Celebramos 40 años del golpe de estado del 23-F de 1981. 40 años de democracia y reinado de Juan Carlos I. Luego de 40 años desde la muerte de Franco hasta el inicio de la guerra civil de 1936. Iniciada luego de 40 años de la pérdida de las últimas colonias en 1898. En periodos aproximados hacia atrás en la historia de España, encontramos la revolución Gloriosa de 1868, que expulsa a Isabel II y en 1812 la Constitución de Cádiz, que abre la Era Contemporánea y la independencia de nuestras Américas. También duró algo más de 40 años (1968-2010) el ciclo en que ETA , mató a 829 españoles y expulsó a 200.000 vascos, alterando su censo electoral. Cada 40 años el sistema político español ofrece ajustes.
Curzio Malaparte (1898-1957), en su prohibida obra Técnicas de Golpe de Estado (1932), ya anunciaba que los neogolpismos se van adaptando a los tiempos Hoy vemos como la propaganda se sustituye por el marketing y la toma de los centros de poder, por el control de las redes sociales y los medios de opinión. La aniquilación física por el descrédito público y los gobiernos controlan la verdad. Nos ofrece su libro, como aviso para las democracias adormecidas.
Asistimos para un renovado ciclo de 40 años, iniciado con el “Procés Catalán” de 2017, a un nuevo acto solapado con el golpe que viene desarrollándose al interno a la soberanía nacional, contra la Constitución y la forma de estado, el poder legislativo y el judicial, reforzados con la crisis del virus. Los sucesos últimos de puesta en escena, amparados bajo el conflicto de la “libertad de expresión”, es un acto colateral y apresurado del golpe en marcha, que desactiva el principal. Forma parte de la “guerra cultural”, donde se pretende conformar la verdad, hacerse con la identidad del relato político. La “libertad de expresión”, no es sencilla de situar, al requerir equilibrio entre derechos. Poner la línea entre ellos, la “expresión”, contra el honor, la intimidad y los derechos singulares. Someterse a los límites de la ley y la proporcionalidad. A la finalidad del acto, negando la violencia, el odio, la intolerancia y los daños a terceros. La protección de estados de raza, color, idioma, religión, nacionalidad, etnia, discapacidad, sexo, género, identidad. Situados en la cultura se complica más aún su deslinde. Pasar su reflexión a las hordas callejeras conduce al vacío. Contra ellas las democracias deben garantizar sin dudas, la seguridad de todos en la calle, vidas y haciendas.
En el 23-F que recordamos, Tejero Iglesias, tomó el Parlamento, a las órdenes del general Armada, también entonces escondido a la sombra del rey, que “ni está ni se le espera”. En segundo plano la asonada de generales, impulsados por la toma de la calle. Nunca hubiera triunfado contra una sociedad civil activa, opuesta a un golpe regresivo. Aseguró un gobierno socialdemócrata por cuatro legislaturas y un salto de calidad de nuestra democracia. Situación que no es la actual, donde el golpe se conduce al interno, en el clima de la polarización del Procés.
Ya con Zapatero la izquierda abandonó el eje ideológico, para entrar en la competición territorial. Propuso un Estatuto que aún recortado, en la práctica implica mutar la Constitución. Acordonar la socialdemocracia bajo la preferencia territorial. No hay con ello control sobre la gestión, ni rendición efectiva de cuentas. Cataluña queda fuera de la democracia y sin solución, arrastrando en su deriva a la nación. Dentro del cordón sanitario de las democracias liberales de Europa, no caben los golpes de estado ni los neocomunismos, que solo pueden ser desactivados con eficacia, por la sociedad civil española adormecida. Debemos recuperar la conciencia nacional del 23-F perdida y que celebramos, contra los nacionalismos y el podemismo.