tribuna

Su problema es el 5%

Qué le queda a Pablo Iglesias que no sea él mismo? Me da la impresión de que es un personaje sobrevalorado al que solo mantiene en pie su situación estratégica circunstancial. El hecho de que tenga que salir en Madrid a intentar conseguir un 5% de los votos para no desaparecer y morir, dice bien a las claras cuál es la fuerza real que tiene su organización en este momento.

Haciendo un repaso rápido vemos cómo Teresa Rodríguez le da la espalda, Baldoví lo ningunea, y su antiguo compañero Errejón le niega una alianza que no iba a ir demasiado lejos. Si a todo esto le añadimos el cero energético obtenido por las mareas en Galicia y los resultados más que pobres en el País Vasco, solo le resta Colau, en Barcelona, pero con esta representación local, diluida en la conveniencia del derecho a decidir, poco rédito se puede exhibir.

Sin embargo, sale a la liza electoral con la fuerza de un ciclón, como en la copla de Lola Flores, intentando emular al Cid Campeador, que ganaba las batallas después de muerto, y eso no es lo mismo que decir que las podría ganar un medio muerto. De cualquier manera, debo tener cautela en este juicio, pues los toros arrimados a las tablas y con el estoque clavado se vuelven peligrosísimos. La prueba de fuego la tendremos en los resultados de la consulta del 4 de mayo. Entonces habrá que hacerse la pregunta de si el Gobierno podrá seguir siendo sostenido por un cadáver o habrá que ir pensando en convocar elecciones. Ya sé que los 35 escaños que hoy tiene Podemos son inamovibles hasta que termine la legislatura. Lo que hay que poner en cuestión es a qué población representan realmente.

La pregunta sería ¿cuántos españoles estarían apoyando al actual pacto en la Moncloa? La legitimidad es la que es, y eso no se puede discutir, pero el crédito que se ofrece no es el mismo; por eso es muy difícil que en una anunciada situación de bancarrota te acerques a una entidad financiera y esta esté dispuesta a avalar tus gestiones inciertas.
Esa, poco más o menos, es la coyuntura en la que estamos, y, quieras o no, afecta al Gobierno, porque no se puede confiar en que no se venga al suelo si está soportando todo su peso en una muleta rota. Hay quien celebra la marcha de Iglesias del Ejecutivo diciendo eso tan socorrido de “enemigo que huye puente de plata”, pero aquí se trata de volar el puente por el que ibas a cruzar un Rubicón de aguas embravecidas.

Sin embargo, la fábrica de relatos seguirá diciendo que no importan los muertos, que de esta saldremos más fortalecidos, que no hay mal que por bien no venga, que muerto el perro se acabó la rabia, y todas esas cosas que nos pretenden tranquilizar por un instante, después de que el Instituto Sismológico nos avise de que viene un terremoto. A alguien se le ocurrió una tarde infeliz jugar a las estrategias sin tener al rey enrocado, y se desencadenó algo de consecuencias imprevisibles.

Si el nivel de incertidumbre en el que vivíamos era alto, ese alguien se encargó de elevarlo de manera exponencial. Lo que ocurra con Iglesias no es importante. Al final, solo se tiene a sí mismo porque siempre ha sido así. Es lo habitual cuando todo lo basas en el caudillismo. No es imprescindible. Se dejará de hablar de él y no pasará nada. Gabilondo seguirá adelante, con su aspecto jesuítico de director de unos ejercicios espirituales, y Ayuso continuará quejándose del cerco que le ponen al castillo famoso que quita el miedo al rey moro. Puede ser que le hayan hecho un favor, y gracias a eso esté donde está.

Hace unos años Iglesias venía a conquistar los cielos, pero lo hacía arropado por la totalidad de sus huestes. Había una legión de ángeles ahí arriba temblando por la que se les venía encima, pero ahora la cosa ha cambiado y está más solo que la una para presentar batalla. Dice que sale a ganar, pero es el único que sale a no perder, porque si no alcanza esa barrera fatídica del 5% no existirán frases para justificar el fracaso.

La pena es que llegar al 5,1% será recibido como un éxito rotundo. Estamos en un tiempo en el que los triunfos se miden por escapar de la quema. En esa provisionalidad vivimos. Esa es nuestra crisis, y no tiene visos de solucionarse. Luego está lo de la economía, pero eso lo dejamos para otro momento.

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