
En el balance de resultados de la catástrofe volcánica en La Palma, mientras se cruzan los dedos para que los indicadores de su actividad se mantengan y señalen el principio del fin, está la lucha diaria en lo cotidiano, y un proceso de adaptación para Jonás que no está dispuesto a dejarse vencer por un volcán que lo mantiene a él y a su familia desplazados desde hace ya 84 días, que ha dejado una profunda huella de dolor en la gente, sus amigos, en la Isla que le vio crecer y en la que quiere quedarse aún cuando podría empezar en cualquier otro lugar. “El volcán ya ha hecho mucho daño, y eso no lo podemos cambiar; ahora tiene que darnos riqueza, el volcán tiene que pagar el daño que ha hecho”. Jonás trabaja una media de 12 horas diarias con excursiones para ver el volcán, un recurso del que dice “tenemos que convertir en la séptima maravilla de La Palma, en un recurso que genere empleo, riqueza”.
Jonás, que logró que su empresa Isla Bonita Tours, con cuatro empleados y 16 guías turísticos, sobreviviera a la pandemia, que se ilusionó con las expectativas de una recuperación hasta que volvió a verse sacudido por el volcán y tuvo que asumir pérdidas y hasta sentirse responsable directo de las personas a las que daba trabajo, tiene claro que ante la adversidad hay que reaccionar. “Para mí lo más sencillo hubiera sido quedarme en casa, pero tengo que sacar a mi familia adelante, intentar garantizar el medio de vida de mis empleados, de los guías que son autónomos y de los que también me siento responsable, porque no quiero que gente joven y preparada, nuestro capital humano, abandonen la Isla”. Su tradicional oferta de excursiones, ha quedado casi desierta de reservas para limitarse, de momento, a lo que piden: ver el volcán, del que dice “quedan impresionados”.

Su acción de negocio se ha readaptado pasando de turistas que venían por una semana o 10 días a los actuales uno o dos, con una demanda de españoles del 80%. Antes de reaccionar frente a esta situación, asumió devoluciones diarias de 2.000, 3.000, 4.000 euros. Cuando terminó de ayudar en las evacuaciones, en los traslados y en una emergencia que afectó a algunos miembros de su familia, tomó la determinación de crear el producto: visitar el volcán con excursiones que le llevan a terminar el trabajo, cada día, cuando llega la medianoche. “La demanda de excursiones al volcán es imparable, mientras que para el resto de visitas apenas puedo llegar al mínimo de seis personas que conviertan esa actividad en rentable”. Relata cómo “el volcán trajo el caos, cambió toda la dinámica de continuidad y se llevó por delante todas las expectativas y las reservas de la temporada de invierno; la caída fue brutal y las cancelaciones llegaron en cascada sin preguntas, sin pedir información”.
Es Jonás el ejemplo de cómo alejarse del impacto del dolor para hacer un planteamiento pragmático que no puede cambiar la realidad eruptiva de La Palma, el daño generado y la necesidad de un proceso de reconstrucción, pero que tampoco puede destruirle a él. Jonás afirma que “algo que nos ha hecho tanto daño, que ahora domina el paisaje del valle, tiene que ser un recurso turístico de primer nivel porque no nos podemos conformar solo con las pérdidas; ahora el volcán tiene que darnos de comer, tiene que pagar por lo que ha hecho”.