
Es un nombre ficticio porque teme represalias por parte de la empresa de su marido, actualmente en tal crisis que no está pagando regularmente las nóminas, pero la mera existencia de dicho vínculo laboral impide que le sean concedidas ayudas sociales. A su mal estado de salud física se le añade un agotamiento mental que ya le llevó a intentar quitarse la vida. Aún le quedan fuerzas para acudir, cuando puede, a la acampada contra los desahucios que hoy cumple dos semanas frente a la Presidencia del Gobierno de Canarias en Santa Cruz de Tenerife, donde supimos de su caso. Esta es la historia de, llamémosla así, María.
Tiene 58 de edad, como se ha dicho, pero solo tenía 27 cuando empezó a residir en su actual residencia de Santa María del Mar, dentro del término municipal de Santa Cruz de Tenerife. Por entonces, los miembros de la familia se ganaban la vida. Todo empezó a complicarse en 2006, cuando tuvieron que pedir un préstamo y el aval para el mismo fue la casa en la que todavía residen.
Pese al estallido de la burbuja inmobiliaria, resistieron como pudieron, si bien el tren de vida laboral de María tuvo mucho que ver con el empeoramiento de su salud. “Llegué a salir bien temprano de casa y enlazaba un trabajo como limpiadora en Santa Cruz para luego seguir en Granadilla, más tarde en Arico y al final otra vez en Santa Cruz”.
Todo eso acabó en 2015, año en que su cuerpo dijo basta. “Sufrí un trombo en la aorta [una enfermedad poco frecuente] y luego un ictus. Hubo suerte porque escapé, pero todo se fue complicando”. Tres años de quimioterapia sirvieron para escapar del cáncer, pero María sigue bastante fastidiada, de tal modo que, el mismo día en que habla con DIARIO DE AVISOS acabó en Urgencias por sus problemas de artrosis en las vértebras lumbares y cervicales. “De repente hace que se me caigan los brazos y las piernas, e incluso no poder caminar. Por eso siento no poder quedarme a dormir con los compañeros de la acampada, pero es que no puedo”.
Volvamos a los problemas de la casa. “Seguimos pagando el préstamo, pero ya no puntualmente porque los ingresos empezaron también a retrasarse. Un día ya no me recogieron el dinero en la ventanilla del banco, que ya me llamarían. En realidad me mandaron un burofax a casa explicándome que el banco había vendido la deuda, y luego no hubo a quién reclamar porque un banco se fusionó con otro y los que ahora habían comprado nuestra deuda sencillamente nunca quisieron negociarla, sino solo estaban por la casa”.
¿Todo podía ser peor? Pues sí. “Tuve varios abogados, primero de oficio y luego uno de pago, pero para nada sirvió. Lo peor llegó en 2019, cuando la empresa en que la todavía trabaja mi marido despidió a mi hijo y empezó a fallar con las nóminas”.
Es aquí cuando llega otro de los problemas más serios que atraviesa María, dado que los servicios sociales municipales “me niegan las ayudas porque la nómina de mi marido existe pero en realidad no la cobramos. Eso hace, me han dicho, que les sea imposible darme nada, pero la verdad es que hay semanas en que paso hambre. Me piden que demuestre lo que no puedo demostrar, aunque el caso de esa empresa sale en los periódicos todos los días”.
Mientras tanto, lo que se quebró es la salud mental de María, a quien no le pesa reconocer que protagonizó un intento de suicidio, si bien es parca en palabras a este respecto. “Fue en 2018, y lo cierto es que desperté. No veía más salida”.
Ahora, la pandemia ha vuelto del revés (todavía más) la vida de esta tinerfeña con la amenaza del desahucio. “En una carta me dijeron que tenía que entregar la llave este sábado [antes de ayer para el lector], y fui al juzgado, pero me dijeron que sin abogado no podía llevar a cabo un trámite así.”, añade antes de apostillar que “me han explicado los compañeros de la acampada que esa carta no es la definitiva, que la importante es cuando me den una fecha y una hora para el lanzamiento, y que seguramente es la próxima que me llegará”.
Pese a que ve con entusiasmo la acampada, reconoce que “temo quedarme en silla de ruedas y sin casa, ese es mi panorama. Ya intenté una vez suicidarme porque, la verdad, la vida no me merece”.