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Sabina Urraca: “Al buscar libros de éxito, grandes editoriales olvidan mirar en rincones donde hay buenas historias”

La escritora vascocanaria ha presentado en Tenerife su nueva novela, 'Soñó con la chica que robaba un caballo'
La escritora, periodista y editora Sabina Urraca. / DA

Los Diálogos de escritura de TEA Tenerife Espacio de las Artes han contado con Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) para conversar con Izaskun Legarza acerca de su obra más reciente, la novela Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de Trapo, 2021). Y sobre literatura, así, en general, y periodismo inmersivo, gonzo o literario -y volvemos al principio-, en particular, versa esta conversación que mantuvo la escritora y editora vascocanaria con DIARIO DE AVISOS. Una charla en la que la autora de Las niñas prodigio (2017) expuso, entre otras muchas cosas, su cada vez mayor interés hacia la literatura periférica, la que se escribe desde los márgenes.

Soñó con la chica que robaba un caballo podría ser el retrato de una generación. Aunque generalizar simplifica y excluye, ¿cuáles diría Sabina Urraca que son las inquietudes y las incertidumbres que caracterizan a quienes nacieron en España durante los 80?
“Sí que hay algo de generacional en este libro. Al menos es un intento de narrar una parte de algo que mucha gente de mi generación ha sentido: esa especie de confusión ante la vida adulta y de choque al encontrarse de pronto con que el mundo es de todo menos amable. Luego está también la necesidad de crearte una vida social, de formar grupo, y la dificultad de hacerlo en una gran ciudad. Mis vivencias no han sido exactamente
las que están en el libro, pero sí que he llevado al extremo algunas de las cosas que recuerdo que sentíamos. Me vine a Madrid desde Tenerife, otros llegaban desde pequeños pueblos. De todo eso, de rememorar el ambiente que había durante esos años en el colegio mayor y también la toma de conciencia política, o el desencanto hacia la política, fue surgiendo este libro”.

“En mi novela narro esa confusión ante la vida adulta y el choque con un mundo que es de todo menos amable”

-La autoficción, por un lado, y el periodismo inmersivo, por otro, son rasgos que identifican buena parte de su trayectoria. ¿Qué posibilidades le ofrece esta escritura desde el yo?
“Jamás pensé dedicarme al periodismo clásico, pero en el momento en que descubrí que también podía ser literario y hablar de la experiencia personal para enlazarla con la general, me dije, vale, ahora sí quiero dedicarme al periodismo. A partir de ahí me ha ofrecido la posibilidad de vivir y narrar un montón de cosas desde un punto de vista descarnado, directo. En muchas ocasiones la gente se siente más identificada con una columna en la que partes de una experiencia directa que si te pones a generalizar. Al final, aunque sea un periodismo que no deja de estar atado a la realidad, quienes te leen se enganchan al personaje de ese periodista que se va creando artículo a artículo. A menudo resulta más interesante que te cuenten las cosas desde la vivencia de un personaje que casi parece de ficción. Con respecto a la autoficción, es por llamarla de alguna manera. Soñó con la chica que robaba un caballo no lo es. Es una ficción, no es autobiográfica en absoluto, pero sí que hay algún recuerdo y el intento de recrear el ambiente de mis primeros años en Madrid”.

-¿Cómo es el trabajo previo a sentarse a escribir? ¿Tiene claro lo que quiere contar o todo está muy abierto e indefinido?
“En el periodismo las cosas están más cerradas. Sobre todo ahora, que escribo columnas. Suelo hacer una especie de guion con las ideas centrales de lo que quiero escribir. Con la narrativa está todo mucho más abierto. Sé que quiero hablar de algo o recrear un espíritu, un ambiente. Cuando comencé este libro estaba todo muy indefinido, pero en un momento dado casi que los personajes se van construyendo solos. En las primeras páginas, todo cuesta, hasta que de pronto parece que te las estuviesen dictando y decidiesen cómo será la historia. Recuerdo que hacia la mitad de esta novela, y es algo que me pasa mucho, se me ocurrió el final. Cuando lo escribí, ya sabía qué dirección tenían que tomar los personajes hasta llegar allí”.

‘Soñó con la chica que robaba un caballo’ (Lengua de Trapo, 2021). / DA

-¿Qué es lo primero que busca en su faceta de editora al apostar por un nuevo autor?
“Tiene que haber una voz escritora que esté segura de sí misma. Que esté bien marcada, que yo vea algo interesante en ella. A veces me llegan esbozos de novelas o textos inacabados o ideas sueltas, como fue el caso de Panza de burro, de Andrea Abreu. Todavía el libro no estaba escrito y lo empecé a editar; hice un acompañamiento a medida que Andrea lo iba escribiendo. Lo corregíamos, cambiábamos cosas… Supongo que lo que busco es que el autor o la autora me enamore con una historia que me llame poderosamente la
atención. Ahora siento cierta preferencia por historias que se sitúan en los márgenes y procuro como editora huir de los centralismos, de autores de Madrid o Barcelona, de las ciudades principales. Intento ir en busca de lo que se escribe en Canarias o Baleares, pero también en Cuba, en Puerto Rico… En los últimos meses miro hacia esos lugares y me pongo a rebuscar. Más que hacia la gente que quiere publicar y me manda su manuscrito, que también sucede y algunas veces me interesa, voy yo hacia esas otras personas y les pregunto: ‘Oye, tú tienes una historia aquí, cuéntame. ¿Has pensado escribir un libro sobre esto?’. A veces no hace falta ni que sean escritores, sino que hayan vivido algo susceptible de ser narrado en un libro, posean ciertas dotes para la escritura y les apetezca contar esa historia”.

“Panza de Burro’, de Andrea Abreu, no es solo el libro que quería editar, también el que quería leer como escritora y como canaria”

-¿Qué impresiones sacó al leer los primeros esbozos de Panza de burro, la novela de Andrea Abreu?
“Es muy difícil que vuelva a sentir como editora lo que sentí con Panza de burro. No es solo el libro que quería editar, es el libro que quería leer como escritora y también el que quería leer como canaria. Soy vascocanaria. Nací en el País Vasco, mi madre es canaria y mi padre vasco. Me crie en Tenerife, en La Laguna, y luego me fui a Madrid. Y es raro, porque cuando te vas fuera y luego vuelves a Ia Isla, lo miras todo con ojos de asombro, casi como si fueras una extranjera, y es aún más fascinante. Todo me parecía literario. Para mí Tenerife es un lugar mágico, absolutamente. Esta lleno de historias. De manera que no entendía muy bien por qué no había sucedido esto todavía. Por qué aprovechando la lengua, los personajes, el ambiente, el lugar, la meteorología…, todos los elementos tan literarios que tienen las Islas, en los últimos años no había salido una novela joven que narrase una parte de esta magia. Tenía esa pena. Y también me daba mucha lástima, viviendo en Madrid, ver que la visión de Canarias en la Península era tan limitada. Papas con mojo, muyayo -nadie en las Islas dice muyayo– y poco más. Era frustrante. Te preguntas cómo puede ser que la gente no esté accediendo a ese mundo, no esté viendo Canarias como lo que es: algo infinito, imposible de narrar en su totalidad. De manera que para mí Panza de burro ha significado tener la oportunidad de llevar afuera todo eso que pensaba que debía ser narrado. Y todo lo que queda. Ahora estoy editando a otra autora canaria, Aida González Rossi, y tengo la esperanza de que esto sea una especie de corriente literaria y que dentro de muchos años se recuerde. Esa libertad y ese salvajismo que tienen estas escritoras, y lo bien que narran esta parte del mundo, tiene mucho futuro”.

-¿Con la globalización se acabaron las periferias en la literatura o quizás por eso mismo nos perdemos la oportunidad de conocer a autores y obras menos visibles, pero muy interesantes?
“Siempre existirá la periferia y siempre habrá márgenes. Cuando hablo de periferia aludo a lugares como Canarias respecto a la Península. Un sitio alejado, que tiene mucha influencia de Latinoamérica y está al lado
de África… Pero culturalmente no termina de ser España, tampoco termina de ser Latinoamérica y no es África. Me refiero a la periferia geográfica, pero también temática. Y a la gente que está en los márgenes, aunque viva en Madrid. Nunca dejarán de existir y, precisamente, los editores y los escritores tenemos que abandonar ese pensamiento globalizado, como si la experiencia que narras en un libro fuera la experiencia de todos. En Soñó
con la chica que robaba un caballo
narro una porción. Sí, puede ser en cierta manera un libro generacional, pero solo para una parte de la sociedad. De gente que se fue a las capitales para estudiar en la universidad. Pero ¿cuánta otra gente en ese momento, a los 18 años, no estudió, no se fue a ningún sitio y estaba trabajando o en paro? Hay mil realidades, mil periferias y mil márgenes. Hay que estar muy atentos. Las grandes casas editoriales siempre van en busca de productos que triunfen y, al hacerlo, no es raro que se olviden de mirar a rincones donde hay grandes historias”.

“Quise dedicarme al periodismo desde el momento en que descubrí que también podía ser literario”

-Imparte talleres literarios. ¿Cómo es la experiencia? ¿Existe alguna característica común en los nuevos o futuros autores?
“Sería generalizar mucho, pero, por ejemplo, a los talleres solo asisten mujeres. Te preguntas por qué los hombres no se prestan a ir a estos lugares a aprender y a mostrar lo que escriben. Es raro. De hombres me suelen llegar novelas terminadas, pero pocas veces hay una voluntad de abrirse y aprender un poco. Y soy la primera que me decepciono. Por otro lado, el gran interés de las autoras, o aprendices de escritoras. Aunque
no hayan escrito mucho, te das cuenta de que hay grandes contadoras de historias. También aprecio un gran salvajismo, en el mejor sentido de la palabra, una falta de pudor y un deseo de contar cosas que hasta ahora
estaban ocultas. Eso lo valoro y lo veo en las escritoras de mi generación”.

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