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La hija del ciego

Yaiza Díaz, en Los Limoneros, se comió unos huevos fritos con chorizo, pero el chorizo no se lo comió. Las papas, sí. Y dos postres. Y antes un plato de jamón. Venía con hambre, tras un día maratoniano de entrevistas en radios y televisiones, después de salir al mercado su opera prima, una novela titulada La hija del ciego. Su padre perdió la vista a los siete años. Lo llamaban el ciego guapo. La novela, rigurosamente autobiográfica aunque con los nombres de los personajes cambiados, es el mejor homenaje de una niña a su ídolo, su padre. Hablar con Yaiza, desinhibida, dicharachera, bromista, sincera, fue un placer y no digamos la entrevista que saldrá el lunes en este periódico y que ustedes deben saborear. La novela explota sinceridad y su historia, llena de cosas relevantes para una niña, está contada con fluidez y con la inocencia del principiante. Pero muy bien contada. Me la dedica con una letra que incomprensiblemente había sido criticada por sus profesores. No sé si terminó su firma por la izquierda, como su abuelo, pero Yaiza quiso ser escritora para quitarle la tilde a la novela de Vázquez Figueroa: Yáiza. Y como homenaje a su padre, un hombre muy popular que vendía cupones de la ONCE en La Laguna. El relato, ya en las librerías (Kinnamon), es tierno, cercano y gracioso. Habla también de don López, un jefe de estudios, que nunca se quitó unos vaqueros de campana hasta que una murga se lo recordó en unos carnavales. Y de su vida de lazarillo de un hombre excepcional, inteligente y limpio de cuerpo y de alma que ahora la contempla, orgulloso, desde algún lugar. Tiene 38 años, miedo a que se le pase el arroz y bendecida por una sentencia del taxista de la tele, que le dijo: “Hay dos misterios, Yaiza, el de los panes y los peces y el de tu soltería”. Y pretenden prohibir los piropos.

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