en la frontera

Separación de poderes

Uno de los principios fundantes del llamado Estado de Derecho, hoy no precisamente en su mejor momento, es, junto al principio de juridicidad y al reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona, la separación de poderes. Separación, que lejos de implicar ausencia de interacción o relación entre los tres poderes, significa que cada poder pueda realizar sus funciones propias con autonomía. El Legislativo, legislar; el Ejecutivo, ejecutar las leyes y dirigir la política general del país, y el Judicial, enjuiciar, aplicar el ordenamiento jurídico en casos de conflicto o controversia. Hoy, el asalto al Consejo General del Poder Judicial que se pretende perpetrar, por no ser un poder dócil y sumiso al actual conglomerado político dominante, en unos años, de consumarse, se estudiará como un caso más de grave lesión de la democracia y sus valores superiores.
Ciertamente, la versión continental de la separación de poderes se ha desnaturalizado debido al dominio de los aparatos de los partidos, que designan a los diputados, al jefe del Gobierno y, según los modelos y los supuestos que conocemos, a los magistrados de los principales Tribunales. Los partidos, claro está, se resisten a perder el poder y la influencia que tienen en el control de los poderes del Estado. Así las cosas, en este tiempo de pandemia, y de autoritarismo, son frecuentes declaraciones de determinadas formaciones partidarias que censuran gravemente a Tribunales jurisdiccionales que se atreven, por ejemplo, a condenar a uno de sus principales dirigentes. Con ocasión de esta resolución judicial, algunos responsables políticos han llegado a decir, en el colmo del uso alternativo del Derecho, que cómo es posible que la Justicia pueda enjuiciar a un distinguido y comprometido miembro de la soberanía popular.
Ante este tipo de declaraciones, uno se queda perplejo, no sabe en que país está, si es que hemos iniciado una vuelta atrás sin retorno, o si es resulta que se han superado los principios sobre los que descansa el sistema democrático. Lo más grave, sin embargo, es que estas “lindezas” se profieran sin que causen demasiada desazón o preocupación entre la ciudadanía. Claro, cómo hoy solo interesa el poder y se desprecia la verdad, este tipo de afirmaciones, hábilmente manipuladas por el control de las terminales mediáticas, no llaman demasiado la atención. Sin embargo, nos desprestigian. Cada vez más.
Sin entrar en honduras, sí que podemos considerar como uno de los factores que determinaron el fatal desenlace de la República el fracaso de las políticas centristas en esta época. Como es sabido, Madariaga hizo un diagnóstico preciso de esa situación cuando advertía del peligro de que a la radicalidad de la izquierda se diera una respuesta semejante desde la derecha, expresando la necesidad tan sentida, cada vez con más apremio, de organizar un centro político: ¿No habrá quienes desde el Gobierno o desde ambos sitios a la vez se preguntaba Madariaga, pongan manos a la obra, enrolando y comprometiendo en ella a la masa neutra española?
Ahora –uno de los medios de comunicación de mayor difusión entre los de su época- expresaba el fracaso de su postura moderada, conciliadora y de consenso entre los dos campos en que se había dividido fatalmente la política española, calificándola como “la tragedia de todo el que se esfuerza en mantenerse en una actitud comedida y serena en un país como el nuestro, que ama los extremismos desaforados y mira con suspicacia todo término medio”.

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