Una de las razones por las que yo me aparté de la Iglesia fue por las imbecilidades que los curas sueltan desde los púlpitos. Parece que predican para borregos. Y todo es una consecuencia -a mi entender- de su falta de formación, de su nula caridad por el prójimo y de su borreguismo. Hago las excepciones de rigor, que las hay y muy interesantes. Ahora el papa, en un avión de Alitalia, ha dicho a los periodistas que “los pecados de la carne no son los más graves, sino los de la soberbia y el odio”. Completamente de acuerdo con el jefe de la Iglesia Católica, que ha hecho este comentario con relación a la aceptada dimisión del arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit. El clérigo, hace unos años, le daba unos masajitos a su necesitada secretaria; y digo necesitada porque a la mujer le dolía la espalda y el prelado se ofreció a arreglársela. El pontífice dice que aceptó la dimisión de su arzobispo porque no se puede gobernar la Iglesia de París con la presión de la maledicencia de los que ponen a parir a monseñor Aupetit. Y ha dejado claro (sin citar el fuego eterno) que no son los pecados carnales los que van a enviarte a las profundidades del infierno, si es que el infierno es profundo, superficial, aéreo o sencillamente no existe, como yo así lo creo. Además, una Iglesia tolerante debería apartarse ante el amor, aunque sea un amor tan mundano y terapeuta como el del prelado francés, que no soportaba ver sufrir de las lumbares a su colaboradora. Las palabras del papa son prudentes. Los hechos ocurrieron hace diez años, aunque ignoro si a la mujer se le arregló la espalda o si lo que ambos sentían era amor. Y es que no se pueden poner puertas al campo. ¿Por qué siguen sufriendo?; que se carguen el puto celibato.