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Hacer el ridículo

Es lamentable tener que reconocer que el independentismo catalán tiene razón cuando afirma que la Justicia española y España no se cansan de hacer el ridículo en Europa. Y no es una simple frase para ofender al enemigo: hace años que Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí se pasean por toda la Unión Europea, asisten a seminarios, dan conferencias y convocan ruedas de prensa mientras, con persistente unanimidad, la Justicia de todos esos países ignora las órdenes de detención y entrega del magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena. Y son países con democracias más homologables que la nuestra, y con Justicias más independientes que la nuestra. Y nuestro juez afirma que sus órdenes de detención están vigentes y deben ser atendidas, pero ¡oh sorpresa!, nuestra Abogacía del Estado, que representa los intereses españoles, le contradice y dice lo contrario, y sostiene que las órdenes nacionales de detención están en suspenso hasta que se resuelva la cuestión prejudicial planteada ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. ¿Cómo nos van a tomar en serio por ahí fuera? En muchos circos trabajan payasos con menos gracia, y hay humoristas que nos hacen reír bastante menos.

Por supuesto que la posición de la Abogacía del Estado coincide con los intereses de Pedro Sánchez y del Ejecutivo español, de quien depende. No habría nada peor para el presidente del Gobierno que un Puigdemont detenido y extraditado a España para ser encarcelado. Sánchez es un rehén de los comunistas de Podemos y del independentismo catalán, y un escenario como el que apuntamos dinamitaría, por ejemplo, toda posibilidad de consensuar los próximos Presupuestos. Al presidente no le queda otro camino que seguir de concesión en concesión hasta el referéndum consultivo final. Mientras tanto, gana tiempo con reuniones, comisiones y negociaciones, cuyo objetivo es muy simple: cada vez más privilegios, más competencias y, sobre todo, más dinero para Cataluña.

Se impone recordar una vez más la clarividente opinión de Ortega en su polémica con Manuel Azaña: el conflicto catalán no tiene solución alguna y hay que convivir con él. Y el problema es que, como todo nacionalismo y todo independentismo, el catalán es insaciable y por mucho que le concedan siempre reclamará más. Incluso la independencia catalana no sería el final de la pesadilla para España porque el independentismo aspira a absorber Valencia y las Baleares en los que llaman Països Catalans, sin olvidar el Rosellón y la Cerdaña, territorios que fueron españoles hasta la paz de los Pirineos: el antiguo Reino de Aragón sin Aragón.

Siempre hemos creído que la judicialización del conflicto catalán ha sido un grave error político, y la prueba es que las condenas y el encarcelamiento de los líderes catalanes no solucionaron ninguno de los problemas que están abiertos con el independentismo catalán. Por el contrario, los convirtieron en héroes y víctimas, y obligaron a un indulto que constituye toda una rendición y un reconocimiento de lo improcedente de las condenas. Los posibles acuerdos que consiga Pedro Sánchez a lo mejor nos hacen ganar algo de tiempo, pero no resolverán ninguna de las cuestiones de fondo planteadas por el independentismo. Y lo peor es que me temo que tampoco impedirán que sigamos haciendo el ridículo.

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