sociedad

Nada impide comprar en el último minuto

Las calles de La Laguna se fueron llenando ayer de buscadores de última hora y gente con ganas de charlar y beber en las terrazas
Fran Pallero

La Laguna parecía ayer a mediodía un remedo de sí misma en años anteriores, pero más atemperada: las tiendas abiertas, pero con colas pacientes; la gente paseando por la calle, pero sin grandes multitudes; las terrazas llenas, pero con menos euforias. Llegó el día: “Hoy vienen los reyes”, dice mi hija Gabriela nada más abrir los ojos. Quedan las últimas compras.

Por fuera de la librería de Noe, El Paso, hay dos chicas alegres, Victoria y Lorena, que hacen fila para intentar encontrar un libro de Arguiñano. Se marcha Yaiza, que no se acuerda del libro que acaba de comprar y entra de nuevo para preguntarlo. “Se llama La Resistencia. Es para el hijo de mi… para un niño de diez años”. Javier pregunta por Otoño, de una escritora inglesa, Ali Smith. Le gustó la reseña que leyó en eldiario.es, pero no lo encuentra.

Por La Carrera bajan Carmen y Raúl con varias bolsas. “Yo a ustedes los conozco, ¿verdad?”, les pregunto. “Sí, yo soy la profe de danza de Gabriela”. “Ah, es verdad. Y qué tal, ¿comprando regalos?”.  “Sí, los míos”, responde Raúl. “Lo dejo para última hora, aunque siempre me sale bien porque alguien me ayuda y me saca las castañas del fuego”. “¿Pero lo solucionas a trompicones, sin fijarte demasiado?”. “No, sí que me fijo en lo que compro. Aunque es verdad que tiene algo de limpieza de conciencia, para quedarte tranquilo”.

En San Agustín está Esteban con una bolsa grandota. “¿Qué llevas? ¿Compras de última hora?”. “Sí, dos chaquetas y un pantalón para mi chica. Lo que nunca dejo para última hora es lo de la niña. Tampoco voy a salir luego de marcha, como antes. Hoy es un día especial para ella”.

“Antes de nacer la mayor, nos íbamos a tomar copas al Callejón del Combate. Esto de hoy ha sido una cosa espontánea”, cuenta Dino, que está con un par de amigos en una terraza. “Nosotros lo compramos todo en octubre. Somos sanitarios y temíamos que pudiéramos estar confinados en estas fechas. Aunque el mérito es de mi mujer”, afirma. “¿Y dónde lo guardas tanto tiempo?”. “Pues donde podemos. Porque, además, mi hija ya sospecha y está hecha una piraña, buscando por todas partes”. “¿Quieres un poquito de vino?”, me ofrece uno de los colegas.

Cómo se echan de menos esos 5 de enero festivos y despreocupados. Algo de eso se intuye también en la mesa que comparten Francisco, Marcos, Óscar y don Raúl. “Porque es el mayor”. Los más jóvenes tienen veintimuchos, quizá treintaipocos. Raúl ya está en la cuarentena. “Tratamos de cumplir las normas, quedamos siempre en espacios abiertos, pero nos gusta reunirnos este día, es especial. Y teníamos ganas de vernos”, explica Francisco. Son amigos del colegio y del gimnasio. “A mí ya me han hecho cinco PCR en el trabajo”, cuenta Óscar, que todavía tiene algunas compras pendientes. “Yo lo compré todo por Internet”, afirma Francisco.

Dice Ayoze, de pie frente al Bar Carrera, que está ultimando algunos detalles y que, este año, la pandemia le ha cambiado sus hábitos de compras. “Antes aprovechaba el Black Friday. O me metía en centros comerciales. Este año he intentando evitar todas las concentraciones de gente”.

Marlene, que pasa junto al Cabrera Pinto, no compra por Reyes. “Por suerte, mi novio es tan rancio como yo”, dice bromeando. “¿No compras a nadie?”, “bueno, a los sobrinos y a un ahijado. Pero a los adultos, no”.  Su amiga Sonia no practica la misma religión. “A mí sí me gusta pensar en comprar algo para que le guste a la otra persona, ser detallista, estar al loro por si alguien dice que le gusta algo”, explica.

“No puedo atenderte, tengo que pasarle la ITV al coche”, manifiesta un señor que pasa veloz con varias bolsas en la mano a la altura de La Catedral. “¿Ahora?”, pienso yo. Pero sí se detiene Verónica, que va con su madre. “Pon que me llamo Pepita, que no me gusta dar mi nombre”, indica ella. “Todavía nos falta algún detallito, le acabamos de comprar una bufanda a mi tía”, dice Verónica “¿Ustedes compran a última hora?”. “Nosotras compramos cuando tenemos dinero”, contesta. “Pero nos gusta mucho este día, es como una tradición, nos vamos mi madre y yo por ahí. Este año solo estaremos por La Laguna, pero otros años nos íbamos al rastro o a algún centro comercial”.

“A mí me gusta por la felicidad de mi hija”, dice Aythami. “Aunque yo creo que ya sabe que los Reyes son los padres y no nos dice nada para que los que no perdamos la ilusión seamos nosotros”, bromea. “Compro por los chiquillos, pero esto es consumismo 100%”, explica Montse esperando en una cola para comprar una cámara de fotos. “Pues a mí me parece como un cuento, me  lleva a mi familia, a la preparación”, indica Xiomara, sentada en una terraza, con un collar de bolas navideñas rodeándole el cuello y una corona en la cabeza. “Le apasiona”, dice Javier, su marido. “Si fuera por mí, no haría nada”. “Sí, ya sé”, le responde ella.

Empieza a caer el sol, pero la gente no desaparece. Aumentan considerablemente. Dino prolonga su encuentro espontáneo. “¿No te ibas enseguida?”, le digo al pasar. “El tiempo es relativo”,  responde. De las dulcerías salen los roscones, y una señora que dice llamarse Nicole lleva uno relleno de nata en la mano. “Yo prefiero el de crema pastelera”, le indico para pincharle un poco.  De La Princesa salen con otro roscón en la mano Antonio y Auxi. “Venimos desde Santa Úrsula. Es que mi sobrina es una de las dueñas”, explica él. También cuenta que ellos hacen las compras navideñas con antelación. “Y nos gusta más regalar que recibir”, afirma. “Sí, ver esas caras merece la pena”, dice Auxi. “¿Las de los niños?, pregunto. “Las de todos”, contesta. “Sí, todo el mundo espera algo”, apunta Antonio. “Hasta mi madre, que siempre dice que no quiere nada”.

TE PUEDE INTERESAR