Estos días, las farmacéuticas Pfizer y BioNTech han informado de que su vacuna sigue siendo altamente efectiva durante al menos seis meses después de administrarse la segunda dosis, y que, además, funciona contra la variante sudafricana del virus. Es una información que, en el contexto de la continua inundación informativa sobre la pandemia que sufrimos los ciudadanos, parece intrascendente e incluso rutinaria, pero que reviste la mayor de las importancias. Todos –políticos, técnicos y ciudadanos- estamos asociando continuamente el estar vacunados con ser inmunes al virus. Se habla de la inmunidad de rebaño –¡qué revelador es el término!- y se nos da a entender que cuando casi todos estemos vacunados habrá concluido la pesadilla y retornaremos a la antigua normalidad. Seremos inmunes y en Canarias, además, volverán victoriosos los millones de turistas al paso alegre de la inmunidad. Es un mensaje que conviene mucho a nuestros gobernantes porque legitima su desgobierno y sus continuos errores y mentiras; y que se supone que transmite serenidad a la ciudadanía y calma la alarma social, pero es un mensaje falso: la nueva normalidad de mascarillas y distancias sociales es la normalidad realmente existente con la que debemos acostumbrarnos a convivir -y aceptar-, y la vieja normalidad de viajes, fiestas y restaurantes en una utopía soñada e inalcanzable por ahora.
De vez en cuando a algún político –y a algún técnico- se le escapan estas verdades evidentes. Las vacunas parece que son nuestra única esperanza, pero no existe ninguna certeza de que una persona vacunada no se pueda infectar y transmitir el virus si se dan determinadas circunstancias negativas. Y lo que es peor, no sabemos cuánto tiempo dura la presunta inmunidad que pueda proporcionar una vacuna. Las farmacéuticas Pfizer y BioNTech afirman que la suya sigue siendo altamente efectiva (“altamente” no “totalmente”) durante al menos seis meses después de administrarse la segunda dosis. ¿Y después? ¿Y las demás vacunas? ¿Habrá que comenzar de nuevo otra ronda de millones de vacunas en un eterno retorno que no acabará nunca? ¿Es de temer que la nueva normalidad haya venido para quedarse?
Pues bien, por si no fuera suficiente, está el problema de la vacuna de AstraZeneca. Porque esa vacuna es problemática, por mucho que políticos y técnicos rivalicen en negarlo para no alarmar a la población y porque hay millones de dosis en juego. Ya dio problemas en su fase de experimentación en el laboratorio, y es evidente que es la causa de que algunos vacunados con ella en España y muchos otros países hayan sufrido trombosis y, en demasiados casos, hayan fallecido. Sí, ya sabemos que el prospecto de la aspirina advierte sobre innumerables efectos secundarios, pero ningún político ha tenido que tomarse una aspirina ante las cámaras de televisión para tranquilizar a la ciudadanía. Y el Gobierno francés aseguró la pasada semana que la Unión Europea estará suficientemente aprovisionada en vacunas contra el coronavirus a partir del segundo semestre de este año, por lo que se podrá prescindir de AstraZeneca. En cualquier caso, el vacunarse o no con este antídoto ha de ser una decisión responsable que cada uno deberá tomar libremente y bajo su exclusiva responsabilidad.