
“¡Ayuda psicológica, por favor!”. Un guardia civil se bajaba ayer al mediodía a toda prisa del vehículo, frente al pabellón deportivo Severo Rodríguez de Los Llanos de Aridane, y entonaba esta frase. Le acompañaba otra pareja de compañeros. Delante del coche patrulla, a bordo de un turismo de pequeñas dimensiones, dos mujeres de origen extranjero -madre e hija- con su perro en el asiento de atrás. La conductora rompe a llorar. “Es la más afectada”, cuenta el agente de la Benemérita. Ambas han sido desalojadas de su vivienda en el barrio aridanense de Puerto Naos, y todavía trataban de asimilarlo. No es sencillo dejar atrás el hogar sin la certeza de poder regresar.
Rápidamente, la concejala de Acción Social del municipio, Elena Marrero, que es psicóloga y ha ejercido dicha profesión en distintas organizaciones sin ánimo de lucro e instituciones de la Isla, comienza a interesarse por el estado de la vecina. La lleva con el resto de compañeras y, al cabo de una hora, esta vuelve con una cara distinta. “¿Estás más calmada?”, le preguntan. “Sí ya estoy mejor”. Es una parte de la labor que, desde el primer día de la emergencia que ha traído consigo la erupción del volcán de Cumbre Vieja, se desarrolla en el recinto, además de la coordinación de las donaciones que se reciben de toda España.
Francisco es vecino de Las Manchas de Abajo, “por encima de El Secadero”, detalla. A pesar de haberse visto obligado a salir corriendo de su casa, lo único en lo que, hasta ahora, le ha afectado el suceso es que su inmueble “está lleno de arena, pero no se puede pasar ni por Fuencaliente” para limpiarlo, de ahí que haya dejado en manos de los astros la supervivencia de la estructura. “Dicen que los bomberos están sacando la ceniza de las casas que están peor, pero cuando salimos ya había 20 y pico centímetros; el garaje se nos puede caer, y hay otro trozo que hicimos de madera que se cae al suelo seguro”, cuenta.
Al igual que Francisco, Juan es empleado del hotel Sol La Palma, en Puerto Naos. Vive cerca del recurso alojativo, y cuando estalló el volcán, se encontraba en su puesto de trabajo. Asegura que el domingo 19 “la Policía nos sacó con lo que teníamos puesto” por la urgencia de desalojar como medida de precaución, si bien destaca que el trato fue “correcto”. Ahora son siete personas las que se quedan en el piso de un compañero, incluidos ellos dos, en un gesto de solidaridad que valoran con mucho ahínco. También muestran su agradecimiento a los voluntarios del pabellón: “Gracias a todos, porque nos dan las comidas y nos ayudan”.
Para Juan, lo más duro es poner rostro a la tragedia y que le toque de cerca: “Conozco a gente, familias completas con hijos, que trabajan en el hotel y que han perdido la casa”. Mientras conversa con este periódico, se acerca, con varias bolsas en la mano, Isaura, que también comparte techo provisionalmente con Francisco y Juan. En su caso, los volcanes no le resultan extraños, pues reside en una zona de Las Manchas que se ha erigido “encima de la lava del San Juan”, que estalló en el año 1949. “Pensé que mi casa sería de las primeras que iba a coger el Cumbre Vieja, pero no”, confiesa.
En La Costa de Tazacorte, su hermano tiene una finca, y allí se encuentra “una casa que hizo mi padre con mucho sacrificio”. Es por ello que se mantiene en vilo, con la esperanza de que no sea alcanzada por las rocas calientes. “Uno no duerme por las noches de los nervios”, dice. Aunque, dentro del terror, que empieza a ser una constante, ella busca a qué aferrarse, como es su primogénita: “Gracias a que tenemos a los hijos; son una razón para mantenernos en pie”.
En la puerta del recinto deportivo se halla Raquel, que controla quién entra al pabellón, a fin de que las personas que quieran donar puedan hacerlo y que las que vayan a recibir ayuda puedan preservar su intimidad en lo posible. Con ella se para a hablar Víctor: “No podía estar quieto sin hacer nada, necesitaba estar aquí”. El varón, vecino de Puerto Naos, también fue evacuado el mismo domingo. “La Guardia Civil comenzó a avisarnos y nos fuimos”, comenta. Se queda, hasta que la pesadilla acabe, en la casa de su hermana. Su padre, en la de una tía, y los perros, que significan mucho para él, explica que “están con una profesora que colabora con la protectora de animales”, Benawara, encargada del albergue instalado en las canchas del IES Eusebio Barreto.
Preguntado por lo que le ha resultado más impactante, afirma que se debe tener en cuenta que en la Isla muchas personas viven en la misma área que sus familiares, por lo que si unos pierden algo, el resto también. “Yendo en un camión a recoger cosas, vi a una señora que estaba bloqueada, recordando las cosas que ha vivido en su casa. En 20 minutos no da tiempo de recoger una vida”, concreta, al tiempo que asevera que “me impresionó el caso de una chica que perdió la casa y vino a donar ropa. Más solidario que eso no se puede ser”.
Y, al margen de los gestos de generosidad, que han sido muchos, Víctor dice quedarse con que a los efectivos de seguridad y emergencias, operarios de Medio Ambiente y demás personal que trabaja sobre el terreno, “no solo les ha salido el deber público estos días, sino la humanidad”. Un comportamiento que, concluye, se une al de los propios isleños, ya que particulares y empresas locales “han ofrecido un montón de camiones para llegar las cosas de las casas”.