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Donde no te encuentren

España es un país de gente crispada, agravado el defecto por una pandemia interminable. No existe un solo día en el que no se insulten izquierdas y derechas, porque el centro murió con la UCD. Los insultos provocan crispación social, desánimo y desgana entre los ciudadanos, que prefieren dar la espalda a los medios de comunicación que reflejan la pelea, para no sufrir más. Por si fuera poco, a Messi lo echan del Barcelona, porque de lo contrario el Barcelona habría tenido que cerrar: todo se lo llevaba él. Yo prefiero vacilar con los nuevos dirigentes hispanoamericanos, que no han hecho otra cosa que recoger la herencia de pobreza, incultura y mamandurria que les dejamos. Los españoles colonizamos al cacharrazo limpio, y no como los ingleses, que roban sutilmente, o los franceses, que invaden con más cabeza. Por ejemplo, el morlaco que gobierna en el Perú, el tipo del sombrero, es un maestro rural que no ha enseñado nunca un carajo y que usa un sombrero que le queda grande, originario de la región de Chota, al norte del país. No será baladí decir que Castillo está como una chota, porque sus primeros discursos así lo revelan. Yo no sé qué será de agosto, si acabará bien o acabará mal, pero sí sé que el mundo va camino de su destrucción, provocada por una serie de indocumentados, tipo Maduro, Castillo, Evo, el Castro que queda y toda la jarca. Un auténtico desastre. Vamos a ver qué tal nos sale el relevo de la Merkel y si alguien es capaz de poner algo de sensatez en el enrarecido ambiente. A este paso, cuando telefoneen del banco –que llaman siempre, para que pague— voy a tener que decir aquello de: “Déjenme cagar tranquilo”. Y así me quito de en medio al pesado del bancario. En este momento lo más conveniente es ir escondiéndose uno poco a poco en un lugar donde no te encuentren.

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