Sé que no es un tema muy apropiado para el día de San Valentín, pero quién sabe si como enamorados de la vida y de nuestro planeta, puede ser el mejor regalo que le podemos hacer: utilizar el hidrógeno (H2) como el combustible del futuro. Se trata del elemento más abundante en el universo e irá ganando un protagonismo creciente en el Green Deal europeo, gracias a su potencial contribución a la descarbonización de la economía. De hecho, supone la única alternativa viable a gran escala para la reducción de los gases de efecto invernadero para cumplir los criterios establecidos en la Cumbre de París (2015) sobre el cambio climático.
El hidrógeno no se encuentra en estado libre sino en forma de compuesto (bien sea en hidrocarburos o en forma de agua). Esta es la razón por la que hay que emplear un método para su liberación. Una vez liberado, y en su forma más pura, es un gas altamente combustible (sin color, sin olor y no tóxico), y su combustión libera agua a la atmósfera. El método más común para dicha liberación es la conversión de hidrocarburos (por ejemplo, utilizando el gas metano, que reacciona con el vapor y cataliza a elevadas temperaturas), pero tiene una pega: libera CO2 a la atmósfera. Otro de los métodos es a partir del agua y energías renovables, mediante la electrolisis, no generando CO2, por tanto, mucho más limpio y es lo que se ha venido a conocer como “hidrógeno verde”, si bien el más utilizado es el “hidrógeno gris” producido con hidrocarburos, emitiendo 10-19kg de CO2 por cada tonelada de producción. También hay un “hidrógeno azul” producido con técnicas de captura de carbono a partir del gas natural, generando un 90% de menores emisiones.
La gran mayoría de los países desarrollados tienen ya programas de apoyo e incentivos para la producción del H2 verde, con ambiciosos objetivos de cara a 2030. Las ventajas del hidrógeno son claras: (i) enorme disponibilidad como recurso natural, (ii) permite almacenamiento, distribución, conversión y transporte cuando se necesita, (iii) su densidad energética permite una larga autonomía de uso similar al combustible tradicional, de ahí su utilidad para el transporte. La principal desventaja radica en su elevado coste de producción, si bien la idea es migrar hacia el H2 verde y optimizar su producción aprendiendo con el tiempo.
El mercado del hidrógeno actual es de 100 billones de dólares y el 96% de la producción se realiza con combustibles fósiles (50% gas natural y 50% carbón y petróleo). Queda mucho por hacer, pero ya se visualizan los principales usos: los traslados logísticos dentro de naves, los datacenters, la tecnología digital (contamina más que la aviación), el transporte ferroviario (el 50% de los trenes siguen siendo diésel y sólo un 1% en EE.UU. están electrificados vs el 54% en la UE). Conviene destacar que, para el transporte pesado de camiones, autobuses y coches, se está trabajando en los “fuel cells” que suponen la tecnología inversa a la electrolisis; se ve como competidor a los vehículos eléctricos, el repostaje tardaría minutos, si bien los coches de hidrógeno son muy caros, esperando que sean más competitivos en 2025.
La UE ha publicado un objetivo de instalación en la capacidad de electrolisis de 6GW para 2024 y de 40GW para 2030. La oportunidad de capex para las compañías de electrolisis es inmensa: podríamos hablar de 140-240 billones de dólares en los próximos 10 años. Estos objetivos implican asimismo un nivel de inversión muy fuerte en energías renovables, principalmente eólica y solar. Hoy en día existen algo menos de 300 compañías enfocadas en la cadena de valor para producir y suministrar electrolizadores, siendo 2/3 smallcaps. Por otra parte, actualmente el 68% del hidrógeno se produce en el sitio donde se consume, por lo que el desarrollo del hidrógeno pasa por la inversión en redes de transporte más amplias. El transporte en tuberías es el más barato, y de hecho se puede usar la infraestructura de transporte de gas para transportar el hidrógeno. Actualmente, existe una infraestructura de 4.500km de tuberías para el transporte de hidrógeno en el mundo, la mitad en EE.UU.. En distancias cortas, se puede transportar en camiones, y en distancias largas, es posible licuarlo y trasladarlo en barcos. El grueso de las redes de hidrógeno en Europa con un total de 2.000 km está localizado en Benelux, y es controlado por las tres compañías de gases industriales. El desarrollo futuro de redes de transporte favorecería a las compañías de gas.
En conclusión, las compañías de infraestructuras y energía que tomen parte activa en esta transición energética y en la cadena de valor comentada, claramente suponen, siempre de forma selectiva, una oportunidad de inversión a largo plazo. Como asesores financieros e inversores globales, ya estamos posicionados.
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