Un hermoso ejemplar de pato, sociable y que no parecía estar sufriendo a juzgar por la cantidad de comida que le echaron los viandantes, llegó volando y se pasó todo el día, la tarde y la noche del jueves en el portuense paseo de San Telmo. La zona elegida para su incursión novelera fue la limítrofe con la Punta del Viento. Las chicas de la perfumería le suministraron agua y los paseantes lo agasajaron con los más variados manjares. Ni la Policía Local, ni el Seprona, ni la protectora de animales más cercana hicieron puto caso a las llamadas de docenas de personas que alertaban del peligro de que el pato fuera pisado, asustado o capturado para una sesión gastronómica por algún que otro animal (de dos patas). Nada. El patito hasta se dejaba acariciar, o sea que se veía que estaba acostumbrado a la presencia de ignorantes. No sé si se trataba de un gargantillo o de un overo, lo cierto es que me dio el puto pato un susto de muerte cuando entré en la farmacia de Santi Afonso a comprar la melatonina, fármaco que me permite dormir seis o siete horas sin parar, dejando en el recuerdo mis antiguas noches de insomnio, y me lo topé de frente. Lo cual no deja de ser una redundancia, porque si te topas con algo, es generalmente de frente. Interrogué a los presentes sobre la posible procedencia del ánade y me dijeron que en ocasiones se pasea por el Lago de Martiánez, luego se trata de un pato local e incluso empadronado en el Ayuntamiento; es decir, con permiso de residencia, pero con traslado de domicilio. Fue la atracción del día en el Puerto de la Cruz, que no es un pueblo que se distinga precisamente por la gracia de sus calles y sí, como decía Marcos Brito, por la maledicencia de sus gentes.