La memoria es el músculo de la inteligencia. El sistema operativo del intelecto. El soporte del pasado y sus valores, de la cultura y de la creatividad. Es la capacidad del cerebro de retener información y usarla a voluntad. Poder recordar hechos, ideas, sensaciones, conceptos y estímulos. Fisiológicamente está localizada en el “hipocampo” del cerebro, que conforma una estructura embutida en el lóbulo temporal de la corteza, núcleo del sistema límbico, el cerebro primario, donde se regulan los estímulos, emociones, aprendizaje y memoria, si bien en ésta se implican múltiples áreas cerebrales. La memoria puede entrenarse mediante estimulación cognitiva, que ayuda a fortalecer las conexiones neuronales afectas. Existen múltiples tipos de memoria, según tiempos de permanencia, tipo de información y órgano del sentido afecto, visual, auditiva, olfativa, gustativa, táctil. Como existen múltiples inteligencias, como nos enseña Howard Gardner, Premio Príncipe de Asturias 2011, quien las clasificó en ocho tipos conforme a su capacidad de ordenar los pensamientos y coordinar las acciones. Todas ellas se soportan sobre la memoria.
Traemos a defender la memoria como primera herramienta de la educación. Las metodologías deben soportarse en el desarrollo de la concentración, la memoria, el cálculo mental, la ortografía y el esfuerzo. Aprender pocas cosas en profundidad, más que muchas en superficie. La educación es una prioridad de todo estado. Junto a la merma de su calidad y el descenso de los umbrales de exigencia, se ofrece un sistema educativo dirigido a la “búsqueda de la felicidad”, como fin de la enseñanza, cuando esto es una circunstancia nunca un estado. La educación debe soportarse en la responsabilidad personal, en la autonomía de alumno, en el método desde el esfuerzo. Esconder la objetividad del conocimiento lleva a la sobreprotección, infantilizando al sujeto, rompiendo la escalera social del mérito. Las personas con más memoria, tienen mayor reserva cognitiva, resuelven mejor los problemas y son más creativas.
Para conformar una nación es inexcusable el control de la educación y la administración. Cuando así ocurre, como en la España de hoy, cualquier intento de reversión se complica, al estar asentado sobre lo que entienden un derecho irrecuperable. La fragmentación del “curriculum” educativo en 17 modelos distintos, afectando al idioma único común y vehicular de la enseñanza, implica una rendición al separatismo, que apuesta por invadir escuela y administración. Con lo que se desplazan las competencias propias hacia las autonomías, afectando el núcleo de la Constitución.
El despliegue que viene realizando este gobierno para “borrar la memoria”, se produce en varios planos paralelos. El ya referido para el modelo educativo, donde “cambian felicidad por autonomía” personal. Simplifican las opciones, proponiendo ideario único, amparados en un falso igualitarismo; atentando contra la “educación concertada”, que oferta ideario propio. Lo vemos en Cataluña, donde según la OCDE el fracaso escolar es del 18%, mientras que Madrid está al 9% y donde los castellanohablantes fracasan en un 33%, al romper su idioma, su identidad y sus valores. Los efectos laborales y políticos derivados de la nueva ley Celaá, incrementarán la deriva nacionalista, donde cada autonomía confecciona su oferta a voluntad, al margen de la Constitución. Segmentan y simplifican la educación atentando contra la economía del grupo, que precisa un sistema de conocimiento común, un nexo de valores compartidos que facilite la comunicación, la economía de escala, la competencia de rebaño como en el virus.
Debemos vacunarnos contra el sectarismo de las tribus nacionalistas, que nos alejan del progreso, de la razón, de los valores que soporta nuestra memoria.