote y cuernos de búfalo, en lugar del tricornio de Tejero, al grito de Make America Great Again, y en el despacho de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, se despatarraba un friki de la caterva invasora al que esperan años de cárcel por la gracia (se llama Richard Barnett y robó correspondencia de la venerada legisladora demócrata). Pero esta vez el golpista era el propio presidente, Tejero era Trump. Se trataba de un autogolpe de Estado encubierto para abortar la designación de Joe Biden, el penúltimo paso antes de abandonar el poder. El poder del mundo, nada menos. Como si Suárez hubiera empuñado el arma aquel 23-F contra la elección de Leopoldo Calvo Sotelo en el Congreso. A España, esta última astracanada del franquista Trump, le ha venido bien en la antevíspera del 40 aniversario de la profanación de su Capitolio de la Carrera de San Jerónimo.

Como Javier Cercas en Anatomía de un instante, no es necesario hacer de estos hechos una recreación literaria, pues ya sus protagonistas adquieren la condición de personajes de ficción. Trump, en su desfiguración de Superman de traje azul marino, corbata roja y tupé limonado, le hace un favor a España, arrancándole el complejo de cuarenta años de inferioridad por el 23-F. Lo que está por venir en Estados Unidos es lo peor para Trump, ya no su impeachment o dimisión, sino los papeles del golpe, la trama y la mano que dejó el Capitolio desguarnecido. Carnaza de libros y filmografía, de Woodward y Spielberg a tutiplén, a Trump le perseguirá el asalto al Capitolio. Es un cadáver político en vida, que redime a Nixon, que dimitió, por menos, en 1974.

Estados Unidos ya no es solo el país del Watergate, sino, peor aún, el del 6 de enero de 2021, como ya antes lo fuera del 11-S de 2001. Veinte años median entre el ataque a su corazón financiero y este otro al corazón de su democracia; aquel, provocado por terroristas yihadistas instigados por Bin Laden, y este, obra de terroristas domésticos espoleados por Trump, el propio presidente. En dos décadas se concentran las dos mayores humillaciones padecidas por el país de los ideales perdidos. La ofensa de Trump costó menos vidas (cinco frente a 3.000), pero costará más tiempo olvidarla. Lo que implica que a Biden no solo le espera la tarea de presidir un gobierno, sino de refundar un país.

España se miró en ese espejo, y fue un déjà vu y una catarsis. De la noche de los transistores a la noche de los digitales. En la redacción de DIARIO DE AVISOS seguimos en directo la señal del Washington Post, la mítica cabecera que depuró la democracia del país, como veinte años atrás vimos por televisión dos aviones perforando las Torres Gemelas. ¿Qué nos quedaba por ver y contar tras la hoguera de estos sucesos, a la vista ahora de la metamorfosis polar de Madrid y los secretos desastres que nos reserve 2021? Poco antes del cierre, dimos la vuelta al calcetín del periódico, como si 2020 se resistiera como Trump a entregar las llaves. Y vimos la escena de la mujer ensangrentada que iba a morir por un disparo de bala en el asalto mortal.

Tras la arenga por fuera de la Casa Blanca del presidente con guantes negros alentando a la rebelión y las hordas fanáticas trepando las murallas del Capitolio como monos rabiosos, el tejerazo, al fin, quedaba exorcizado para siempre en su estupidez anacrónica. Y todos los ojos se clavaron en un trampantojo que duró cuatro horas tras cuatro años de Trump. The end. Final de la película.

Que el magnate era el cáncer de la democracia norteamericana se sabía, pero faltaba la metástasis y el colapso final de su periodo. Los cuatro años de Trump, como los 40 de Franco, fueron una involución para el país y Biden ahora es el Suárez de una Transición que ha de reunificar dos Estados Unidos como pasó con las dos Españas. Ahora la historia va más deprisa, por suerte, y los engaños y desengaños se abren paso al instante. Trump parecía inextinguible con sus posverdades goebbelianas que culminaron en la gran gran fake del “fraude electoral” . Pocos apostaban por un cambio antes del patógeno. Pero no es mérito del año de la pandemia. Todo lo contrario. Trump incrementó notablemente su caudal de votos, obligando a Biden a superar los anales de su partido y vencer con la doctrina de la vacuna, batiendo un récord. El 3 de noviembre las urnas botaron a Trump al estercolero de la historia. El peor presidente que ha tenido ese país en más de 200 años de auge y fuego, en la guerra y en la paz.

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