“Esto está más pa’ un escaldón y medio litro de vino que pa’ una manifestación”, decía bromeando el taxista que me llevó ayer desde el centro de La Laguna hasta el campamento de Las Raíces. Pero el frío no amilanó a nadie y la actividad era intensa, con la gente moviéndose de un lado a otro y preparando algunos carteles de última hora antes de salir rumbo a la lagunera plaza del Adelantado para pedir que el Estado no convierta a las Islas en una cárcel para migrantes y facilite el tránsito a la Península. Hubo unas 1.200 personas, según la Policía, 2.000 según los convocantes. La mayoría eran migrantes, y fueron caminando en un ambiente tranquilo pero animado, sin distancia social en muchos casos y con gritos de “libertad, libertad”, que es lo que todo el mundo quiere.
Allí estaba Alí, 33 años. De Senegal. Lleva cinco meses aquí, primero en un hotel de Santa Cruz. Quiere que lo lleven a Europa como sea, que no lo devuelvan a su país. Me regala una pulsera con los colores de la bandera española y se golpea el pecho con el puño. También estaba Ibrahim, 26 años, de Gambia. Dice que se confundieron al identificarlo y pusieron que era de Senegal. Muchos gambianos han sido trasladados a la Península, pero él sigue aquí. “Tengo necesidad de ver a la familia que tengo en España, casi todo el mundo tiene a alguien allí. Esto es muy duro. Hace frío, duermo mal, no como bien”.
Estaba Abdul, 24 años. También de Senegal. Lleva cuatro meses en Canarias. Llegó a Tenerife, lo pusieron en un hotel en Adeje. “Era mejor que en el campamento, que es muy frío. Tengo familia en Almería. Quiero trabajar. En Senegal yo trabajaba en la construcción, con aluminio”. O Amadou, 20 años. De Guinea Conakry. Llegó el 7 de noviembre a El Hierro. Estuvo tres meses allí. O Alber Hiakh, 21, que también llegó en noviembre, pero a Tenerife, y dice que la ropa y la cantidad de comida -no la calidad- son mejores en el campamento que en el hotel donde estuvo en Fañabé. Pero que las duchas son pocas para mucha gente, que no están abiertas el tiempo suficiente. Tiene un hermano en la Península y se compró un billete para ir con él. “Pero en el aeropuerto me dijeron que no me dejaban pasar porque era senegalés”.
Alejandro, informático, lleva siguiendo el tema con interés y viene a ayudar a “visibilizar el mensaje” que pretende impulsar la manifestación. “Es gente que se está buscando la vida y que ni siquiera quiere quedarse aquí, están retenidos contra su voluntad”, explica. “Además, yo trabajo en una empresa que está presente en Senegal y tengo bastante contacto con gente de allá. De alguna manera, me siento vinculado”. La empresa trabaja con una aplicación que se usa para mandar dinero. Una especie de Bizum transnacional para evitar las terribles comisiones de Western Union a los migrantes que mandan remesas a sus países.
“Libertad, libertad”, se sigue gritando mientras la lluvia empieza a caer a chuzos y aquello coge un cariz casi bíblico. Se rumorea que la manifestación podría acabar en la trasera del aeropuerto de Los Rodeos. Pero Alberto abre el paraguas y sigue caminando. En junio, cuando se jubile, quiere meterse a fondo en todo el tema migratorio. Lucre está cabreada. “Y eso que yo he llegado tarde a la política. Pero he sido maestra y me pregunto: cómo le vamos a enseñar ética a los niños con todo esto que ocurre”.
Detrás del aeropuerto está Yassine, que tiene 25 años y habla muy bien español. Marroquí. Trabaja de peluquero en La Orotava. Llegó en 2018 y hoy ha venido para hacer de traductor. “La gente lo está pasando fatal, tienen mucho frío allá arriba”. De repente, se abre el sol entre las nubes: “Seguimos para La Laguna”, dice una voz de origen desconocido. Y las masas somos así, que seguimos al líder sin cuestionarlo demasiado. En la marcha está Ilias, 21 años, también marroquí, de Casablanca. Llegó en noviembre a Gran Canaria y lo metieron en un hotel de Playa Amadores. “Toda mi familia está muerta. Quiero ir a trabajar con un amigo que tengo en San Sebastián”, explica. “En el campamento estoy bastante mejor que en el hotel. Tenemos ropa y se come bien. Lo peor es dormir, que hace frío. Pero la Cruz Roja, que estaba a cargo en Gran Canaria, se portó fatal. Son nulos. Y cuando le pedías una medicina: “Mañana, mañana”. Y para todo, paracetamol”.
Al llegar a la Avenida de La Trinidad, parecemos una marcha del Congreso Nacional Africano cambiándole el ritmo a la ciudad, que tiene el tempo de un sábado por la mañana. Desde los bares, se ven caras sorprendidas. “Ole, el jolgorio. Ahora, a un hotel con todo incluido”, dice uno desde la puerta de un Salón de Juegos.
“Hoy, finalmente irrumpió la cuestión migratoria en La Laguna”, dice Pablo al final de la manifestación. Le preguntaba por el simbolismo que tiene ver la Plaza del Adelantado, tan unida a la historia de esta ciudad colonial y católica, llena de migrantes africanos pidiendo libertad. “Normalmente sabes que los migrantes están allí arriba, pero no ves el tema en toda su dimensión”, explica. “Otra cosa interesante es que, cuando se produce un altercado entre ellos, tendemos a pedir explicaciones por esos comportamientos violentos. Pero a la violencia que practican las instituciones, a tenerlos ahí pasando frío, a esa violencia no le pedimos explicaciones”.
Al final del acto, la Asamblea de Apoyo a Migrantes de Tenerife leyó un comunicado pidiendo el cierre de los centros, acusando a las ONG que los gestionan de complicidad con el “racismo institucional” y el “trato vejatorio” a los migrantes. Pidieron la dimisión del ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska. Y exigieron responsabilidades al Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos.
También tomaron la palabra varios migrantes. Uno de ellos dio las “gracias por la ayuda a la gente de Tenerife”. “Vivan la libertad, la dignidad y la fraternidad”, dijo emocionado.
Una marea de migrantes clama en Tenerife para que no sea una cárcel
El frío no amilanó a nadie y la actividad era intensa, con la gente moviéndose de un lado a otro y preparando algunos carteles de última hora antes de salir